domingo, 10 de octubre de 2010
Vargas Llosa, un Nobel que mantiene una relación conyugal con sus libros
Quería haber escrito anteayer sobre él. De Mario Vargas Llosa. Pero antes de hacerlo, preferí leer varios artículos suyos que tenía archivados. Y recordar algunos párrafos de sus libros, de tantos como uno guarda en el cajón de la memoria. Nunca he estado en un colegio militar, pero me hice uña y carne de los alumnos del Leoncio Prado de “La ciudad y los perros”. Siquiera porque los militares abominaron de esa novela, ya habría que buscarla para saber el por qué de tal rechazo. Ese colegio. Esos internos. Esa chica. Ese teniente. Fui todos y cada uno de los estudiantes cuando disfruté de la novela en mi época de cateto pueblerino llegado a la Universidad. Ahora, que soy el mismo cateto universitario, algo que reivindico, pero con más años y libros a las espaldas, el citado texto continúa acompañándome en ratos de relectura.
Alguien que dice que escribir es su manera de vivir, pero que su familia es mucho más importante que cualquier premio, sea o no un autor famoso, siempre reclamará mi atención. Vargas Llosa lo hizo y lo hace. Me gusta leerlo porque es contradictorio: el bien y el mal, la opresión y la libertad, la dictadura y la democracia, la alegría y la pena. Y porque, como dijo Juan Carlos Onetti, extraordinaria definición, “Mario mantiene una relación conyugal con sus libros”.
Quiero jugar con los títulos, permítanme. Vargas Llosa nos ha dejado una orgía perpetua, pero que nadie se llame a engaño. No es una bacanal, sino un ensayo sobre Gustave Flaubert, que consiguió con Madame Bovary una de las mejores novelas de todas las escritas.
Que haya mucha fiesta, a ser posible con un chivo, aunque fiesta tal sea un inmenso fresco sobre la relación entre poder, sexo y violencia, con el asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo como hilo conductor.
Cojamos una buena borrachera en el bar La Catedral y contémosnos historias de corrupción y dictadores, creámonos salvadores de la patria, fustiguemos a los poderes establecidos, y terminemos tan corrompidos como ellos. O no.
Vayamos con Pantaleón a conocer chicas del puterío peruano que visitaban destacamentos militares en la selva. Milicia y putas. Que a la primera le gustan las segundas. Que a la Legión, sirva de ejemplo, le gustan las mujeres, y a las mujeres le gusta la Legión.
Que el escritor se autobiografíe, que cuente y recuente, que se transforme en un locutor de radio enamorado de su tía Julia y en un hombre capaz de quedarse prendado de un guionista de folletones, un escribidor. Y que le dé muchas vueltas a la trama hasta llegar a un final feliz.
No olvidemos ese gran mosaico de historias que se entrecruzan en La Casa Verde, el prostíbulo fundado por don Anselmo en Piura. Una casa de putas a la que deben pegar fuego, porque así lo quieren varias personas, entre ellas el cura García. Y cuando el lupanar arde hasta los cimientos, el arruinado don Anselmo, para delicia de Bécquer y del mismísimo Harpo Marx, termina tocando el arpa por las cantinas. Al prostíbulo solía acercarse Litiuma, ese sargento cuya mujer termina vendiéndose en él, a tanto el polvo. Sepamos del bandido Fushía, que termina leproso como un nuevo habitante de Molokay, la isla aquella del padre Damián.
El mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor es leer sus libros, no las solapas o las reseñas que de ellos se hacen, aunque respecto al autor se desborden los discursos formales y ceremoniosos, algunos de ellos simple hagiografía hueca y huera. Como quiera que soy lector de Vargas Llosa, el nuevo residente en el Olimpo de los dioses literarios cuenta con mi pleno reconocimiento, algo que le debe traer al fresco, y con mi complicidad respecto a que se haya refugiado en Nueva York para pasar desapercibido y alejarse de la turbamulta de abrazos y elogios que le esperan, pobre de él.
