lunes, 18 de octubre de 2010

Políticos ponen a ciudadanos en pelota para protestar contra los políticos


Ya no saben cómo llamar la atención, pero están en ello. Se afanan. Maquinan. Ponen el magín a trabajar, el caletre en ebullición, y sacan sus videos a la luz. No los consideran obras de arte, pero en su fuero interno tampoco dejan de pensar que pueden serlo. Es el caso del realizado por Ciutadans, Ciudadanos, C's, partido de Cataluña, encabezado por Albert Rivera, que ha presentado su campaña electoral a la Generalitat.

Hubo un tiempo en que cualquiera salía despelotado a la carrera por calles, campos de fútbol, cines, lugares de conciertos e, incluso, castillos medievales. Aquello, que tenía su punto de cachondeo, era el estríquin. En español, para entendernos. No hace mucho, y desde que el norteamericano Spencer Tunick se especializara en fotografiar en los lugares más dispares a cientos de personas vestidas como la madre de cada una las trajo al mundo, la desnudez ha sido considerada elemento de protesta.

O sea, en la actualidad se recurre al despelote para darle trascendencia, una a modo de carga sociofilosófica, y convertirlo en instrumento de concienciación del personal, da igual para lo que sea. Lo importante es tomar conciencia, de qué es lo de menos. Léase, dejarse llevar a cabo una comedura de coco (con c, no con ñ), pero con gente en pelota picada, que es una cosa mucho más formal y sesuda (con s, no con x).

Porque lo natural es que usted o yo, cuando estemos hasta ya te digo dónde de los políticos y todo cuanto son capaces de perpetrar, incluso de los de Ciudadanos, nos dejemos los colgameles al aire y salgamos a la calle en pos del líder, que ya se desnudó en su tiempo, pero ahora va de traje. Las mujeres dejarán al fresco las domingas y la almeja (la patata, en Cataluña). Todas y todos, no importa edad, ni estado y tersura del pellejo, tapándonos estratégicamente con las manos la respectiva pudendez, pondremos cara de alelamiento-capaz-de-cambiar-lo establecido mientras desfilamos y protestamos. Beatífica creencia esa respecto a la posibilidad de una revuelta ciudadana a pelo. Oh.

Y ¿contra qué se manifiestan tan concienciados ciudadanos? "Nos rebelamos porque queremos convivencia, no enfrentamiento. Nos rebelamos contra la corrupción y a favor de la transparencia democrática, nos rebelamos contra la crisis y a favor de una Cataluña próspera, más justa", se lee en un comunicado del partido. Eso de rebelarse, con b, está bien. Pero para conseguirlo tampoco hace falta revelarse, con uve, si implica ir por ahí con los solomillos al fresco, siquiera en metafóricas imágenes. ¿Que ayuda el hacerlo? No sé yo, no sé.

"Nos rebelamos contra la mediocridad, contra la corrupción, contra las imposiciones, por una Cataluña libre, abierta y moderna, por una Cataluña de todos", ha añadido el propio Rivera, firmante del comunicado, mediante el cual ha pedido a los ciudadanos que se "rebelen en las urnas". No quiero pensar la cantidad de personas a las que los mossos les van a impedir votar como se les ocurra aparecer desnudas en los colegios electorales. Y eso a pesar de que no hay ley alguna por la cual se pueda castigar a nadie por ir a plena desnudez por la calle. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo.

El video electoral de C's, en el que don Alberto encabeza tan singular cortejo, quiere marcar una continuidad con su llamativa campaña de 2006. Según ha explicado el director del invento, José Manuel Villegas (¿y éste por qué no se llama Joseph Manel?), "el primer desnudo de Albert llamaba a la reflexión y a la acción, y cuatro años después somos muchos más los ciudadanos que nos rebelamos contra el nacionalismo y contra una clase política que vive de espaldas a los problemas reales de los ciudadanos". ¿Estaremos asistiendo al nacimiento del nudismo como vanguardia capaz de quitar de en medio a tanto político? Ojalá.

Eduardo Mendoza dice que escribe novelas sólo para ver cómo terminan



Sí, es posible: los alumnos de colegios de monjas y de Hermanos Maristas también pueden ser premiados con el Planeta. Dicho sea a manera de prólogo, porque el ganador de esta edición, nacido en 1943, pisó las aulas de centros religiosos en su infancia y adolescencia. Había irrumpido en el panorama literario español en 1976, con “La verdad sobre el caso Savolta”, que obtuvo el Premio de la Crítica. Pero no es lo mismo.

Se sabía. Así suele ser en los últimos años. Aunque hubieran querido despistar con otros nombres como el de Javier Marías, o la mismísima Sara Carbonero, que, dicen, ha presentado obra al certamen, estaba cantado quién se llevaría el sustancioso bocado. Aunque alguien dijera que era una sorpresa, cuando Carmen Posadas dio lectura al fallo del jurado. Mucha rumorología, mucha quiniela de nombres, mucho esta vez será para tal o cual, mucho correveidile suelto, mucho elucubrador profesional, y mucha especulación para nada. Eduardo Mendoza ha sido galardonado con el Planeta, dotado con 601.000 euros, aunque se llevará unos 300.000 a la faltriquera, ya que mamá Hacienda exige su cuota de cariño.

Así las cosas, el premio, segundo en cuanto a dinero se refiere en el panorama literario universal, se aproxima lejanamente al Nobel, que lleva aparejada la grata compañía de 10 millones de coronas suecas, algo menos de 980.000 euros, pues no es bueno vivir del aire ni tampoco mantener a capa y espada lo del arte por el arte. No obstante, el considerado Nobel de la Literatura española es el Premio Cervantes, aunque su dotación económica sea de 125.000 euros, de los cuales el premiado percibe algo más de 60.000, una vez dado el tijeretazo en impuestos.

La novela, que será publicada bajo el título “Riña de gatos”, es la triunfadora de la edición número 59 del Planeta, que se da al final de una cena de esas en las que se recibe a los invitados con larga alfombra (azul, no roja) y copa de cava. Los miembros del jurado, integrado por Alberto Blecua, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs, Carlos Pujol y Ángeles Caso, que sustituyó a Álvaro Pombo en esta edición, deliberaron sobre cuatro novelas y se decantaron finalmente por la de Mendoza, que la presentó con el título de “La muerte de Acteón” y bajo el seudónimo de Ricardo Medina. En la presente edición optaban al premio 509 obras, de las cuales la mitad procedían de España, y una cuarta parte de Latinoamérica.

¿Acaso cada uno de los 7 componentes del jurado se lee 73 novelas? Particularmente, y sin duda alguna, creo que no. Me alineo entre quienes consideran que todos estos premios están dados de antemano, según baremos perfectamente definidos y con la ayuda de estudios de mercado. Los encargados de otorgarlos se equivocan con frecuencia en la elección del premiado, pero también cometen algún acierto. Es lo que ha ocurrido en esta edición.

La valenciana Carmen Amoragas, nacida en 1969, quedó finalista con “La primera vez no te conocí”, presentada con el seudónimo de Lord Jim. La protagonista de la novela es una mujer cuya hija ha sufrido un accidente de coche, algo que la lleva a recordar el pasado y las turbulentas relaciones que mantuvo con la joven. Amoragas recibió el Premio de la Crítica Valenciana por “La larga noche” y quedó finalista del Nadal por “Algo tan parecido al amor” en 2007.

La novela de Mendoza, que vuelve a poner de manifiesto en sus páginas la maestría del autor para servirse del humor a la hora de relatar aconteceres serios, transcurre en Madrid. El protagonista es Anthony Whitelands, un joven inglés experto en pintura española antigua que viaja a España para valorar los cuadros de un aristócrata. El joven se encuentra con una capital en la que conoce a José Antonio Primo de Rivera, donde se palpa el ambiente previo a la Guerra Civil y en la que deberá autentificar y tasar un cuadro atribuido a Velázquez. Si a ello añadimos que Whitelands se verá envuelto en una trama de corte político policial en la que intervienen tres generales, que resultan ser Sanjurjo, Queipo de Llano y Franco, nos podremos hacer una mejor idea del contenido de “Riña de gatos”.

Con tal argumento, atravesado de parte a parte por una ironía de la mejor estirpe, el autor que puede ser considerado como uno de los grandes cronistas de la convulsa historia de Barcelona, la ciudad donde nació, obtiene el Premio Planeta con un tema que no había abordado hasta la fecha: la contienda fratricida de 1936.

Mendoza, quien asegura que “escribo novelas sólo para ver cómo acaban”, dijo, tras recoger el premio, que "no tiene mensaje político, sino trasfondo político. No es una novela sobre la Guerra Civil, sino de intriga, que toca sobre todo dilemas morales". También manifestó que "tenemos que asumir la Guerra Civil entre todos, porque ahora también hay una generación de nuevos lectores jóvenes a los que les interesa mucho."

La obra premiada lleva nuevamente a este hijo de fiscal y ama de casa al terreno de la novela que puede considerarse seria, aunque en “Riña de gatos” no renuncia al humor como ingrediente fundamental. Mendoza tiene una capacidad asombrosa para la parodia. No puede esperarse menos del autor de “Sin noticias de Gurb”, que cuenta la historia de un extraterrestre perdido en Barcelona, y que puede ser el libro que más ha hecho reír en España en los últimos 30 años.

Abogado que abandonó el ejercicio de la profesión en 1973 para irse a Nueva York como traductor en la ONU, saltó a la fama con “La verdad sobre el caso Savolta”, escrita en 1975 y considerada por muchos como la precursora del cambio que daría la sociedad española y como la primera novela de la transición democrática. Narra el panorama de las luchas sindicales de principios del siglo XX y muestra la realidad social, cultural y económica de la Barcelona de la época.

Eduardo Mendoza comenzó con “El misterio de la cripta embrujada”, publicada en 1979, una trilogía protagonizada por un personaje peculiar, de nombre desconocido, encerrado en un manicomio, que siguió con “El laberinto de las aceitunas”, de 1982, y a la que puso fin “La aventura del tocador de señoras”, que estuvo en la librerías en 2001. La tres obras componen un verdadero mosaico de parodia del género policiaco en las que nombres (Pepito Purulencias, Viriato, Magnolio), empresas (El Caco Español S.L.) y situaciones, que conviven y se desarrollan en diferentes tramas, consiguen provocar la sonrisa cómplice del lector.

En “La ciudad de los prodigios”, publicada en 1986, Mendoza hace un retrato vivo de la evolución de Barcelona entre las exposiciones universales de 1888 y 1929. Sin ser una novela histórica, y a través de un joven de origen humilde que consigue convertirse en uno de los hombres más ricos e influyentes de España, la obra muestra la evolución completa de una sociedad desde su estancamiento inicial hasta su desarrollo industrial, económico y social. La novela fue adaptada al cine en 1999, en la película de título homónimo, dirigida por Mario Camus e interpretada entre otros por Olivier Martínez y Emma Suárez.

