miércoles, 13 de octubre de 2010
Los 33 mineros, que deberán "volver a estar vivos", han sido adiestrados para no contestar preguntas
Los 33 mineros chilenos que llevan desde el pasado 5 de agosto atrapados en la mina San José están a punto de terminar su estancia en los infiernos. Esos hombres a quienes les han ido enseñando estos días desde cómo superar la ansiedad, que ellos mismos dicen sentirla mayor a medida que se acerca su rescate, hasta la manera de acostumbrarse a tan altas temperaturas y grado de humedad por un prolongado periodo de tiempo, deberán enfrentarse a la burocracia, una vez pasados los preceptivos reconocimientos médicos y después que se hayan reencontrado con la vida fuera de la profundidades de la tierra. ¿Alguien les ha hablado de eso? Vivir para ver. Decía Pablo Neruda, un chileno universal, que “nosotros, los de antes, ya no somos los mismos”. Pero los mineros no han podido cambiar de identidad. De cualquier modo, no sólo les espera la realidad, que no tendrá por qué ser igual a como la hayan soñado estos días de oscuridad obligada, sino también la cantidad de cosas absurdas que aquella conlleva y que habrán de soportar.
Las cosas son como son, no como debieran serlo. Por ello tendrán que reinscribirse en los archivos legales para recuperar el estatus de personas vivas y dejar de constar como desaparecidos. Así, volverán a registrar sus huellas dactilares, según explicó Luis Mardones, el prefecto de la Policía de Investigaciones de Chile. Sólo de esa manera cesarán las investigaciones sobre ellos y se les declarará oficialmente vivos.
Cuando estuvieron seguros de que iban a ser rescatados, cuando vieron la cabeza de la perforadora entrar en la galería donde se encuentran, cada uno de los mineros pidió ser el último en salir. No por hacer suya la metáfora náutica de que el capitán es el último en abandonar el barco, sino por un egoísmo más humano, menos poético, de ser el hombre que más tiempo haya pasado enterrado antes de ser rescatado con vida.
Si Billy Wilder nos dejó con “El gran carnaval” una de las películas más caústicas de cuantas se han filmado hasta la fecha, no cabe duda que la odisea de los mineros chilenos no dejará a Hollywood de brazos cruzados. La operación de rescate se va a transmitir en absoluto directo. Unos 2.000 periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión esperando la salida de alguno de los mineros, unas primeras palabras, un simple comentario, una imagen, algo que llevarse a las incansables fauces de los medios de información, dejan constancia de la importancia mediática del acontecimiento. Y la meca del cine no va a permitirse el lujo de no exprimir filón tal.
Si en la película de Wilder se ponía de manifiesto el modo en que un periodista, con la ayuda del sheriff de la localidad, consigue retrasar el rescate de un minero para obtener beneficios profesionales y económicos, esta vez no se va a prolongar la estancia de los enterrados en la mina por cuestiones ajenas a la propia operación de sacarlos, pero a buen seguro que los guionistas aprovecharán los enfrentamientos que han mantenido los mineros durante estos días, que no todo ha sido amistad, solidaridad y compañerismo, las conversaciones no conocidas hasta ahora, y algunas de las miserias que hayan podido acontecer en un grupo liderado por el topógrafo Luis Urzúa, el hombre capaz de mantenerlos unidos.
Por algo será que, además de enseñarles cómo deberán afrontar el reencuentro con sus seres vivos y queridos, haciéndoles comprender que ni la amistad ni el sexo tienen por qué volver a ser iguales después de la terrible odisea que han debido soportar, de recalcarles que los homenajes pueden ser contraproducentes, y de advertirles sobre el significado de cuantos agasajos van a tener, les han dejado muy clara la manera de defenderse de los periodistas.
Los días bajo tierra les han servido también para que desde la superficie les fueran aleccionando sobre cómo no contestar a preguntas de la prensa, precisamente para evitar dudas a la hora de responder. Les han dicho que hablen de lo que les parezca sin necesidad de referirse a lo que les hayan preguntado. O sea, les han impartido lecciones urgentes, un cursillo rápido, de cómo ser unos políticos en el menor tiempo posible. No tienen por qué decir nada, aunque hablen mucho.
De nuevo los periodistas colocados en el disparadero: podemos preguntar lo que queramos, que nos contestarán lo que les dé la gana. Y, a pesar de que somos conscientes de ello, también lo somos de que lectores, oyentes y espectadores querrán saber.
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1 comentario:
Interesante manera de ver la otra cara de la noticia. Manda güevos..
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