viernes, 15 de octubre de 2010

No habrá 33 cruces en el desierto de Atacama




La tierra parió a los hombres. Como si fueran los minerales que ellos mismos arrancan de sus entrañas. Ante la mirada de 1.000 millones de personas en todo el planeta, algo que no había ocurrido ni con la llegada de Armstrong, Aldrin y Collins a la Luna, entonces no existía Internet, ni más recientemente con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York. La tecnología posibilitó que asistiéramos a ese parto con imágenes prácticamente imposibles desde lo más profundo del desierto de Atacama. La pequeña cámara conectada con una red de fibra óptica y manejada por control remoto desde la superficie lo hizo posible.

Todos sentimos algo en nuestro interior cuando cada minero abandonaba el entierro metido en un artefacto, al que los técnicos dieron el nombre de “cápsula”, con el simpático añadido de Apolo XIII, por compararla con las utilizadas en viajes espaciales, pero al que los mineros, más parcos y concretos en sus palabras, menos dados al florilegio y la metáfora, llamaban “la jaula.” Todos habían salido. Chile descorchó su corazón. Y el mundo brindó con él.

Confieso que hace mucho tiempo que no seguía un acontecimiento informativo en directo durante tantas horas y con tal emoción. Podría acusarme a mí mismo de haber querido vivir hacia atrás, crecer hacia el pasado. No lo sé. Pero puedo asegurar que sentía un escalofrío al oír el grito de echeí, eleé, chi, chi, chi, le, le, le, los mineros de Chile. Asociaba esas muestras de alegría, esos vítores, a una serie de hechos de signo completamente opuesto, pero que me condujeron a mi primera época universitaria.

Era el 11 de septiembre de 1973 y los estudiantes chilenos gritaban echeí, eleé, chi, chi, chi, le, le, le, Universidad de Chile. En las calles los tanques y soldados de Pinochet cercaban el Palacio de la Moneda, la sede de la Presidencia del Gobierno, en la que Salvador Allende, chaqueta y pantalón de paisano, casco de combate y fusil Kalashnikov en la mano, pretendía resistir el golpe de Estado. Había dado comienzo una época siniestra para el país andino, por fortuna, esa sí, bien enterrada.



“Viva Chile, mierda”, gritó el presidente Sebastián Piñera, poco después de hablar con Luis Urzúa, topógrafo, jefe de turno, el último minero en llegar a la superficie, el que había ejercido de jefe también en las profundidades, el que supo mantener la calma durante los primeros 17 días de entierro, cuando no sabían si podrían rescatarlos, el que distribuyó la comida en ese tiempo (una lata de atún para 3 mineros cada 48 horas), el que impuso su autoridad sobre quienes querían haber emprendido acciones para poder escapar, el que decidió que tenían que vivir en el trayecto subterráneo existente entre el taller y el refugio de la mina. Junto a un camión y dos camionetas. A una temperatura de 40 grados con un 89 por ciento de humedad. Enterrados en vida por el corrimiento de una roca de 700.000 toneladas de peso, 700 millones de kilos, según los cálculos realizados.

Urzúa Iribarren, apellidos vascos donde los haya, manifestó que “Dios hace las cosas por algo”, que esperaba un Chile mejor a partir de lo ocurrido, y entregó “la jefatura del turno” al presidente. Éste, tras aceptarla, dijo lo que cualquier presidente hubiera dicho: que hay un Chile antes y después de la tragedia, que el país es más respetado en el mundo, que los problemas en la minería se van a arreglar, que van a luchar por solucionar los de la sanidad, educación, empleo, drogadicción… y demás letanías habituales en estos casos.

Piñera, multimillonario, la segunda fortuna de Chile, máximo mandatario del país desde marzo de este año, el primero de derechas elegido democráticamente desde 1958, ha debido enfrentarse en tan corto periodo de tiempo al terremoto con tsunami y al suceso de la mina de San José. Ha salido con bien de ello, parece tener buena estrella.

A buen seguro, la práctica totalidad de quienes estuvieron pendientes de las pantallas de televisión o de ordenador (Internet ha vuelto a ser cordón umbilical de un acontecimiento de interés mundial) lo hicieron movidos por el deseo de un final feliz, pero no dudo de la existencia de quienes desearían haber visto algún fallo, cualquier renuncio, alguna dificultad añadida a las labores de rescate. Y es que el morbo tira mucho.