Si alguien quiere conocer el humor corrosivo, inteligente y necesario de Eduardo Mendoza, además de las peripecias de Gurb, no puede dejar de leer “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, publicada en 2008. Ambientada en Oriente Medio, en el siglo I de nuestra era, la novela le pondrá al día de cómo un filósofo romano es contratado por el mismísimo niño Jesús para que investigue y salve de la pena de muerte a su padre José, condenado por el asesinato de un rico ciudadano. La obra, escrita según el género epistolar, vuelve a tomar a pitorreo hasta límites insospechados al género de novela negra, en un contexto histórico claramente distorsionado por los hechos que se relatan. Los amantes del esperpento y la astracanada, dicho sea en homenaje a Valle Inclán (1866-1936)y a Pedro Muñoz Seca(1879-1936), verán colmados sus deseos.

A un autor que con su Pomponio Flato lanza diatribas contra las sobrevaloradas y pseudotodo “El ocho”, de Katherine Neville o “El código Da Vinci”, de Dan Brown, hay que darle un premio. Sin lugar a dudas. Ha ganado el Planeta. O, por mejor decir, ha sido el Planeta quien ha ganado a un escritor que lo merecía.

La vida no vale nada: cómo morir ante la indiferencia general



La vida no vale nada // cuando otros se están matando // y yo sigo aquí cantando// cual si no pasara nada. Son versos que forman parte de una hermosa canción de Pablo Milanés, escrita en 1975. Un himno a la solidaridad humana. Sucede sin embargo, y los hechos se empecinan cada día en demostrarlo, que la vida no vale nada. Sólo en Caracas, la capital de Venezuela, fueron asesinadas 19.000 personas durante el año pasado. En la mejicana Ciudad Juárez o en la colombiana Medellín los muertos en tiroteos, ajusticiamientos o venganzas se cuentan también por miles. Anoten un dato: en esta última se pueden encontrar cadáveres en cualquier lugar, salvo en el Metro. Los habitantes de la localidad se muestran tan orgullosos de sus instalaciones que en ellas no tiran siquiera un papel. Tampoco, claro, asesinan a nadie.

A las estaciones de ferrocarril de ese inmenso país que es la India, el de mayor índice de pobreza del mundo, las gentes no van sólo a coger el tren. Ni siquiera llegan con la idea de hacer un trayecto. Miles de personas van a ellas a morir. No tienen otro lugar desde donde emprender el último viaje. Los andenes se convierten en cementerios de los que cada día sacan a decenas de cadáveres, que son arrojados a fosas comunes.

La vida no vale nada. Y vale menos aún si Internet se encarga de mostrarlo en video. Una estación del Metro de Roma ha sido el lugar donde Maricica Hahaianu, enfermera rumana de 32 años, cayó al suelo y se fracturó el cráneo tras ser golpeada por Alessio Burtone, un joven de 20 años, considerado “un buen chico” por sus vecinos, pero que tenía antecedentes violentos. No sería tan bueno. Allí permaneció tendida, en medio de la indiferencia de los paseantes. Cada cual a sus asuntos, ninguno en el de nadie. La mujer, que quedó en coma irreversible, murió en el hospital una semana después de recibir el puñetazo en el rostro. Ambos habían discutido en la estación de Anagina porque, al parecer, el individuo no había respetado la fila para comprar un billete.



¿Quién de los dos, ella o él, él o ella, "toca" primero a la otra persona tras las frases que se cruzaron? Da igual. Después de contemplar las imágenes, el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, expresó su vergüenza por la indiferencia de los paseantes y se mostró a favor de denunciar a las personas que no intervinieron, además de la inmediata detención del agresor y su ingreso en prisión. Palabras y más palabras.

Por su parte, el agresor, que vio perfectamente cómo la joven se derrumbaba a consecuencia del puñetazo y quedaba inerte en el suelo, manifestó tras ser detenido que "estoy consternado, pido humildemente perdón". Más palabras. La vida no vale nada.

viernes, 15 de octubre de 2010

No habrá 33 cruces en el desierto de Atacama




La tierra parió a los hombres. Como si fueran los minerales que ellos mismos arrancan de sus entrañas. Ante la mirada de 1.000 millones de personas en todo el planeta, algo que no había ocurrido ni con la llegada de Armstrong, Aldrin y Collins a la Luna, entonces no existía Internet, ni más recientemente con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York. La tecnología posibilitó que asistiéramos a ese parto con imágenes prácticamente imposibles desde lo más profundo del desierto de Atacama. La pequeña cámara conectada con una red de fibra óptica y manejada por control remoto desde la superficie lo hizo posible.

Todos sentimos algo en nuestro interior cuando cada minero abandonaba el entierro metido en un artefacto, al que los técnicos dieron el nombre de “cápsula”, con el simpático añadido de Apolo XIII, por compararla con las utilizadas en viajes espaciales, pero al que los mineros, más parcos y concretos en sus palabras, menos dados al florilegio y la metáfora, llamaban “la jaula.” Todos habían salido. Chile descorchó su corazón. Y el mundo brindó con él.

Confieso que hace mucho tiempo que no seguía un acontecimiento informativo en directo durante tantas horas y con tal emoción. Podría acusarme a mí mismo de haber querido vivir hacia atrás, crecer hacia el pasado. No lo sé. Pero puedo asegurar que sentía un escalofrío al oír el grito de echeí, eleé, chi, chi, chi, le, le, le, los mineros de Chile. Asociaba esas muestras de alegría, esos vítores, a una serie de hechos de signo completamente opuesto, pero que me condujeron a mi primera época universitaria.

Era el 11 de septiembre de 1973 y los estudiantes chilenos gritaban echeí, eleé, chi, chi, chi, le, le, le, Universidad de Chile. En las calles los tanques y soldados de Pinochet cercaban el Palacio de la Moneda, la sede de la Presidencia del Gobierno, en la que Salvador Allende, chaqueta y pantalón de paisano, casco de combate y fusil Kalashnikov en la mano, pretendía resistir el golpe de Estado. Había dado comienzo una época siniestra para el país andino, por fortuna, esa sí, bien enterrada.



“Viva Chile, mierda”, gritó el presidente Sebastián Piñera, poco después de hablar con Luis Urzúa, topógrafo, jefe de turno, el último minero en llegar a la superficie, el que había ejercido de jefe también en las profundidades, el que supo mantener la calma durante los primeros 17 días de entierro, cuando no sabían si podrían rescatarlos, el que distribuyó la comida en ese tiempo (una lata de atún para 3 mineros cada 48 horas), el que impuso su autoridad sobre quienes querían haber emprendido acciones para poder escapar, el que decidió que tenían que vivir en el trayecto subterráneo existente entre el taller y el refugio de la mina. Junto a un camión y dos camionetas. A una temperatura de 40 grados con un 89 por ciento de humedad. Enterrados en vida por el corrimiento de una roca de 700.000 toneladas de peso, 700 millones de kilos, según los cálculos realizados.

Urzúa Iribarren, apellidos vascos donde los haya, manifestó que “Dios hace las cosas por algo”, que esperaba un Chile mejor a partir de lo ocurrido, y entregó “la jefatura del turno” al presidente. Éste, tras aceptarla, dijo lo que cualquier presidente hubiera dicho: que hay un Chile antes y después de la tragedia, que el país es más respetado en el mundo, que los problemas en la minería se van a arreglar, que van a luchar por solucionar los de la sanidad, educación, empleo, drogadicción… y demás letanías habituales en estos casos.

Piñera, multimillonario, la segunda fortuna de Chile, máximo mandatario del país desde marzo de este año, el primero de derechas elegido democráticamente desde 1958, ha debido enfrentarse en tan corto periodo de tiempo al terremoto con tsunami y al suceso de la mina de San José. Ha salido con bien de ello, parece tener buena estrella.

A buen seguro, la práctica totalidad de quienes estuvieron pendientes de las pantallas de televisión o de ordenador (Internet ha vuelto a ser cordón umbilical de un acontecimiento de interés mundial) lo hicieron movidos por el deseo de un final feliz, pero no dudo de la existencia de quienes desearían haber visto algún fallo, cualquier renuncio, alguna dificultad añadida a las labores de rescate. Y es que el morbo tira mucho.

Pero no. El salvataje o el rescataje, por usar términos empleados varias veces por los locutores de las televisiones chilenas que sintonicé (la Televisión Nacional, encargada de proporcionar imagen y sonido al resto el mundo, y Canal 13) terminó con éxito. Mineros y rescatistas-rescatadoresencargados de bajar a por ellos fueron sacados sanos y, naturalmente, salvos. Todos dejaron atrás la mina. Al fondo, muy al fondo.

Esperanza ha sido la palabra más repetida durante todo este tiempo. Esperanza en el exterior, pero, sobre todo, en las entrañas de la tierra. Dicen los mineros que se aferraron fuertemente a ella cuando no oían señal alguna de que les estuvieran tratando de localizar. Hasta que retumbó el primer martillazo mecánico cerca de donde se encontraban. Ese día volvieron a escuchar, y a cantar en grupo, la canción que ha sido su preferida hasta ver la luz. Una que habla también de esperanza: “Ojalá que llueva café”, de Juan Luis Guerra.

En la mina San José no han quedado 33 cruces como recuerdo de una tragedia, sino la alegría de un rescate realizado a la perfección. La mina, en palabras del presidente, “no volverá a abrirse si no se garantiza la seguridad y la vida de los trabajadores”. Son necesarios tantos millones de dólares para ponerla nuevamente en funcionamiento, además de los casi 20 que adeudan los propietarios a los bancos y cuanto hayan de pagar en concepto de sueldos atrasados y de indemnizaciones por demandas interpuestas, que el conducto de 622 metros de largo por 66 de ancho parece ser el último agujero que se haya abierto en ella.

Hemos presenciado abrazos, sonrisas, lágrimas de alegría, la emoción a raudales de los vueltos a la vida con quienes les esperaban al pie del malacate, que es como llaman en los pueblos mineros de Huelva al mecanismo que hacía subir la jaulacápsula. Los giros de la rueda eran el signo de que todo funcionaba bien. Hemos podido comprobar que los niños chilenos ríen, hablan y juegan como niños. Pero también que las mujeres de los mineros están pasadas de ingesta de alimentos, dicho sea lo más eufemísticamente posible. Las hemos visto con la belleza que da la alegría en el rostro y el haber pasado por la peluquería horas antes, pero la mayoría, por sus rasgos indígenas, su escasa altura y su mucha carne corporal, me parecían Rigoberta Menchú, la guatemalteca Nobel de la Paz en 1992.

Se ha dicho que varios de los mineros mantenían una vida de promiscuidad sexual, léase que estaban casados pero no renunciaban a las amantes. Uno de ellos es Yonni Barrios, de 50 años, a quienes sus compañeros llaman “el doctor”, porque, conocedor de primeros auxilios, se encargó de vacunar a los demás contra difteria y tétanos y de controlarles la hipertensión y las infecciones. Había pedido que su mujer y su amante le esperaran a la salida. La esposa, ofendida, declaró a una televisión que “no voy a ir porque ha invitado a la otra. Yo tengo decencia: o ella o yo”. A Yonni lo abrazó su querida.

