viernes, 1 de octubre de 2010

Más cine, por favor: Curtis dejó preñada a Marylin




Ambos con más de 80 años, y ambos se han fundido en negro. O en blanco, que el color de la eternidad nos es desconocido. Ambos eran cine y ya forman parte de la historia del cine. Uno, Bernard Schwartz, no quiso dejar de ser un niño que admiraba a Archibald Alexander Leach, verdadero nombre de Cary Grant, y el otro, Arthur Penn, terminó convirtiéndose en maestro adulto de toda una generación de directores cinematográficos.

Bernard se escapaba de su casa, y de los posibles golpes que le propinaba su madre, una esquizofrénica a la que le gustaba demasiado el bourbon, y se metía en el cine a ver las películas de su actor fetiche, Cary Grant, de quien llegó a copiar no sólo su manera de vestir y actuar, sino también la ambigüedad sexual que el genial intérprete de “La fiera de mi niña” o “Sucedió una noche” puso de manifiesto toda su vida desde el día en que se fue a vivir con Randolph Scott, otro de los intérpretes que tal bailaba y cuya vena (¿artística?) era confusa. A tanto llegó su admiración por Grant que, cuando ya era actor consagrado, imitó el acento de aquél en la celebérrima escena de la playa con Marylin Monroe en el film “Con faldas y a lo loco”, monumento cinematográfico donde los haya. Esa película sirvió también a los intereses de Bernard de seguir arrimando el ascua de su sardina al mundo gay, con tanto locoloca, como ya hizo cuando rodó “Trapecio” junto a Gina Lollobrigida y Burt Lancaster, de quien se dijo que había sido el amante de James Dean, joven que protagonizó tres películas en las que parecía estar estreñido, o como haría en otra mítica cinta, “Espartaco”, en la que pudiera parecer que Issur Danielovitch Demsky (léase Kirk Douglas) y Laurence Olivier, en sus papeles protagonistas, se disputaran los favores poético sexuales del guapo y culto esclavo al que Bernard daba vida.

Arthur pasará a la historia por haber inventado, o reinventado, la violencia en el cine con una sola película, “Bonnie and Clyde”, interpretada por su amigo Warren Beatty, el hombre de la sonrisa cuadrada, y la por entonces desconocida Faye Dunaway, de quien en mi pueblo decíamos que fallaba más que una duna en un camino, pésimos traductores nosotros. Pero, además de ello, fue el primer director que obligó a los actores a mirar directamente a cámara, y el que enseñó a políticos y hombres de empresa a enfrentarse a las audiencias de televisión, no sólo con el manejo de la mirada y los gestos, sino, sobre todo, con la dicción de frases cortas, concretas, y plenas de contenido. Así aconsejó a John Kennedy en su celebérrimo debate televisivo con Richard Nixon, que le abrió las puertas de la Casa Blanca. Kennedy puso de manifiesto la escasa telegenia de Nixon, que después llegó también a presidente de Estados Unidos y fue puesto de patitas en la calle por dos periodistas, Carl Berstein y Bob Woodward, que denunciaron el “caso Watergate”.

No se me olvida añadir que Bernard Schwartz ya está en la historia del cine con el nombre de Tony Curtis y que fue quien se atrevió a decir, oh, cuánta osadía, blasfemo, debe ser castigado, hasta dónde hemos llegado,que besar a Marylin en “Con faldas y a lo loco” había sido como besar a una piedra y no le había hecho sentir nada. (Miren a ambos en la fotografía junto al mismísimo Jack Lemmon, que no hace falta decir que, peluca aparte, era un hombre)

A pesar de fomentar su ambigüedad sexual, ese ser de la acera de enfrente del boulevard, Tony Curtis se casó seis veces y marcó muesca en mucha cacha de fémina fuera del matrimonio. En los últimos tiempos se dedicó a la pintura y a contar por escrito sus batallitas, a modo y manera de abuelo Cebolleta y crooner de Hollywood, en las que dio pelos y señales de la relación que mantuvo con Marilyn Monroe a la que dejaría embarazada. Pero, bueno, en qué quedamos, ¿la besaste sin sentir nada, pero luego la dejaste preñada? Según cuenta, fue la misma Marilyn quien se lo confesó a él y a su esposo, Arthur Miller, estando los tres juntos: “Yo estaba aturdido. Simplemente me quedé allí plantado. La habitación estaba tan en silencio que podían oírse los neumáticos chirriando sobre el Bulevar de Santa Mónica”.

Descansen en paz. Quiero decir que ojalá se cansen trabajando en el set de rodaje infinito.

1 comentario:

Unknown dijo...

Una delicia los tres. Como siempre.