Pero no. El salvataje o el rescataje, por usar términos empleados varias veces por los locutores de las televisiones chilenas que sintonicé (la Televisión Nacional, encargada de proporcionar imagen y sonido al resto el mundo, y Canal 13) terminó con éxito. Mineros y rescatistas-rescatadoresencargados de bajar a por ellos fueron sacados sanos y, naturalmente, salvos. Todos dejaron atrás la mina. Al fondo, muy al fondo.

Esperanza ha sido la palabra más repetida durante todo este tiempo. Esperanza en el exterior, pero, sobre todo, en las entrañas de la tierra. Dicen los mineros que se aferraron fuertemente a ella cuando no oían señal alguna de que les estuvieran tratando de localizar. Hasta que retumbó el primer martillazo mecánico cerca de donde se encontraban. Ese día volvieron a escuchar, y a cantar en grupo, la canción que ha sido su preferida hasta ver la luz. Una que habla también de esperanza: “Ojalá que llueva café”, de Juan Luis Guerra.

En la mina San José no han quedado 33 cruces como recuerdo de una tragedia, sino la alegría de un rescate realizado a la perfección. La mina, en palabras del presidente, “no volverá a abrirse si no se garantiza la seguridad y la vida de los trabajadores”. Son necesarios tantos millones de dólares para ponerla nuevamente en funcionamiento, además de los casi 20 que adeudan los propietarios a los bancos y cuanto hayan de pagar en concepto de sueldos atrasados y de indemnizaciones por demandas interpuestas, que el conducto de 622 metros de largo por 66 de ancho parece ser el último agujero que se haya abierto en ella.

Hemos presenciado abrazos, sonrisas, lágrimas de alegría, la emoción a raudales de los vueltos a la vida con quienes les esperaban al pie del malacate, que es como llaman en los pueblos mineros de Huelva al mecanismo que hacía subir la jaulacápsula. Los giros de la rueda eran el signo de que todo funcionaba bien. Hemos podido comprobar que los niños chilenos ríen, hablan y juegan como niños. Pero también que las mujeres de los mineros están pasadas de ingesta de alimentos, dicho sea lo más eufemísticamente posible. Las hemos visto con la belleza que da la alegría en el rostro y el haber pasado por la peluquería horas antes, pero la mayoría, por sus rasgos indígenas, su escasa altura y su mucha carne corporal, me parecían Rigoberta Menchú, la guatemalteca Nobel de la Paz en 1992.

Se ha dicho que varios de los mineros mantenían una vida de promiscuidad sexual, léase que estaban casados pero no renunciaban a las amantes. Uno de ellos es Yonni Barrios, de 50 años, a quienes sus compañeros llaman “el doctor”, porque, conocedor de primeros auxilios, se encargó de vacunar a los demás contra difteria y tétanos y de controlarles la hipertensión y las infecciones. Había pedido que su mujer y su amante le esperaran a la salida. La esposa, ofendida, declaró a una televisión que “no voy a ir porque ha invitado a la otra. Yo tengo decencia: o ella o yo”. A Yonni lo abrazó su querida.

Todos dan por seguro que no volverán a ser los mismos hombres que entraron a su trabajo aquel 5 de agosto. Una de las mujeres, la de Raúl Burgos, dijo que “yo tampoco soy la misma mujer que él dejó acá. Ahora tenemos por delante la tarea de volver a enamorarnos.” Hermosa reflexión.

Hinchas de equipos de fútbol chilenos, 22 de ellos del Colo Colo, cuya bandera mostró uno de los rescatados, pudieron ver en las profundidades el partido disputado por las selecciones de Chile y Ucrania, que les fue comentado por Franklin Lobos. El ex jugador de Cobresal en los años 80, que se retiró en 1995 y al que los aficionados apodaban “Gargamel", como el malo de los Pitufos, era el conductor del camión que llevó a los trabajadores al interior de la mina el pasado 5 de agosto. Cuando la Fénix lo devolvió a la superficie, su hija le entregó un balón al que le dio algunos toques. Después dijo que había ganado el partido más duro de su vida. Lobos e Iván Zamorano, ex futbolista chileno que tuvo éxito como delantero del Real Madrid, quieren organizar próximamente lo que llaman una pichanga (nada que ver con pizza italiana ni con picha española), nuestra pachanga, un partidillo entre rescatadores y mineros. Hasta el presidente quiere jugar, "y quien pierda vuelve a la mina".