Todos dan por seguro que no volverán a ser los mismos hombres que entraron a su trabajo aquel 5 de agosto. Una de las mujeres, la de Raúl Burgos, dijo que “yo tampoco soy la misma mujer que él dejó acá. Ahora tenemos por delante la tarea de volver a enamorarnos.” Hermosa reflexión.

Hinchas de equipos de fútbol chilenos, 22 de ellos del Colo Colo, cuya bandera mostró uno de los rescatados, pudieron ver en las profundidades el partido disputado por las selecciones de Chile y Ucrania, que les fue comentado por Franklin Lobos. El ex jugador de Cobresal en los años 80, que se retiró en 1995 y al que los aficionados apodaban “Gargamel", como el malo de los Pitufos, era el conductor del camión que llevó a los trabajadores al interior de la mina el pasado 5 de agosto. Cuando la Fénix lo devolvió a la superficie, su hija le entregó un balón al que le dio algunos toques. Después dijo que había ganado el partido más duro de su vida. Lobos e Iván Zamorano, ex futbolista chileno que tuvo éxito como delantero del Real Madrid, quieren organizar próximamente lo que llaman una pichanga (nada que ver con pizza italiana ni con picha española), nuestra pachanga, un partidillo entre rescatadores y mineros. Hasta el presidente quiere jugar, "y quien pierda vuelve a la mina".

Hubo mineros que no quisieron protagonismo durante el encierro. Quien más se negó a que supieran de él fue Florencio Ávalos. Capataz, el segundo en autoridad después del jefe de turno, a pesar de sus escasos 31 años, Ávalos fue elegido por sus compañeros para salir el primero. ¿Cómo había conseguido no aparecer en los videos que habíamos podido contemplar realizados en las profundidades? Supo quitarse de en medio porque se encargó de manejar la cámara. Arriba expresó su deseo de que una tragedia como la que le ha tocado vivir no vuelva a ocurrir. Ávalos fue el hombre que dio las características del derrumbamiento y cuantos datos le pidieron desde superficie para hacer más fácil el camino de la perforadora.

¿Y ahora qué? Algunos de los rescatados encontrarán otros trabajos, pero el resto tendrá que volver a una gran hoyanca para poder ganarse el salario. A Mario Sepúlveda le han ofrecido trabajo relacionado con la seguridad laboral. Fue el animador, comentarista, locutor de cuantas imágenes llegaban desde el interior. Ha ocupado primeras páginas de diarios, así como cortes de radio y escenas de televisión de todo el mundo. Su vuelta a la vida con gestos de alegría, abrazos, gritos y reparto de piedras con algo de oro, no sólo con cobre, quedarán para la posteridad. Nadie podrá olvidar su excepcional estado de ánimo tras 70 días enterrado. Comentó que había vivido una pelea, que había peleado con Dios y el diablo, pero que, finalmente, se agarró de la mano buena, la de Dios. Dijo no querer que le traten “como a un artista o a un periodista, sino como lo que soy, un trabajador, un minero”.

Hay quienes están dispuestos a vender las exclusivas de declaraciones y fotografías. Ya conocen la manera. La hija de uno de ellos, Ariel Ticona, nacida durante el enterramiento y que lleva el nombre de Esperanza, por expreso deseo de su padre, puede haber traído un buen dinero bajo el brazo. Por una fotografía con la pequeña le ofrecieron a su madre 32.000 euros, que son 20 millones de pesos chilenos. La mujer ha aprendido pronto que puede hacer negocio con lo acontecido y ha dicho textualmente que “la foto será para quien más dinero dé por ella”.

Fue el propio Ariel Ticona quien se encargó de las comunicaciones “desde allá abajo”. Cuando llegó a la superficie traía en sus manos un teléfono. Rudimentario, tal vez demasiado simple en su forma y conjunto de materiales, pero que fue el que permitió mantenerlas. Lo había diseñado Pedro Gallo, a quien Ticona se abrazó y entregó el artefacto, hecho llegar al interior de la tierra a través de la sonda por la que proporcionaban alimentos y materiales a los mineros. Gallo ha sido el hombre, trabajador autónomo, que se ofreció para mantener comunicados a los enterrados con el mundo exterior. Nadie creía en él, pero demostró que podía hacerlo. Y lo hizo.

Si todo sigue como hasta ahora, los mineros van a tener que contratar abogados que les redacten los contratos porque empiezan a llegarles ofertas para anunciar determinados productos. Les han ofrecido ser imagen de una cerveza de nombre “Kamikaze” y de unas pastillas para mejorar la potencia sexual. Sin quererlo, o quizás sabiéndolo, han hecho una impagable campaña publicitaria de las gafas norteamericanas Oakley, esas que cubrían sus ojos para preservarlos de cualquier daño tras tantos días sometidos a la luz artificial.

No dudo que Hollywood ya piensa en una película sobre todo lo sucedido desde el pasado día 5 de agosto. Y sé que hay varias editoriales que han ofrecido dinero a Víctor Segovia por lo que ha escrito durante ese tiempo. A sus 48 años, padre de 5 hijas, y que va a ser abuelo por tercera vez, este hombre separado, pero que puede reconciliarse con su ex esposa, ha llevado un diario completo de lo sucedido en el interior de la mina. Dice que echaba mucho de menos su guitarra “para poder haber cantado algo” y que se puso a escribir “para que nadie olvide lo que ha pasado”. Segovia, que se refiere a la mina como “el matadero humano”, escribió, entre otras cosas que “aquí todo cruje, no sé como no nos volvemos locos”, “me da miedo esta soledad”, “parece que estamos en un asado” y, cuando dudaba de que alguien pudiera encontrarlos, “gracias por hacerme sentir un héroe, si salgo de aquí”.

Los fríos números, y los números para hacer cábalas coincidentes, dicen que el operativo de rescate ha costado unos 25 millones de dólares. Que los 33 mineros fueron ayudados por Dios, que tenía 33 años. Que 33 días tardó la perforadora en llegar hasta donde estaban. Que los rescataron el día 13 del 10 del 10, cifra cuya suma es 33. Que el rescate ha coincidido con el día en que en 1972 se estrelló en el glaciar Las Lágrimas, de poético nombre, a 3.000 metros de altura en la cordillera de los Andes, el avión que transportaba desde Uruguay hasta Santiago de Chile al equipo de rugby de Old Boys, que iba a disputar un partido contra el Stella Maris local, así como a familiares y acompañantes. De las 46 personas que viajaban en el avión, se salvaron 16, que fueron rescatadas 72 días después, el 22 de diciembre. Perdidos entre hielos eternos, comieron carne de los compañeros muertos para sobrevivir.

En tantas horas de discursos, comentarios, agradecimientos y recuerdos he echado en falta alguna referencia a dos personas. Han sido quienes, desde que se inició el primer movimiento de sus válvulas hidráulicas, manejaron la perforadora que abrió el agujero salvador. Se trata de los norteamericanos Matt Stafeard y James Stefanic. Buen trabajo. Hay que felicitarlos junto a todos los demás, dicen que 500, que intervinieron en el rescate.

Cuando Manuel González (don Manolo, le llamaba el presidente), primer rescatador que bajó a la mina y última persona en subir, abandonó el lugar sin apagar la luz ni cerrar la puerta, terminó ese viaje al centro de la Tierra que habría hecho las delicias del mismísimo Julio Verne. La luz se apagaría cuando se acabara el combustible que alimentaba el generador.



El máximo mandatario de Chile puso la tapa sobre el agujero por el que la tierra devolvió a quienes había engullido. Así se cerraba la operación de rescate. Quedan en el aire muchas preguntas, muchas investigaciones por hacer, muchas querellas pendientes, muchas promesas y muchos esto no se olvidará. Pero ¿cuántos noseolvidará quedaron olvidados en pocos días? La trituradora de la información seguirá devorando acontecimientos y relegándolos al archivo de los recuerdos. No obstante, y aunque el campamento Esperanza, donde llegaron a convivir 2.500 personas, se quede vacío, en él podría levantarse un monumento que recuerde todo lo acontecido en la mina San José.

Del siniestro agujero, además de los 6 rescatistas, salieron 34 mineros. A uno de ellos no pudimos verlo, pero todos, rescatados, rescatadores, familiares y autoridades, se referían a él. Debió ser el encargado de afianzar con maderas las galerías por donde han podido moverse durante los 70 días de encierro. Era el carpintero del grupo, que quiso pasar desapercibido, y se marchó a cualquier otro lugar donde reclamaban sus servicios.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los 33 mineros, que deberán "volver a estar vivos", han sido adiestrados para no contestar preguntas


Los 33 mineros chilenos que llevan desde el pasado 5 de agosto atrapados en la mina San José están a punto de terminar su estancia en los infiernos. Esos hombres a quienes les han ido enseñando estos días desde cómo superar la ansiedad, que ellos mismos dicen sentirla mayor a medida que se acerca su rescate, hasta la manera de acostumbrarse a tan altas temperaturas y grado de humedad por un prolongado periodo de tiempo, deberán enfrentarse a la burocracia, una vez pasados los preceptivos reconocimientos médicos y después que se hayan reencontrado con la vida fuera de la profundidades de la tierra. ¿Alguien les ha hablado de eso? Vivir para ver. Decía Pablo Neruda, un chileno universal, que “nosotros, los de antes, ya no somos los mismos”. Pero los mineros no han podido cambiar de identidad. De cualquier modo, no sólo les espera la realidad, que no tendrá por qué ser igual a como la hayan soñado estos días de oscuridad obligada, sino también la cantidad de cosas absurdas que aquella conlleva y que habrán de soportar.

Las cosas son como son, no como debieran serlo. Por ello tendrán que reinscribirse en los archivos legales para recuperar el estatus de personas vivas y dejar de constar como desaparecidos. Así, volverán a registrar sus huellas dactilares, según explicó Luis Mardones, el prefecto de la Policía de Investigaciones de Chile. Sólo de esa manera cesarán las investigaciones sobre ellos y se les declarará oficialmente vivos.

Cuando estuvieron seguros de que iban a ser rescatados, cuando vieron la cabeza de la perforadora entrar en la galería donde se encuentran, cada uno de los mineros pidió ser el último en salir. No por hacer suya la metáfora náutica de que el capitán es el último en abandonar el barco, sino por un egoísmo más humano, menos poético, de ser el hombre que más tiempo haya pasado enterrado antes de ser rescatado con vida.

