lunes, 18 de octubre de 2010

Eduardo Mendoza dice que escribe novelas sólo para ver cómo terminan



Sí, es posible: los alumnos de colegios de monjas y de Hermanos Maristas también pueden ser premiados con el Planeta. Dicho sea a manera de prólogo, porque el ganador de esta edición, nacido en 1943, pisó las aulas de centros religiosos en su infancia y adolescencia. Había irrumpido en el panorama literario español en 1976, con “La verdad sobre el caso Savolta”, que obtuvo el Premio de la Crítica. Pero no es lo mismo.

Se sabía. Así suele ser en los últimos años. Aunque hubieran querido despistar con otros nombres como el de Javier Marías, o la mismísima Sara Carbonero, que, dicen, ha presentado obra al certamen, estaba cantado quién se llevaría el sustancioso bocado. Aunque alguien dijera que era una sorpresa, cuando Carmen Posadas dio lectura al fallo del jurado. Mucha rumorología, mucha quiniela de nombres, mucho esta vez será para tal o cual, mucho correveidile suelto, mucho elucubrador profesional, y mucha especulación para nada. Eduardo Mendoza ha sido galardonado con el Planeta, dotado con 601.000 euros, aunque se llevará unos 300.000 a la faltriquera, ya que mamá Hacienda exige su cuota de cariño.

Así las cosas, el premio, segundo en cuanto a dinero se refiere en el panorama literario universal, se aproxima lejanamente al Nobel, que lleva aparejada la grata compañía de 10 millones de coronas suecas, algo menos de 980.000 euros, pues no es bueno vivir del aire ni tampoco mantener a capa y espada lo del arte por el arte. No obstante, el considerado Nobel de la Literatura española es el Premio Cervantes, aunque su dotación económica sea de 125.000 euros, de los cuales el premiado percibe algo más de 60.000, una vez dado el tijeretazo en impuestos.

La novela, que será publicada bajo el título “Riña de gatos”, es la triunfadora de la edición número 59 del Planeta, que se da al final de una cena de esas en las que se recibe a los invitados con larga alfombra (azul, no roja) y copa de cava. Los miembros del jurado, integrado por Alberto Blecua, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs, Carlos Pujol y Ángeles Caso, que sustituyó a Álvaro Pombo en esta edición, deliberaron sobre cuatro novelas y se decantaron finalmente por la de Mendoza, que la presentó con el título de “La muerte de Acteón” y bajo el seudónimo de Ricardo Medina. En la presente edición optaban al premio 509 obras, de las cuales la mitad procedían de España, y una cuarta parte de Latinoamérica.

¿Acaso cada uno de los 7 componentes del jurado se lee 73 novelas? Particularmente, y sin duda alguna, creo que no. Me alineo entre quienes consideran que todos estos premios están dados de antemano, según baremos perfectamente definidos y con la ayuda de estudios de mercado. Los encargados de otorgarlos se equivocan con frecuencia en la elección del premiado, pero también cometen algún acierto. Es lo que ha ocurrido en esta edición.

La valenciana Carmen Amoragas, nacida en 1969, quedó finalista con “La primera vez no te conocí”, presentada con el seudónimo de Lord Jim. La protagonista de la novela es una mujer cuya hija ha sufrido un accidente de coche, algo que la lleva a recordar el pasado y las turbulentas relaciones que mantuvo con la joven. Amoragas recibió el Premio de la Crítica Valenciana por “La larga noche” y quedó finalista del Nadal por “Algo tan parecido al amor” en 2007.

La novela de Mendoza, que vuelve a poner de manifiesto en sus páginas la maestría del autor para servirse del humor a la hora de relatar aconteceres serios, transcurre en Madrid. El protagonista es Anthony Whitelands, un joven inglés experto en pintura española antigua que viaja a España para valorar los cuadros de un aristócrata. El joven se encuentra con una capital en la que conoce a José Antonio Primo de Rivera, donde se palpa el ambiente previo a la Guerra Civil y en la que deberá autentificar y tasar un cuadro atribuido a Velázquez. Si a ello añadimos que Whitelands se verá envuelto en una trama de corte político policial en la que intervienen tres generales, que resultan ser Sanjurjo, Queipo de Llano y Franco, nos podremos hacer una mejor idea del contenido de “Riña de gatos”.