Hubo mineros que no quisieron protagonismo durante el encierro. Quien más se negó a que supieran de él fue Florencio Ávalos. Capataz, el segundo en autoridad después del jefe de turno, a pesar de sus escasos 31 años, Ávalos fue elegido por sus compañeros para salir el primero. ¿Cómo había conseguido no aparecer en los videos que habíamos podido contemplar realizados en las profundidades? Supo quitarse de en medio porque se encargó de manejar la cámara. Arriba expresó su deseo de que una tragedia como la que le ha tocado vivir no vuelva a ocurrir. Ávalos fue el hombre que dio las características del derrumbamiento y cuantos datos le pidieron desde superficie para hacer más fácil el camino de la perforadora.

¿Y ahora qué? Algunos de los rescatados encontrarán otros trabajos, pero el resto tendrá que volver a una gran hoyanca para poder ganarse el salario. A Mario Sepúlveda le han ofrecido trabajo relacionado con la seguridad laboral. Fue el animador, comentarista, locutor de cuantas imágenes llegaban desde el interior. Ha ocupado primeras páginas de diarios, así como cortes de radio y escenas de televisión de todo el mundo. Su vuelta a la vida con gestos de alegría, abrazos, gritos y reparto de piedras con algo de oro, no sólo con cobre, quedarán para la posteridad. Nadie podrá olvidar su excepcional estado de ánimo tras 70 días enterrado. Comentó que había vivido una pelea, que había peleado con Dios y el diablo, pero que, finalmente, se agarró de la mano buena, la de Dios. Dijo no querer que le traten “como a un artista o a un periodista, sino como lo que soy, un trabajador, un minero”.

Hay quienes están dispuestos a vender las exclusivas de declaraciones y fotografías. Ya conocen la manera. La hija de uno de ellos, Ariel Ticona, nacida durante el enterramiento y que lleva el nombre de Esperanza, por expreso deseo de su padre, puede haber traído un buen dinero bajo el brazo. Por una fotografía con la pequeña le ofrecieron a su madre 32.000 euros, que son 20 millones de pesos chilenos. La mujer ha aprendido pronto que puede hacer negocio con lo acontecido y ha dicho textualmente que “la foto será para quien más dinero dé por ella”.

Fue el propio Ariel Ticona quien se encargó de las comunicaciones “desde allá abajo”. Cuando llegó a la superficie traía en sus manos un teléfono. Rudimentario, tal vez demasiado simple en su forma y conjunto de materiales, pero que fue el que permitió mantenerlas. Lo había diseñado Pedro Gallo, a quien Ticona se abrazó y entregó el artefacto, hecho llegar al interior de la tierra a través de la sonda por la que proporcionaban alimentos y materiales a los mineros. Gallo ha sido el hombre, trabajador autónomo, que se ofreció para mantener comunicados a los enterrados con el mundo exterior. Nadie creía en él, pero demostró que podía hacerlo. Y lo hizo.

Si todo sigue como hasta ahora, los mineros van a tener que contratar abogados que les redacten los contratos porque empiezan a llegarles ofertas para anunciar determinados productos. Les han ofrecido ser imagen de una cerveza de nombre “Kamikaze” y de unas pastillas para mejorar la potencia sexual. Sin quererlo, o quizás sabiéndolo, han hecho una impagable campaña publicitaria de las gafas norteamericanas Oakley, esas que cubrían sus ojos para preservarlos de cualquier daño tras tantos días sometidos a la luz artificial.

No dudo que Hollywood ya piensa en una película sobre todo lo sucedido desde el pasado día 5 de agosto. Y sé que hay varias editoriales que han ofrecido dinero a Víctor Segovia por lo que ha escrito durante ese tiempo. A sus 48 años, padre de 5 hijas, y que va a ser abuelo por tercera vez, este hombre separado, pero que puede reconciliarse con su ex esposa, ha llevado un diario completo de lo sucedido en el interior de la mina. Dice que echaba mucho de menos su guitarra “para poder haber cantado algo” y que se puso a escribir “para que nadie olvide lo que ha pasado”. Segovia, que se refiere a la mina como “el matadero humano”, escribió, entre otras cosas que “aquí todo cruje, no sé como no nos volvemos locos”, “me da miedo esta soledad”, “parece que estamos en un asado” y, cuando dudaba de que alguien pudiera encontrarlos, “gracias por hacerme sentir un héroe, si salgo de aquí”.