Si Billy Wilder nos dejó con “El gran carnaval” una de las películas más caústicas de cuantas se han filmado hasta la fecha, no cabe duda que la odisea de los mineros chilenos no dejará a Hollywood de brazos cruzados. La operación de rescate se va a transmitir en absoluto directo. Unos 2.000 periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión esperando la salida de alguno de los mineros, unas primeras palabras, un simple comentario, una imagen, algo que llevarse a las incansables fauces de los medios de información, dejan constancia de la importancia mediática del acontecimiento. Y la meca del cine no va a permitirse el lujo de no exprimir filón tal.

Si en la película de Wilder se ponía de manifiesto el modo en que un periodista, con la ayuda del sheriff de la localidad, consigue retrasar el rescate de un minero para obtener beneficios profesionales y económicos, esta vez no se va a prolongar la estancia de los enterrados en la mina por cuestiones ajenas a la propia operación de sacarlos, pero a buen seguro que los guionistas aprovecharán los enfrentamientos que han mantenido los mineros durante estos días, que no todo ha sido amistad, solidaridad y compañerismo, las conversaciones no conocidas hasta ahora, y algunas de las miserias que hayan podido acontecer en un grupo liderado por el topógrafo Luis Urzúa, el hombre capaz de mantenerlos unidos.

Por algo será que, además de enseñarles cómo deberán afrontar el reencuentro con sus seres vivos y queridos, haciéndoles comprender que ni la amistad ni el sexo tienen por qué volver a ser iguales después de la terrible odisea que han debido soportar, de recalcarles que los homenajes pueden ser contraproducentes, y de advertirles sobre el significado de cuantos agasajos van a tener, les han dejado muy clara la manera de defenderse de los periodistas.

Los días bajo tierra les han servido también para que desde la superficie les fueran aleccionando sobre cómo no contestar a preguntas de la prensa, precisamente para evitar dudas a la hora de responder. Les han dicho que hablen de lo que les parezca sin necesidad de referirse a lo que les hayan preguntado. O sea, les han impartido lecciones urgentes, un cursillo rápido, de cómo ser unos políticos en el menor tiempo posible. No tienen por qué decir nada, aunque hablen mucho.

De nuevo los periodistas colocados en el disparadero: podemos preguntar lo que queramos, que nos contestarán lo que les dé la gana. Y, a pesar de que somos conscientes de ello, también lo somos de que lectores, oyentes y espectadores querrán saber.

martes, 12 de octubre de 2010

Alexandre, en el cine de las sábanas blancas



Lo que más le gustaba en la vida eran las mujeres y los percebes. Los crustáceos, no los imbéciles, aunque estos sean más abundantes, que para algo era hombre refinado y de buen gusto, y persona que quiso, al recibir un premio en 2008, agradecer que su nombre “se haya unido a la palabra que más admiro de la lengua castellana: la cultura".

La estrella -- y la inconfundible voz-- de Manuel Alexandre Abarca se ha apagado hoy, a sus 92 octubres, en una clínica madrileña. Nació un 11 de noviembre de 1917. Si hubiera venido al mundo en Estados Unidos, como si allí hubieran nacido Fernando Fernán Gómez (1921-2077), José Luis López Vázquez (1922-2009), José María Rodero (1922-1991), José Luis Ozores (1923-1959), Pepe Isbert (1886-1966), Manolo Morán (1905-1967, Agustín González (1930-2005), Antonio Ozores (1928-2010), y recurro al etcétera, sería recordado como uno de los grandes. En los obituarios de la prensa de hoy ya se le cuelga el sambenito de “actor secundario”. Se le añade “de oro”. Como si eso viniera a hacer justicia al hombre que intervino en más de 300 películas, así como en obras de teatro y series de televisión. Al hombre que dio vida al humilde, al iletrado, al solitario, al bondadoso, al emprendedor, al engañado, al poderoso, al jornalero, al inconforme, y a tantos otros estereotipos. Somos unos desagradecidos. A vueltas con lo mismo de siempre, y tiro porque me toca.

Convencido de que su éxito como actor se debía al azar, no al talento, decía que iba al Café Gijón de Madrid, que era su segunda casa, a su tertulia, a sus charlas y divertimentos, desde hacía casi 70 años. Que lo hacía porque allí tomaba café y se encontraba con algún conocido. Cada día menos, es cierto, porque era prácticamente el último representante de una saga de grandes actores, cuyo recambio no se adivina en nuestras pantallas. Le brillaban los ojos cuando recordaba sus visitas al cine Encomienda, donde leía los letreros de las películas mudas a una viejecita. O cuando hablaba de su formación como fontanero, el oficio de su padre. Y de la guerra, del teatro, donde conoció a su "hermano", Fernando Fernán-Gómez, con quien fue por primera vez a las tertulias del Café Gijón en el año 42. Contaba que era actor por el propio Fernán Gómez, “a quien oí recitar unos versos en la escuela de Carmen Seco. No había visto nunca a nadie antes leer así poesía. Desde entonces yo ya no recito".

Manuel Alexandre, Manolito le llamaban sus amigos, comenzó a estudiar Derecho, pero dejó la carrera para centrarse en Periodismo, estudios que también abandonó al estallar la Guerra Civil. Quiso ser escritor, hizo sus pinitos en el folio en blanco cuando corrían los años cuarenta, y al Gijón se acercó en busca de editor que le apadrinase en el mundillo de la literatura. No tuvo la suerte con las letras que sí le vino de cara a Fernán Gómez, quien dejó constancia de ello en “El tiempo amarillo”, su libro de memorias, pero sí se encontró con las puertas abiertas del mundo del espectáculo, en donde se abrió camino rápidamente interpretando papeles que hubiera querido crear como autor. Finalizada la contienda, dio clases de declamación en el Real Conservatorio de Madrid, compartiendo aula con el propio Fernán Gómez y Rafael Alonso (1920-1998), otro de los grandes actores españoles.

"En España no se puede elegir papeles porque si no se pasaría mucha hambre", explicaría Alexandre, que participó en numerosas comedias de las apodadas 'españoladas' o cintas colindantes con el 'destape' como 'Tocata y fuga de Lolita'.

Pero ni cine ni televisión le gustaban demasiado, él fue siempre un hombre de teatro. "No suelo ir al cine, lo que me gusta de verdad es el teatro, una rareza de un hombre joven como yo", reconocería entre bromas en sus últimos años de vida.

"He hecho 312 películas y siempre me lo he pasado muy bien. En mi profesión, me ha gustado hacerlo todo muy sencillo pero muy distinto", manifestaba hace un año. Sencillez, discreción y ductilidad fueron adjetivos que se ajustaban al que, por justicia, se convirtió en uno de los mejores "robaescenas" del cine español.

Había debutado en 1945 sobre los escenarios (decía que guardaba el primer duro que ganó por ese trabajo) y, en 1953, en la gran pantalla con "Bienvenido, Mr. Marshall", de Luis García Berlanga, quien lo convirtió en un habitual de su filmografía a través de títulos como "Calabuch", "Los jueves, milagro", "Plácido", "Tamaño natural", "Todos a la cárcel" y "París-Tombuctú".

Los otros dos nombres fundamentales en su carrera fueron Fernando Fernán Gómez y José Luis Cuerda. Con el primero trabajó en "Fuera de juego", "Pesadilla para un rico" o "Lazarillo de Tormes". Con el director Cuerda exploró, y explotó, su veterana maestría en "El bosque animado", "Amanece que no es poco", "La marrana" o "Así en el cielo como en la tierra".

Otros títulos clásicos de la filmografía española que también contaron con la presencia de Alexandre fueron "Calle Mayor", de Juan Antonio Bardem, "Extramuros", de Manuel Picazo, "Madregilda", de Francisco Regueiro, "El año de las luces", de Fernando Trueba, y optó al Goya al mejor actor por "Elsa y Fred" en 2005.

Su infatigable dedicación a la profesión no hizo descender su ritmo de trabajo en el siglo XXI.Títulos destacables de este periodo son “El caballero Don Quijote”, de Manuel Gutiérrez Aragón, “Cabeza de perro”, de Santiago Amadeo, “Incautos”, de Miguel Bardem, o “¿Y tú quién eres?”, en la que, a las órdenes de Antonio Mercero y junto a José Luis López Vázquez, interpretó a un enfermo de Alzheimer. Él, cuyos compañeros envidiaban la facilidad que tenía para aprenderse los guiones.

Sobre los escenarios teatrales representó títulos como “Luces de Bohemia”, “Madre coraje y sus hijos”, con la compañía de Lluís Pacual, así como ya al final de su carrera la versión teatral de “Atraco a las tres”.

Gracias a la televisión y a la popularidad del espacio Estudio 1, también colaboró en la difusión de grandes obras teatrales como “Eloísa está debajo de un almendro”, “La venganza de Don Mendo” o “La fierecilla domada”.

Medalla del Mérito de las Bellas Artes en 2002, Goya de Honor en 2003 y merecedor de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio en 2009, quién le iba a decir que, defensor de la República en Madrid, en el batallón del general Miaja, su última gran interpretación sería la del general Franco en “20-N”, la serie de televisión.

Cuando yo era niño, algunas veces de las que decía que quería ir al cine, mis padres o mis abuelos me contestaban: “Vamos a ir, pero al de las sábanas blancas”. No lo entendía muy bien. Después supe que se trataba de ir a la cama. A dormir. Alexandre se ha quedado dormido. Y se ha ido a ese cine. Al cine. Para seguir disfrutando de él.

También el piano se hace lluvia



- ¿Tú no habías estado aquí con él?
- No, no había venido hasta hoy.
- Creí que me dijiste que te invitó una tarde y estuvisteis bebiendo y charlando.
- No te he dicho nada de eso.
- Pues me pareció…


Era la conversación entre dos hombres, amigos de un tercero, que se hallaban en el apartamento de éste último un día después de que falleciera, el 1 de julio de 1925. Habían pasado 27 años desde que el muerto se instalara en él. Ninguna, de entre todas las personas con las que se relacionaba, había accedido allí en todo ese tiempo, según se pudo saber después. El lugar, más que una minúscula vivienda con espacio para pocas cosas, parecía una tumba milenaria o el escenario de una película de terror, sin luz y lleno de polvo y telarañas. Suciedad en una colección de paraguas, más de cien, la mayoría sin haber sido usados. Suciedad en siete trajes de terciopelo y algunas camisas. Suciedad en la cama, cuyas sábanas parecían ser las únicas que la hubieran cubierto. Suciedad en la mesa, las dos sillas y la pequeña estantería. Suciedad en las cajas y bolsas donde hallaron partituras escritas por el difunto. Suciedad hasta en la misma suciedad. Suciedad por todas partes, incluso envolviendo el piano, que parecía no haber sido tocado en años.

Entonces, ¿en qué piano había compuesto su música? Nadie lo supo. Y nadie lo sabe hoy día, a pesar de los estudios que se han dedicado al autor. ¿Podía componer sin instrumento y transcribir las notas al pentagrama? No hay respuesta. Sí se ha llegado a saber, por algunos papeles que dejó escritos, quién era la misteriosa muchacha de ojos verdes con la que decía que vivía, y a la que ninguno de sus amigos había puesto la vista encima. Aquella muchacha era la miseria.