Los encargados del dar el Premio Nobel (acentúese en la e) llevaban mucho tiempo haciéndose el sueco a la hora de conceder el de Literatura. Hasta el punto de que ni ellos mismos, no hablemos ya de las gentes de poco leer, recordarán los nombres de varios de los premiados. Esta vez han rectificado y se han dejado llevar por cauces estrictamente literarios. Le han perdonado al elegido hasta aquella tontuna pasajera que tuvo cuando se presentó a las elecciones para presidente de su país en 1990. Los hombres, ya se sabe, no renunciamos a cometer muchas equivocaciones.
Tenía ganados esos comicios, pero un desconocido con genes japoneses, Alberto Fujimori, resultó vencedor y Vargas Llosa se quedó con las ganas de comprobar cómo es la corrupción realmente, hasta dónde llega, en qué ciénagas o paraísos se halla, cuando se está en la cumbre del poder político. Su incursión en la política, junto a sus artículos periodísticos, su liberalismo económico, crítico con la socialdemocracia, y su defensa estética del racionalismo de Occidente le crearon enemigos, que le apartaron de estar año tras año en las listas de posibles ganadores del premio.
Naturalmente, el fallo del premio, el por qué de su concesión, contiene una palabrería que podían haberse ahorrado por innecesaria. Pero algo tenían que decir los componentes de la Fundación Nobel para justificarlo. Así, aseguran que Vargas Llosa lo ha merecido: “por la cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individuales”. Lo cual se puede traducir, sin temor a equivocarnos, como “se lo damos porque nos parece bien, y punto”. Después de mucho tiempo apareciendo en todas las listas de posibles ganadores, el escritor peruano y español, que ambas nacionalidades tiene, se ha llevado el gato del millón de dólares al agua de los escribanos elegidos cuando no estaba citado en los mentideros culturetas para conseguirlo. Lo merecía, eso es todo.
Prefiero sus libros a los films que se han realizado adaptándolos. En esto soy como aquella cabra que, a la pregunta de si le había gustado más el libro que la película, contestó sin dudar que el libro. No hay nada como el sabor del papel. De ese papel vargasllosiano con tantas dosis de reflexión polìtica, comentario social y narración poética. Trabajo, trabajo y trabajo. Imaginación, imaginación e imaginación
Con este Nobel se vuelve a hacer justicia también a tres autores sudamericanos que se marcharon de los pagos terrenales, y territoriales, sin lograrlo, aunque les sobraban méritos. Jorge Luis Borges (1899-1986), Julio Cortázar (1914-1985) y Juan Rulfo (1917-1986), citados sean por orden alfabético, que no pretendo priorizar mis gustos literarios sobre ellos, no lo recibieron. Funes El Memorioso, La Maga y Pedro Páramo, entre otros personajes de ficción, pero más de verdad que algunos de los que llamaríamos reales, se quedaron sin disfrutar de ceremonia, reconocimiento y oropeles varios, dinero aparte.
Que no, que Gabo, premiado en 1982, no ha felicitado a Vargas Llosa por correo electrónico. Y eso que Internet está hasta los topes de escritos, frases, reflexiones y demás que se atribuyen falsamente a García Márquez. Las diferencias políticas entre ambos autores rompieron una amistad que había sido grande. O tampoco lo fue.
Veinte años después de que lo ganara el mexicano Octavio Paz (1914-1998), la lengua española ha vuelto a salir triunfadora en el Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, en la tierra de Gonzalo de Berceo (1197-1264), aquel clérigo que la hiciera posible en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en la de Cervantes y Quevedo, en la de San Juan y Santa Teresa, en la de Juan Ramón y Federico, en la de Machado y Miguel Hernández, en la de Vicente Aleixandre y Cela, en esta España nuestra, los políticos han decidido gastarse un dineral, que habremos de pagar todos, para que se traduzcan las ponencias políticas en el Congreso y Senado al catalán, vascuence y gallego.
Les falta pedir que se haga también al valenciano, mallorquín, asturiano, leonés y extremeño para ser más estúpidos de lo que son.
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