Los fríos números, y los números para hacer cábalas coincidentes, dicen que el operativo de rescate ha costado unos 25 millones de dólares. Que los 33 mineros fueron ayudados por Dios, que tenía 33 años. Que 33 días tardó la perforadora en llegar hasta donde estaban. Que los rescataron el día 13 del 10 del 10, cifra cuya suma es 33. Que el rescate ha coincidido con el día en que en 1972 se estrelló en el glaciar Las Lágrimas, de poético nombre, a 3.000 metros de altura en la cordillera de los Andes, el avión que transportaba desde Uruguay hasta Santiago de Chile al equipo de rugby de Old Boys, que iba a disputar un partido contra el Stella Maris local, así como a familiares y acompañantes. De las 46 personas que viajaban en el avión, se salvaron 16, que fueron rescatadas 72 días después, el 22 de diciembre. Perdidos entre hielos eternos, comieron carne de los compañeros muertos para sobrevivir.

En tantas horas de discursos, comentarios, agradecimientos y recuerdos he echado en falta alguna referencia a dos personas. Han sido quienes, desde que se inició el primer movimiento de sus válvulas hidráulicas, manejaron la perforadora que abrió el agujero salvador. Se trata de los norteamericanos Matt Stafeard y James Stefanic. Buen trabajo. Hay que felicitarlos junto a todos los demás, dicen que 500, que intervinieron en el rescate.

Cuando Manuel González (don Manolo, le llamaba el presidente), primer rescatador que bajó a la mina y última persona en subir, abandonó el lugar sin apagar la luz ni cerrar la puerta, terminó ese viaje al centro de la Tierra que habría hecho las delicias del mismísimo Julio Verne. La luz se apagaría cuando se acabara el combustible que alimentaba el generador.



El máximo mandatario de Chile puso la tapa sobre el agujero por el que la tierra devolvió a quienes había engullido. Así se cerraba la operación de rescate. Quedan en el aire muchas preguntas, muchas investigaciones por hacer, muchas querellas pendientes, muchas promesas y muchos esto no se olvidará. Pero ¿cuántos noseolvidará quedaron olvidados en pocos días? La trituradora de la información seguirá devorando acontecimientos y relegándolos al archivo de los recuerdos. No obstante, y aunque el campamento Esperanza, donde llegaron a convivir 2.500 personas, se quede vacío, en él podría levantarse un monumento que recuerde todo lo acontecido en la mina San José.

Del siniestro agujero, además de los 6 rescatistas, salieron 34 mineros. A uno de ellos no pudimos verlo, pero todos, rescatados, rescatadores, familiares y autoridades, se referían a él. Debió ser el encargado de afianzar con maderas las galerías por donde han podido moverse durante los 70 días de encierro. Era el carpintero del grupo, que quiso pasar desapercibido, y se marchó a cualquier otro lugar donde reclamaban sus servicios.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Los ángeles se han posado sobre tu pluma. Por eso escribes como ellos. Un beso.

Anónimo dijo...

perdona no es un angel, ni escribe como ellos , es sólo un hombre y de ahí su humano sentir... no confundamos lo humano con lo divino...

Unknown dijo...

Estimado anónimo/a:
La metáfora es un recurso literario que consiste en identificar dos términos entre los cuales existe alguna semejanza. Uno de los términos es literal (en este caso, sería escribir), y el otro se usa en sentido figurado (como los ángeles).
No dudo que ya conocerías la existencia de esta figura retórica o tropo.
Estoy, empero, de acuerdo en que el que escribe es un hombre -no sólo un hombre- y tiene un sentir muy, muy humano, sin lugar a dudas.
Sin embargo,y sin confundir humanidades con divinidades, me ratifico en que escribe como los ángeles.
Recibe un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Pues es verdad , que tonta yo , era una metáfora.Un saludo.