De estilo inclasificable y avanzado a su tiempo, denostado por los académicos, pero hoy considerado, al igual que Tchaikovsky, como ejemplo a seguir, fue una auténtica revolución formal y tonal de la música contemporánea. Odiado y admirado a partes iguales, compuso obras que han pasado a la posteridad, que bien podrían encuadrarse en la más hermosa tradición de la gran música clásica, a pesar que él hubiera renunciado expresamente a lo clásico, algo que ponía en practica ganándose la vida, no muy bien, según lo visto, como autor e intérprete de música de cabaret. Una música que, en los últimos años de su vida, llegó a rechazar por considerarla perversa y contraria a su naturaleza.

Era tan rupturista, intransigente e insoportable con los esquemas y conceptos formales de la música, que antes de escribir sus famosísimas “Gimnopedias”, se llamaba a sí mismo “fonometrógrafo”, alguien que mide y escribe los sonidos, no queriendo siquiera definirse como músico. Las “Gimnopedias” -- Gymnopedies, en francés – eran unas fiestas religiosas celebradas en julio y agosto en Esparta, en honor de los dioses Leto, Apolo, Pitio y Artemisa, tenidas como ceremonias de endurecimiento de los jóvenes para la vida y el combate. En ellas los adolescentes danzaban desnudos e imitaban los movimientos que se realizaban en la palestra, la escuela de lucha.

También se desconoce por qué el autor eligió ese nombre para tan bellas piezas musicales, aunque las compusiera tras leer “Salambó” de Gustave Flaubert, que describe el enfrentamiento de Cartago contra Roma. Cierto es que, por haber sido su autor, se le considera precursor de la “música de ambiente” o, para entendernos, “el hilo musical”. Él mismo se consideraba inventor de la “musique d’ameublement” (música de mobiliario), aquella que, según sus palabras, podía “encajar perfectamente como fondo sonoro”. En tal sentido, muchas de sus partituras han sido elegidas como banda sonora de películas y anuncios publicitarios.

Tras haber convivido con las vanguardias de su época, su obra resulta aún hoy tan extravagante como su vida. Con ideas disparatadas y ocurrencias en ocasiones paranoicas, titulaba sus composiciones de modo claramente influenciado por los poetas y pintores de aquellos años. Así, y para hacerse una idea, podemos citar: “Españaña”, “vejaciones”, verdaderos preludios blandos para un perro”, “tres pedazos en forma de pera”, “embriones disecados”, “oro viejo y viejas corazas” o “sonatina burocrática”.

Hoy ha llovido en Málaga. Lluvia para la melancolía. Lluvia creativa. Lluvia para la vida y la muerte. Lluvia para la alegría y la tristeza. Lluvia para, mientras suenan las notas de “Gotas de lluvia sobre mi cabeza”, sentirnos Paul Newman paseando en bicicleta a Katherine Ross en “Dos hombres y un destino”, la película en la que Newman y Robert Redford dan vida a Butch Cassidy y Sundance Kid, míticos atracadores de bancos. Lluvia para que José Feliciano nos traslade con su “Rain” a donde queramos dejarnos llevar. Lluvia para sentirnos lluvia, no para ver llover. Lluvia para creernos colegiales que estudian en una tarde parda y fría de invierno. Monotonía de lluvia tras los cristales, que escribió Machado. LLuvia pioggia, lluvia en italiano, con la que Gigliola Cinquetti ganó el Festival de San Remo de 1969. Lluvia de la que cantan Serrat y Sabina.

Eric Satie, el incomprendido, el inclasificable, había nacido en 1866. Murió en 1925. Tenía 22 años cuando escribió las Gymnopedies. La primera, de las tres que compuso, estaba dedicada al otoño y a lo que queda après la pluie, después de la lluvia. Disfrutémosla interpretada por Lars Roos.

domingo, 10 de octubre de 2010

El rey del rock and soul no sabía en qué nota lloraba cuando nació



Años y años de viajes, de giras, de conciertos y de grabaciones en distintos estudios del mundo para terminar muriendo en un aeropuerto. Solomon Burke, el músico que dijo que no sabía en qué nota lloraba cuando nació, conocido como "el rey del rock and soul" y autor de clásicos como "Evedybody needs somebody to love", "Cry to me" o "It must be love", ha fallecido hoy a los 70 años en el aeropuerto de Schipol, en la capital holandesa, al que llegó procedente de Los Ángeles.

Heredero de una larga tradición de intérpretes de música espiritual, fue considerado uno de los padrinos del soul junto a Ray Charles y Sam Cooke en los años 50, época en la transgredieron las reglas que separaban el gospel del rock and blue, tuvo sus primeros éxitos con "Got to get you off my mind" y "Just Out Of Reach".

Aunque nunca consiguió llegar a las grandes masas, tal y como hicieron los dos anteriormente citados y Otis Redding, sí conectó con un público variopinto, hasta el punto de que uno de sus mayores fans fue ni más ni menos que Carol Wojtila, el Papa Juan Pablo II, quien le invitó a actuar varias veces en el Vaticano. Tuvo su mayor éxito con una versión de "Proud Mary", tema original de Creedence Clearwater Revival, y una de sus canciones más conocidas es “Cry to me”, esa con la que Johnny Castle, experto profesor de baile y ligón consumado, interpretado por Patrick Swayze, seduce a Baby Houseman, la pizpireta, idealista e inocente adolescente a la que da vida Jennifer Grey, en la película “Dirty Dancing”.

En 1964 escribió y grabó “Everybody needs somebody to love” (que interpreta en el video que acompaña este comentario.) Fue su apuesta más prominente en el soul, el tema que más ha perdurado en el tiempo de todos los suyos. Contó con la inmediata versión de los Rolling Stones, la adaptadación realizada por Wilson Pickett, y, casi una década y media después, en 1980, fue usado en la banda sonora del film “The Blues Brothers”.

Tras numerosos éxitos internacionales, el principal de los cuales fue "I have a dream", que compuso en homenaje a Martin Luther King, en 2002 editó “Don't give up on me”, que le supuso la consecución de un Grammy. Disco absolutamente recomendable, recoge la interpretación de canciones escritas especialmente para él por Bob Dylan, Brian Wilson, Van Morrison, Elvis Costello y Tom Waits.

Hombre tan obeso que debía cantar sentado, movía su torso y pierna derecha con un ritmo envidiable, al compás de la música y letra de sus temas. Solía actuar siempre con una rosa en la mano, que llevaba prendida en la solapa o le era entregada por alguno de sus músicos que, cada cierto tiempo, le limpiaba el sudor de la calva, la cara y el cuello, tras mojar una toalla en una cubitera con agua helada.

Burke, predicador y líder espiritual de una iglesia americana, se marcha dejando atrás 21 hijos, 90 nietos y 19 bisnietos. Al menos, eso dice la biografía oficial en su página web. Rest in peace, que en paz descanse, alguien que deja un poco más huérfana a la música soul.

Vargas Llosa, un Nobel que mantiene una relación conyugal con sus libros



Quería haber escrito anteayer sobre él. De Mario Vargas Llosa. Pero antes de hacerlo, preferí leer varios artículos suyos que tenía archivados. Y recordar algunos párrafos de sus libros, de tantos como uno guarda en el cajón de la memoria. Nunca he estado en un colegio militar, pero me hice uña y carne de los alumnos del Leoncio Prado de “La ciudad y los perros”. Siquiera porque los militares abominaron de esa novela, ya habría que buscarla para saber el por qué de tal rechazo. Ese colegio. Esos internos. Esa chica. Ese teniente. Fui todos y cada uno de los estudiantes cuando disfruté de la novela en mi época de cateto pueblerino llegado a la Universidad. Ahora, que soy el mismo cateto universitario, algo que reivindico, pero con más años y libros a las espaldas, el citado texto continúa acompañándome en ratos de relectura.

Alguien que dice que escribir es su manera de vivir, pero que su familia es mucho más importante que cualquier premio, sea o no un autor famoso, siempre reclamará mi atención. Vargas Llosa lo hizo y lo hace. Me gusta leerlo porque es contradictorio: el bien y el mal, la opresión y la libertad, la dictadura y la democracia, la alegría y la pena. Y porque, como dijo Juan Carlos Onetti, extraordinaria definición, “Mario mantiene una relación conyugal con sus libros”.

Quiero jugar con los títulos, permítanme. Vargas Llosa nos ha dejado una orgía perpetua, pero que nadie se llame a engaño. No es una bacanal, sino un ensayo sobre Gustave Flaubert, que consiguió con Madame Bovary una de las mejores novelas de todas las escritas.

Que haya mucha fiesta, a ser posible con un chivo, aunque fiesta tal sea un inmenso fresco sobre la relación entre poder, sexo y violencia, con el asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo como hilo conductor.

Cojamos una buena borrachera en el bar La Catedral y contémosnos historias de corrupción y dictadores, creámonos salvadores de la patria, fustiguemos a los poderes establecidos, y terminemos tan corrompidos como ellos. O no.

Vayamos con Pantaleón a conocer chicas del puterío peruano que visitaban destacamentos militares en la selva. Milicia y putas. Que a la primera le gustan las segundas. Que a la Legión, sirva de ejemplo, le gustan las mujeres, y a las mujeres le gusta la Legión.

Que el escritor se autobiografíe, que cuente y recuente, que se transforme en un locutor de radio enamorado de su tía Julia y en un hombre capaz de quedarse prendado de un guionista de folletones, un escribidor. Y que le dé muchas vueltas a la trama hasta llegar a un final feliz.

No olvidemos ese gran mosaico de historias que se entrecruzan en La Casa Verde, el prostíbulo fundado por don Anselmo en Piura. Una casa de putas a la que deben pegar fuego, porque así lo quieren varias personas, entre ellas el cura García. Y cuando el lupanar arde hasta los cimientos, el arruinado don Anselmo, para delicia de Bécquer y del mismísimo Harpo Marx, termina tocando el arpa por las cantinas. Al prostíbulo solía acercarse Litiuma, ese sargento cuya mujer termina vendiéndose en él, a tanto el polvo. Sepamos del bandido Fushía, que termina leproso como un nuevo habitante de Molokay, la isla aquella del padre Damián.

El mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor es leer sus libros, no las solapas o las reseñas que de ellos se hacen, aunque respecto al autor se desborden los discursos formales y ceremoniosos, algunos de ellos simple hagiografía hueca y huera. Como quiera que soy lector de Vargas Llosa, el nuevo residente en el Olimpo de los dioses literarios cuenta con mi pleno reconocimiento, algo que le debe traer al fresco, y con mi complicidad respecto a que se haya refugiado en Nueva York para pasar desapercibido y alejarse de la turbamulta de abrazos y elogios que le esperan, pobre de él.