Con tal argumento, atravesado de parte a parte por una ironía de la mejor estirpe, el autor que puede ser considerado como uno de los grandes cronistas de la convulsa historia de Barcelona, la ciudad donde nació, obtiene el Premio Planeta con un tema que no había abordado hasta la fecha: la contienda fratricida de 1936.

Mendoza, quien asegura que “escribo novelas sólo para ver cómo acaban”, dijo, tras recoger el premio, que "no tiene mensaje político, sino trasfondo político. No es una novela sobre la Guerra Civil, sino de intriga, que toca sobre todo dilemas morales". También manifestó que "tenemos que asumir la Guerra Civil entre todos, porque ahora también hay una generación de nuevos lectores jóvenes a los que les interesa mucho."

La obra premiada lleva nuevamente a este hijo de fiscal y ama de casa al terreno de la novela que puede considerarse seria, aunque en “Riña de gatos” no renuncia al humor como ingrediente fundamental. Mendoza tiene una capacidad asombrosa para la parodia. No puede esperarse menos del autor de “Sin noticias de Gurb”, que cuenta la historia de un extraterrestre perdido en Barcelona, y que puede ser el libro que más ha hecho reír en España en los últimos 30 años.

Abogado que abandonó el ejercicio de la profesión en 1973 para irse a Nueva York como traductor en la ONU, saltó a la fama con “La verdad sobre el caso Savolta”, escrita en 1975 y considerada por muchos como la precursora del cambio que daría la sociedad española y como la primera novela de la transición democrática. Narra el panorama de las luchas sindicales de principios del siglo XX y muestra la realidad social, cultural y económica de la Barcelona de la época.

Eduardo Mendoza comenzó con “El misterio de la cripta embrujada”, publicada en 1979, una trilogía protagonizada por un personaje peculiar, de nombre desconocido, encerrado en un manicomio, que siguió con “El laberinto de las aceitunas”, de 1982, y a la que puso fin “La aventura del tocador de señoras”, que estuvo en la librerías en 2001. La tres obras componen un verdadero mosaico de parodia del género policiaco en las que nombres (Pepito Purulencias, Viriato, Magnolio), empresas (El Caco Español S.L.) y situaciones, que conviven y se desarrollan en diferentes tramas, consiguen provocar la sonrisa cómplice del lector.

En “La ciudad de los prodigios”, publicada en 1986, Mendoza hace un retrato vivo de la evolución de Barcelona entre las exposiciones universales de 1888 y 1929. Sin ser una novela histórica, y a través de un joven de origen humilde que consigue convertirse en uno de los hombres más ricos e influyentes de España, la obra muestra la evolución completa de una sociedad desde su estancamiento inicial hasta su desarrollo industrial, económico y social. La novela fue adaptada al cine en 1999, en la película de título homónimo, dirigida por Mario Camus e interpretada entre otros por Olivier Martínez y Emma Suárez.

Si alguien quiere conocer el humor corrosivo, inteligente y necesario de Eduardo Mendoza, además de las peripecias de Gurb, no puede dejar de leer “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, publicada en 2008. Ambientada en Oriente Medio, en el siglo I de nuestra era, la novela le pondrá al día de cómo un filósofo romano es contratado por el mismísimo niño Jesús para que investigue y salve de la pena de muerte a su padre José, condenado por el asesinato de un rico ciudadano. La obra, escrita según el género epistolar, vuelve a tomar a pitorreo hasta límites insospechados al género de novela negra, en un contexto histórico claramente distorsionado por los hechos que se relatan. Los amantes del esperpento y la astracanada, dicho sea en homenaje a Valle Inclán (1866-1936)y a Pedro Muñoz Seca(1879-1936), verán colmados sus deseos.

A un autor que con su Pomponio Flato lanza diatribas contra las sobrevaloradas y pseudotodo “El ocho”, de Katherine Neville o “El código Da Vinci”, de Dan Brown, hay que darle un premio. Sin lugar a dudas. Ha ganado el Planeta. O, por mejor decir, ha sido el Planeta quien ha ganado a un escritor que lo merecía.

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