Los encargados del dar el Premio Nobel (acentúese en la e) llevaban mucho tiempo haciéndose el sueco a la hora de conceder el de Literatura. Hasta el punto de que ni ellos mismos, no hablemos ya de las gentes de poco leer, recordarán los nombres de varios de los premiados. Esta vez han rectificado y se han dejado llevar por cauces estrictamente literarios. Le han perdonado al elegido hasta aquella tontuna pasajera que tuvo cuando se presentó a las elecciones para presidente de su país en 1990. Los hombres, ya se sabe, no renunciamos a cometer muchas equivocaciones.

Tenía ganados esos comicios, pero un desconocido con genes japoneses, Alberto Fujimori, resultó vencedor y Vargas Llosa se quedó con las ganas de comprobar cómo es la corrupción realmente, hasta dónde llega, en qué ciénagas o paraísos se halla, cuando se está en la cumbre del poder político. Su incursión en la política, junto a sus artículos periodísticos, su liberalismo económico, crítico con la socialdemocracia, y su defensa estética del racionalismo de Occidente le crearon enemigos, que le apartaron de estar año tras año en las listas de posibles ganadores del premio.

Naturalmente, el fallo del premio, el por qué de su concesión, contiene una palabrería que podían haberse ahorrado por innecesaria. Pero algo tenían que decir los componentes de la Fundación Nobel para justificarlo. Así, aseguran que Vargas Llosa lo ha merecido: “por la cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individuales”. Lo cual se puede traducir, sin temor a equivocarnos, como “se lo damos porque nos parece bien, y punto”. Después de mucho tiempo apareciendo en todas las listas de posibles ganadores, el escritor peruano y español, que ambas nacionalidades tiene, se ha llevado el gato del millón de dólares al agua de los escribanos elegidos cuando no estaba citado en los mentideros culturetas para conseguirlo. Lo merecía, eso es todo.

Prefiero sus libros a los films que se han realizado adaptándolos. En esto soy como aquella cabra que, a la pregunta de si le había gustado más el libro que la película, contestó sin dudar que el libro. No hay nada como el sabor del papel. De ese papel vargasllosiano con tantas dosis de reflexión polìtica, comentario social y narración poética. Trabajo, trabajo y trabajo. Imaginación, imaginación e imaginación

Con este Nobel se vuelve a hacer justicia también a tres autores sudamericanos que se marcharon de los pagos terrenales, y territoriales, sin lograrlo, aunque les sobraban méritos. Jorge Luis Borges (1899-1986), Julio Cortázar (1914-1985) y Juan Rulfo (1917-1986), citados sean por orden alfabético, que no pretendo priorizar mis gustos literarios sobre ellos, no lo recibieron. Funes El Memorioso, La Maga y Pedro Páramo, entre otros personajes de ficción, pero más de verdad que algunos de los que llamaríamos reales, se quedaron sin disfrutar de ceremonia, reconocimiento y oropeles varios, dinero aparte.

Que no, que Gabo, premiado en 1982, no ha felicitado a Vargas Llosa por correo electrónico. Y eso que Internet está hasta los topes de escritos, frases, reflexiones y demás que se atribuyen falsamente a García Márquez. Las diferencias políticas entre ambos autores rompieron una amistad que había sido grande. O tampoco lo fue.

Veinte años después de que lo ganara el mexicano Octavio Paz (1914-1998), la lengua española ha vuelto a salir triunfadora en el Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, en la tierra de Gonzalo de Berceo (1197-1264), aquel clérigo que la hiciera posible en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en la de Cervantes y Quevedo, en la de San Juan y Santa Teresa, en la de Juan Ramón y Federico, en la de Machado y Miguel Hernández, en la de Vicente Aleixandre y Cela, en esta España nuestra, los políticos han decidido gastarse un dineral, que habremos de pagar todos, para que se traduzcan las ponencias políticas en el Congreso y Senado al catalán, vascuence y gallego.

Les falta pedir que se haga también al valenciano, mallorquín, asturiano, leonés y extremeño para ser más estúpidos de lo que son.

viernes, 8 de octubre de 2010

A Irene, que hoy tiene un nuevo octubre en su vida



Ocho de octubre. Un día en que el almanaque te dice que eres tan joven como un poco mayor. Cuando hoy te mires al espejo, seguro que le enseñarás cómo debe mirarte: serás contradictoria, pero no te arrepientas, porque sólo de la duda se puede obtener certeza alguna. Desearé de todo corazón que te rebeles contra lo falsamente obligatorio. Y que seas tan feliz como pienso que lo seas:

Para que hagas lo que vivas con tus quiero, porque no siempre podemos hacer lo que queremos con la vida.

Para que los errores te ayuden a tener muchos aciertos, porque la felicidad es siempre camino de ida y vuelta.

Para que te convenzas de que no hay futuro si no hay juegos, y sepas diferenciar los cuentos que son cuentos de los que son tan sólo un cuento.

Para que vuelvas a jugar, siempre que quieras, al pilla pilla, al poliladro, al escondite, y abras nuevamente tiendas donde vender las cosas que no pueden comprarse.

Para que, a pesar de todos los por qué, halles las respuestas pertinentes, y nadie quiera venderte las miserables verdades del barquero.

Para que los años no sean los que pasen sobre ti, sino tú quien ande sobre todos y cada uno de ellos.

Para que no cometas el pecado de no luchar por ser feliz, y sigas siendo diferente de quienes dicen serlo, aunque sólo sean idénticos los unos a los otros.

Para que no le tengas miedo a ningún miedo y disfrutes de tu juventud, que tanto te embellece.

Para que esperes tantas cosas de la vida como ella de ti espera, y le cantes las cuarenta a quien se lo merezca.

Para que no permitas que te caduquen las ganas de tener ganas, y siembres en los días el significado de tu nombre, que hace tanta falta.

Para que sepas sacarle lo mejor a cada segundo de todas cuantas horas tienen los minutos.

Para que haya un ángel que te ayude con Ángel en todo cuanto signifique ser vosotros, no uno y el otro.

Para que el mundo te parezca un gran muestrario de cosas alcanzables y nunca le cierres la puerta al deseo de aprender y emocionarte.

Para que sientas la sangre aletear porque haya amanecido un nuevo día, y seas la Historia de todas tus historias.

Para que comprendas la diferencia que hay entre acabar algo y dejarlo terminado, y no te importe cometer infracciones contra la mediocridad, la estupidez y sus empecinados defensores.

Para que te importes mucho y así puedan importarte los demás, y para que dos por dos puedan ser quince, si cuentas tienes que pedirle a lo imposible.

Para que defiendas la risa a manos llenas, porque nunca tal defensa es demasiado.

Para que tengas el corazón de fiesta y serpentinas, y no se te quede vacío de tequieros, porque vale la pena andar el camino de la vida, aunque algunos pasos duelan.

Para que seas capaz de ofrecerle sueños a los sueños y, cuando estés triste, la alegría no te coja por sorpresa.

Porque hoy he sabido que mi niña va a ser dentro de unos días madrina de bautizo de otra niña.

Porque cuando naciste, trajiste padres al mundo, además de un clavel reventón en el cabello.

Porque de pequeña nos contabas que, cuando dormíamos y no podíamos verlos, tus muñecos se iban a la escuela.

Porque un día de tu infancia me preguntaste si cuando yo era niño había dinosaurios, y me sentí como uno que se dejara acariciar.

Porque supiste perdonarme esa mañana que estábamos en la playa y no cogí para ti el avión que despegaba.

Porque sigas defendiendo la sabiduría que tiene Atila y cómo nadie puede decirle cosas feas, porque las entiende y no le gustan.

Porque me miras desde las fotografías que tengo en esta mesa y me pones con tu risa el alma del revés.

Porque a mí, que trabajo con palabras, me enseñaste que tampoco se decía “tampopo”, a ver quién era capaz de convencerte de que no.

Porque, aunque no haya una sola prueba que pueda confirmarlo, tengo la certeza de que existen grillos blancos.

Porque nunca te has callado, aunque te equivocaras. Lo malo no es equivocarse, sino haber dejado de intentar hacer las cosas.

Porque cuando has estado lejos y hemos tenido frío, nos has dado calor con el solo hecho de pensar en ti.

Porque siempre nos tengas a tu lado y hoy también vengan los abuelos a celebrar tu cumpleaños.

Porque cuando mamá te encienda las velas de la tarta, le digas esas cosas tan hermosas que sólo sabemos decir con la mirada.

Porque puedo decirte todo esto, que me hace mejor y más humanamente hombre. Sería un desgraciado si no te lo dijera.

Y porque te debemos tantas cosas, hoy te cantaremos que eres excelente como chica y como Irene.


Felicidades. Te queremos. Muchos besos. Y deja que me felicite a mí mismo también cuando desenvuelva ese hermoso regalo que la vida me hizo un día ocho de octubre: tenerte como hija.

jueves, 7 de octubre de 2010

Confidencialmente lo dicen: sobran, y van a sobrar, periodistas a patadas


No se trata de que resuma el argumento de “Confidencias a medianoche”, una de las grandes comedias romántico ñoñas del cine, que llegó a ser la cuarta película más taquillera de 1959. Ya saben que Allen, compositor musical, y Jean, decoradora de interiores, han de compartir su línea telefónica durante una noche, lo cual, en vez de dar lugar a una sarta de improperios contra Telefónica y todo lo que se menea, les lleva a conocerse en una fiesta y… No, he dicho que no voy a hablar de ello.

La cinta fue un éxito, a pesar de lo pésima actriz que era Doris Mary Ann von Kappelhoff, Doris Day, que ya por entonces luchaba codo a codo con Mary Francis “Debbie” Reynolds por ocupar el trono de peor intérprete femenina de todos los tiempos, y de la forzada masculinidad que los directores le exigían a veces a Rock Hudson, el primer famoso que le puso cara al sida antes de morir, en octubre de 1985, cuando estaba a punto de cumplir sesenta años.

Confidencia es una palabra, no lo digo nada confidencialmente, que tiene cierta carga de tabú, de misterio, de norma a seguir, de secreto que no debiera hacerse añicos. Ya quisiéramos, ya. Deriva del latín confidentia y, según la Real Academia Española (RAE), de la Lengua, claro, cuyo emblema es un crisol puesto al fuego acompañado de la leyenda “Limpia, fija y da esplendor”, tiene dos significados concretos: a) revelación secreta, noticia reservada y b) confianza estrecha e íntima.

Una confidencia, aquí entre nosotros, háganme caso, es aquello que le comentamos a otra persona, conocida, amiga, amante, o lo que sea, con la petición expresa de que no se lo cuente a nadie. Ello equivale a decirle algo así como: "Por favor, si no se entera todo el mundo, que lo haga la mayoría". En el gremio de la prensa ocurre igual, o más de lo mismo. Lo confidencial, lo off the record, suele airearse mucho más que aquello que se cuenta sin tapujos ni parafernalia de secretismo alguno.

El hecho ha sido asumido de tal manera que, cuando alguien quiere contarte algo para que lo publiques, recurre a "te lo digo de modo confidencial". Con ello tiene asegurado --lo cree a pie juntillas-- que vas a ser redactor, altavoz o pantalla de cuanto te haya dicho, se trate o no de una parida mental o de un modo de llamar la atención. Políticos y periodistas, y viceversa, nos odiamos mucho, es cierto, pero lo hacemos cordialmente: nos necesitamos. Unos requieren de transmisores de lo suyo hacia la opinión pública. Los otros no podemos estar sin algo que llevar hacia ella, que convertir en opinión publicada.

Y aunque la cosa se haya publicado en un diario digital, cada día más en boga, de paradójico nombre El Confidencial -- lo cual no significa que mantenga con los lectores una confianza estrecha e íntima para hacerles partícipes de noticias reservadas-- ya es conocida por quienes aún no nos hemos enterado de que el periodismo es una profesión muy bonita, si se sabe dejar a tiempo,como dijo Ernest Hemingway en uno de sus ratos de extraordinaria lucidez entre borrachera y borrachera.

¿Y cuál es la cosa publicada? Lean. El número de periodistas desempleados ha pasado de 3.030 en el período de 2008-2009 a 6.500 en 2010, según el nuevo 'Informe Anual de la Profesión Periodística', que edita la Asociación de la Prensa de Madrid. Como no quiero ser corporativista, tampoco voy a llevarme las manos a la cabeza: tenemos casi cinco millones de desempleados en España, y los periodistas somos trabajadores, no gentes de profesión intocable y exenta de váyase usted al paro.

En el XIII Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente, celebrado en Málaga hace unos días, se ofreció un pequeño adelanto de este informe, en el que también se afirma que la precariedad laboral y el desempleo han desbancado al intrusismo como principal preocupación de los profesionales de la comunicación. O sea, no es tanto problema que intelectuales del nivel de Belén Esteban, los hermanos calvos Matamoros, el Boris Culoalaire y toda la cuadrilla de anarrosoquintanos o javiervazqueños ocupen puestos en los que podrían estar personas realmente preparadas, cuanto que se trabaja por una mierda de sueldo, o no se trabaja, lo cual es lo mismo

Pedro Farias, profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga – UMA, escrito sea en siglas tan de boga--, y director del citado informe, adelantó además un dato preocupante: la cifra de periodistas parados "se elevará a 10.000 al añadirle los que se gradúan cada año en las facultades de comunicación", es decir, el triple que en 2009. No es que fuéramos pocos y pariera la abuela, no. Es que ha parido la tatarabuela. Lloremos, pues, con los dos ojos. O con tres, para darle la razón al mismísimo Lobsang Rampa, que ni era tibetano, ni lo había poseído el espíritu de ningún lama fallecido, ni estuvo en el Tibet en su vida. Nacido en la muy inglesa localidad de Plympton, se llamaba Cyril Henry Hoskins (1910-1981), y escritor con buenas dotes de comunicador engañabobos, supo aprovechar el tiempo en que vivió para lanzar los mensajes espirituales, tántricos, metafísicos, paranormales y esotéricos que el mundo quería oír. Fue el primero en hablar del tercer ojo. No el del culo, sea revolucionario o no, sino de uno abierto en la frente que posibilitaba la visión del aura.

Pues eso: lloremos con cuantos ojos nos parezca apropiado. Con una enseñanza universitaria que se ha transformado en instrumento fundamental para poner a futuros parados en el mercado laboral, habida cuenta la negligencia de todos los gobiernos que se han sucedido en la España democrática en materia de política educativa, las cifras asustan. No obstante, no desesperemos: pueden ser peores.

Con respecto a las condiciones en la empresa, Farias se confesó “sorprendido” de que sólo el 57,6% de los periodistas asegure "trabajar bajo presión informativa" frente al 42,4% que sostiene que "no recibe presión alguna". En fin, cada cual tiene derecho a mentir según le venga en gana, y los periodistas podemos hacerlo como cualquier hijo de vecino. Además, un gran número de encuestas sólo sirven para saber lo que dicen las encuestas, sin más aplicación práctica.

Los datos que contiene el informe reflejan que el 68,2% de los encuestados "reconoce abusar de las fuentes anónimas", mientras que el 83,9% "declara no contrastar lo suficiente la información", y que "Internet se ha consolidado como la principal fuente informativa”. El dato le pareció tan llamativo como para preguntarse si estos periodistas realizan "bien" su trabajo. Farias no quiso cuestionarse nada sobre si él mismo hace bien el suyo de enseñanza a futuros (aspirantes a) periodistas. Vaya una sorpresa por la otra.

La encuesta recoge también que el medio con más credibilidad para los periodistas es la radio y el que menos, la televisión, mientras que los ciudadanos mantienen una opinión contraria, ya que sitúan la televisión como el medio más creíble junto con las noticias relacionadas con la cultura, la ciencia y la tecnología. Estos resultados hablan bien a la claras de la sintonía existente, la íntima comunión, entre periodistas y lectores, oyentes o espectadores: están en completo desacuerdo.

Entre los asistentes al congreso se hallaba el presidente la Asociación de la Prensa de Madrid (APM, más siglas), Fernando González Urbaneja, quien calificó la profesión periodística de "tormento" porque a los comunicadores "les gusta lo que hacen, no les gusta cómo lo hacen, están decepcionados, pero mantienen la esperanza".

A buenas horas viene a decirlo el baranda. Años ha que mantengo la idea de que el periodismo no es vocación, sino tortura. Léase: “Jodidos, pero contentos”. Con un antetítulo: “Menos da una piedra”.

(Reparen, por favor, en el periodista , no voy a dudar que no lo sea, becario, interino, recomendado o correturnos que aparece sentado a la derecha de la fotografía que acompaña este comentario. No ha empezado la conferencia/rueda de prensa y ya dormita como un bendito. Cómo nos aburrimos, bendita profesión.)

miércoles, 6 de octubre de 2010

Carlos II, el peor de los peores reyes de España



Fue un lunes 7 de noviembre de 1661 cuando los pocos habitantes de la capital de España que eran capaces de enhebrar varias palabras seguidas pudieron leer lo siguiente:

“Es un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro, y algo abultado de carnes”.

Así se refería el cronista de sociedad de “La Gazeta de Madrid” al nacido un día antes, sin haberlo visto, pero citando “fuentes fiables y de todo crédito”. Fue el tratamiento de una noticia realizado más o menos como se hace hoy día con tantas otras, que las cosas tampoco cambian demasiado con el paso de los siglos: las fuentes no tenían fiabilidad alguna y el crédito era inexistente. Pero quedaba, y queda, bien reafirmar lo escrito con argumentos tales. Es decir, se mentía, y se miente, con total sinceridad. Si Quevedo no se hubiera ido a criticar por celestiales 16 años antes, el escribano de tal acontecer habría tenido que atarse los machos para aguantar sus pullas.

Días después de tan comentado acontecimiento, el embajador de Francia en nuestro país comunicaba a su rey Luis XIV, sin recurrir a las consabidas fuentes y etcétera, que:

“el Príncipe parece bastante débil, muestra signos de degeneración, tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras, y el cuello le supura. Asusta de feo”.

Había venido al mundo Carlos II (1661-1700). Llamado “El Hechizado”, fue uno de tantos errores que la Providencia ha cometido con estas viejas tierras de Hispania. Como sus consejeros, validos, asesores, cortesanos, acompañantes y médicos creyeron que estaba embrujado, aquel desgraciado alfeñique debió soportar toda su vida cuantos exorcismos quisieron practicarle para sacarle el mal del cuerpo y, ay, la jodienda que no tiene enmienda, para que procreara un heredero al trono. No hubo manera.

Fue el quinto hijo de Felipe IV (1605-1665) y su sobrina Mariana de Austria (1634-1696). La reina había estado antes prometida con Baltasar Carlos, hijo de un anterior matrimonio del rey, con lo cual todo quedaba en familia. La bárbara cosanguinidad estaba perfectamente asegurada. Tan elegante matrimonio había tenido cuatro hijos antes de que la cigüeña les trajera al pobre tarado de Carlitos. Los dos primeros, niño y niña, murieron pronto. Los otros fueron Margarita, la gentil infanta que Velázquez retrató en Las Meninas, casada posteriormente con su primo, Leopoldo I de Austria, y Felipe Próspero, que prosperó realmente poco, pues murió con 4 años de edad, justo una semana antes de que naciera quien habría de ser el peor de cuantos peores reyes ha debido sufrir España.

Felipe IV, garañón donde los hubiera, --tuvo 21 hijos, 8 de ellos bastardos, aunque es posible que fueran más-- padecía una enfermedad renal, gota, arterosclerosis, hemorroides y sífilis cuando, según él mismo contó, con 55 años y en el último polvo de su vida, engendró al engendro, nunca mejor dicho, que fue Carlos. La madre, la reina Mariana, aunque era una mujer de 29 años, no andaba muy sana después de ocho embarazos y cinco abortos. Aparte de su cojera, cojeaba de salud.

Cuentan libros no muy nuevos que el alumbramiento fue un espectáculo grotesco, ya que en él se dieron cita los mejores médicos de la Corte, quienes se limitaron a mirar, pues un doctor de la época no se rebajaba a intervenir en un parto, ya fuera el de la mismísima reina, y de 17 curanderas y parteras, que se estorbaban unas a otras. No se puede decir que la alcoba real fuera un teatro por asistencia de espectadores, pero casi.

No obstante, doña Mariana tuvo la ayuda inestimable de las reliquias sagradas que le pusieron alrededor de la cabecera de la cama: tres espinas de la corona de Cristo, un diente de San Pedro, un pedazo del manto de María Magdalena y una pluma de las alas del arcángel San Gabriel. Todas ellas eran reliquias de reconocido prestigio en el campo de la ginecología y obstetricia. (Documentado está también que, cien años antes, al infante Carlos, hijo de Felipe II, con ocasión de que se hallaba “enfermo de fiebres”, le metieron en la cama el cadáver incorrupto de San Isidro “para ayudarle a sanar”. El muchacho, como no podía ser menos, murió loco de atar.)

Fueron 28 amas de cría, 14 “titulares” y otras tantas “de repuesto”, elegidas entre 62 candidatas que se presentaron tetas en ristre al casting mamatorio, quienes alimentaron durante cuatro años a Carlitos (no me parece adecuado llamar don Carlos a un meoncete de esa edad), y no siguieron haciéndolo más tiempo porque daba mala imagen que quien ya era rey de España por haber muerto su padre, aunque su madre fuera reina regente, se encontrara aún en periodo de lactancia.

Si seguimos con las descripciones de la época, a las que hemos de atenernos, ya que todavía no se comercializaban las revistas del corazón, léase de la bragueta, el niño era enclenque, no sabía hablar y tenía frecuentes catarros y diarreas. ¿Do había quedado, pardiez, la robustez de la que había hablado el plumilla de “La Gazeta” (sí, se escribía con zeta)?

Escaso de musculatura, hasta los seis años no pudo andar ni casi mantenerse en pie. Por miedo a enfriamientos, no le sacaban al aire ni a tomar el sol. Además de eso y de unos achaques bronquiales, poquita cosa, tampoco es para tanto, padeció hasta los 11 años sarampión, varicela, rubéola y viruela. Completaban el cuadro médico de su infancia y adolescencia unos violentos ataques de epilepsia, que le acompañaron toda su desgraciada vida, y que aquellos sabios galenos diagnosticaron como posesión diabólica.

Si físicamente era un desastre, intelectualmente no se sabe qué era. Comenzó a hablar cuando tenía 10 años y nunca aprendió a hacerlo correctamente, como tampoco supo escribir. Aquel membrillo abúlico, jamás mostró el más mínimo interés por el estudio, a pesar que tuvo a su lado a los mejores maestros y educadores de la época. Sólo salía de su estupidez cuando, desde temprana edad y hasta días antes de acabar su padecer en la vida, se iba a la cocina de palacio para ayudar a preparar postres o hartarse de chocolate. No dudaba en hacerlo, aunque se hallara en cualquier reunión de importancia, léase Consejos de ministros o presentación de embajadores.

Tan retrasado estaba que, cuando cumplió 14 años y, según el testamento de su padre debía ser declarado mayor de edad para hacerse cargo del trono de España, su madre consiguió de las Cortes que la mantuvieran en la regencia dos años más. Aquella España seguía sin rumbo y sin cabeza rectora. Juan José de Austria, hermanastro de Carlos, y primer hijo bastardo de Felipe IV, quiso hacerse con el poder, puso su empeño en ello, fue eliminando enemigos poco a poco, pero falleció en 1679, con lo cual todo el peso de la corona recaía de nuevo sobre el desgraciado que jamás la quiso, aunque algunos historiadores aseguran que tuvo un gran sentido de la Realeza. Qué cosas.

Contaba 18 años el alelado y tenía ilusión ante su próximo matrimonio. Ni política ni milicia le importaban nada. Sólo el chocolate y saber que iba a catar cuerpo de hembra despertaban su interés. Le habían elegido para el casorio a María Luisa de Orleáns, una jovencita de 17 años, que era sobrina de su hermana María Teresa, esposa de Luis XIV de Francia. Carlos se enamoró perdidamente al verla en un retrato. A la adolescente le ocurrió todo lo contrario, y vertió lágrimas a raudales, a pesar de que el cuadrito de su prometido, realizado por Claudio Coello, estaba enmarcado en brillantes. Coello era el pintor de la Corte, el artista que más retratos le hizo y el que se esforzó al máximo para disimular la fealdad del rey en ellos. Pero ni por esas.

El bodorrio se celebró en Quintanapalla, un pueblo de Burgos. Pasado el banquete, dejaron solos a los nuevos esposos con la esperanza de que el rey acertara a preñar a la francesita. Tampoco. Al año de matrimonio María Luisa seguía tan virgen como vino, pues, según los médicos de la Corte,

“ni se consumó el acto matrimonial ni la precocísima eyaculación del rey permitían simultanear ambas efusiones”.

Carlos padecía del síndrome de Klinefelter, alteración cromosómica que determina unos genitales pequeños, testículos atróficos, y una falta de formación y secreción espermática, aunque no la prostática que la precede, pero los médicos de la época no las distinguían.

En un alarde de espionaje, el embajador francés (los gabachos siempre nos han tocado los que el rey tenía pequeños) logró de la lavandería de palacio unos calzoncillos del rey para que dos médicos de su confianza los examinaran y determinaran si Carlos era o no estéril. A la vista de los restos de poluciones, uno dijo que sí, el otro que no. Empate en la investigación, pero la preñez de la reina seguía sin producirse. Además, la pobre muchacha sufría de cólicos y problemas intestinales a causa del régimen de friúras, alimentos fríos, que los médicos le hacían tomar para concebir, ya que nadie podía pensar que un varón fuera estéril, y aún menos si se trataba del soberano.

Así las cosas, Carlos envejecía a pasos agigantados, el senilismo hacía mella en él, además de sumar a su larga lista de achaques las alteraciones digestivas, causadas por la mala masticación debida a su prognatismo (deformación de la mandíbula, por lo cual sobresale del plano vertical de la cara), y toda una serie de purgas y sangrías a las que le sometían.

La reina María Luisa murió tras diez años de tan feliz matrimonio, el 12 de febrero de 1689, a consecuencia de una apendicitis aguda. El rey quedó destrozado, pero, ya se sabe, el muerto al hoyo y el vivo a un nuevo co.., digo, al bollo. Diez días después del fallecimiento, el Consejo Real le propuso que volviera a contraer matrimonio. ¿Contra quién? Eligieron a Mariana de Neoburgo, una princesa cuyo único mérito era que sus padres, los Electores de Sajonia, había tenido 23 hijos.

La nupcias se celebraron en Valladolid, el 4 de mayo de 1690, pero, a pesar de tal antecedente de preñeces, no fue posible que la reina anunciara la feliz nueva de un embarazo, aunque, dado su gusto por el poder, simuló once veces hallarse en estado de buena esperanza. Como Carlos no funcionaba en la cama y pasaba el mayor tiempo posible dedicado a su glotonería pastelera, Mariana le cogió gusto a las intrigas palaciegas, algo que se acrecentó desde 1696, cuando murió la reina madre, víctima de un zaratán, o cáncer de útero, enfermedad que también había costado la vida a Isabel la Católica. Para hacer realidad sus deseos, la de Neoburgo no dudó en ayudar a someter al rey a diversos procesos de exorcismo.

Recurrió a Froilán Díaz, su confesor, quien recomendó vivamente a fray Antonio Álvarez Argüelles, capellán de un convento del pueblecito asturiano de Caldas de Tineo, en el que se hallaban encerradas varias monjas posesas, como la persona más sabia y preparada para pedir al diablo que le revelara el modo, el por qué y por quién estaba el rey hechizado. El mismo demonio se lo hizo saber jurando ante el Santísimo Sacramento, aseguró el cura a los cuatro vientos y ante la presencia de los más destacados miembros de la Corte y poderes establecidos. Todo lo anterior es tan creíble como que, si Snoopy hubiera existido, el diablo también lo habría citado en su juramento. Pero las patrañas no tuvieron respuesta en contra, y al rey volvieron a hacerlo objeto de todo tipo de experimentos.

Pero, ¿cómo pudo el fraile arrancarle la confesión a Satanás? ¿Qué le dijo, y en qué lengua lo hizo? Según Antonio, el jefe de los infiernos le manifestó --con notable precisión demoníaca, eso sí-- que:

“el hechizo se lo habían dado al rey en una taza de chocolate el 3 de abril de 1675. En ella se habían disuelto los sesos de un ajusticiado, para quitarle el gobierno, las entrañas para privarle de la salud, y el semen para impedirle dejar embarazada a mujer alguna. La culpable de todo fue la madre del rey, doña Mariana de Austria, que deseaba seguir gobernando.”

Al desgraciado Carlos le sometieron a tales sangrías, dietas y exorcismos que su delicada salud empeoró aún más. Al verlo en tan lamentable estado, la reina Mariana de Neoburgo preguntó al Consejo de la Inquisición si los métodos eran adecuados. La respuesta no dejó lugar a dudas: Froilán Díaz y Antonio Álvarez Argüelles terminaron sirviendo de antorcha.

Pero el problema seguía latente: el rey no preñaba a la reina, algo habría que hacer. Desde Viena, y enviado por el rey Leopoldo I, casado con Margarita, hermana de Carlos, llegó a Madrid otra lumbrera visionaria, el fraile capuchino Mauro Tenda, quien, tras interrogar hábilmente al rey, concluyó que no estaba endemoniado, pero sí hechizado. Un alivio, menos mal. Propuso un plan de tipo psicológico, vaya usted a saber con qué psicología lo hizo, aunque, para no pillarse las manos, dejó claro que:

“si la receta falla y el dolor persiste, será señal de que la dolencia tiene causas naturales y ha de ser curada por los médicos”.

Y aquí es donde vuelven a aparecer los doctores encargados de sanar al enfermo, que, visto lo visto, tuvieron poco éxito. En marzo de 1698 el marqués D´Harcourt escribía a Luis XIV:

“Es tan grande la debilidad del rey que no puede permanecer más de una o dos horas fuera de la cama. Cuando sube o baja de la carroza, siempre hay que ayudarle. Se le hinchan los pies, piernas, vientre y cara, y, a veces, hasta la lengua, de tal forma que no puede hablar.”

Presentaba frecuentes diarreas, en muchas ocasiones provocadas por los propios médicos “para eliminar la materia corrupta”. A consecuencia de tanta manipulación en su castigado organismo, el rey hizo un día 18 deposiciones y luego permaneció varias horas inconsciente.

Todo se sumaba en contra del pobre desgraciado: edemas, fatiga, hinchazón, decaimiento, ataques epilépticos, vómitos, diarreas, y fiebres. ¿Qué remedios aplicaban los sabios galenos para combatir y acabar con tal cantidad de males?

“ colocar pichones recién muertos sobre la cabeza para curar la epilepsia, y comer entrañas calientes de cordero recién matado para sanar sus procesos intestinales.”

Las cancilllerías europeas movían sus peones para buscar a quien ocupara el trono español, que iba a quedar vacante pronto. Austríacos y franceses peleaban por ello, y desde septiembre de 1700 las noticias sobre la salud del monarca eran comidilla diaria de las embajadas. El 5 de octubre de ese año se supo que:

“Su Majestad recibió los Sacramentos e hizo testamento el día 2, aunque se ignora su contenido, pues se guarda absoluta reserva. La enfermedad es grave, pues en pocos días ha tenido 200 deposiciones, ha perdido el apetito y está extenuadísimo, al punto de parecer un esqueleto.”

Pretender que alguien quisiera comer las entrañas recién sacadas de un animal, y que lo hiciera tras haber estado defecando de tan abundante manera, se nos antoja tarea imposible, pero los médicos se aplicaban a ello con toda su ciencia. Aquella especie de muerto en vida todavía duró dos semanas más. Sin fuerzas, respirando fatigosamente, con la cama convertida en un sumidero de heces, y tras día y medio en coma, murió el 1 de noviembre de 1700, a las dos y cincuenta minutos de la tarde.

La autopsia efectuada a Carlos II “El Hechizado”, realizada por los mejores especialistas de la época, que prestaban su servicio en la Corte, puso de manifiesto lo siguiente:

“el corazón muy pequeño, del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenosos, tres grandes cálculos en un riñón, un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua.”

Su muerte fue el final de la más degenerada y patética víctima de la endogamia, el fruto más podrido de la dinastía de los Austrias. Abierto el testamento, se supo que nombraba sucesor a un francés, el duque de Anjou, futuro Felipe V, que inauguró la dinastía de los Borbones.