martes, 12 de octubre de 2010
Alexandre, en el cine de las sábanas blancas
Lo que más le gustaba en la vida eran las mujeres y los percebes. Los crustáceos, no los imbéciles, aunque estos sean más abundantes, que para algo era hombre refinado y de buen gusto, y persona que quiso, al recibir un premio en 2008, agradecer que su nombre “se haya unido a la palabra que más admiro de la lengua castellana: la cultura".
La estrella -- y la inconfundible voz-- de Manuel Alexandre Abarca se ha apagado hoy, a sus 92 octubres, en una clínica madrileña. Nació un 11 de noviembre de 1917. Si hubiera venido al mundo en Estados Unidos, como si allí hubieran nacido Fernando Fernán Gómez (1921-2077), José Luis López Vázquez (1922-2009), José María Rodero (1922-1991), José Luis Ozores (1923-1959), Pepe Isbert (1886-1966), Manolo Morán (1905-1967, Agustín González (1930-2005), Antonio Ozores (1928-2010), y recurro al etcétera, sería recordado como uno de los grandes. En los obituarios de la prensa de hoy ya se le cuelga el sambenito de “actor secundario”. Se le añade “de oro”. Como si eso viniera a hacer justicia al hombre que intervino en más de 300 películas, así como en obras de teatro y series de televisión. Al hombre que dio vida al humilde, al iletrado, al solitario, al bondadoso, al emprendedor, al engañado, al poderoso, al jornalero, al inconforme, y a tantos otros estereotipos. Somos unos desagradecidos. A vueltas con lo mismo de siempre, y tiro porque me toca.
Convencido de que su éxito como actor se debía al azar, no al talento, decía que iba al Café Gijón de Madrid, que era su segunda casa, a su tertulia, a sus charlas y divertimentos, desde hacía casi 70 años. Que lo hacía porque allí tomaba café y se encontraba con algún conocido. Cada día menos, es cierto, porque era prácticamente el último representante de una saga de grandes actores, cuyo recambio no se adivina en nuestras pantallas. Le brillaban los ojos cuando recordaba sus visitas al cine Encomienda, donde leía los letreros de las películas mudas a una viejecita. O cuando hablaba de su formación como fontanero, el oficio de su padre. Y de la guerra, del teatro, donde conoció a su "hermano", Fernando Fernán-Gómez, con quien fue por primera vez a las tertulias del Café Gijón en el año 42. Contaba que era actor por el propio Fernán Gómez, “a quien oí recitar unos versos en la escuela de Carmen Seco. No había visto nunca a nadie antes leer así poesía. Desde entonces yo ya no recito".
Manuel Alexandre, Manolito le llamaban sus amigos, comenzó a estudiar Derecho, pero dejó la carrera para centrarse en Periodismo, estudios que también abandonó al estallar la Guerra Civil. Quiso ser escritor, hizo sus pinitos en el folio en blanco cuando corrían los años cuarenta, y al Gijón se acercó en busca de editor que le apadrinase en el mundillo de la literatura. No tuvo la suerte con las letras que sí le vino de cara a Fernán Gómez, quien dejó constancia de ello en “El tiempo amarillo”, su libro de memorias, pero sí se encontró con las puertas abiertas del mundo del espectáculo, en donde se abrió camino rápidamente interpretando papeles que hubiera querido crear como autor. Finalizada la contienda, dio clases de declamación en el Real Conservatorio de Madrid, compartiendo aula con el propio Fernán Gómez y Rafael Alonso (1920-1998), otro de los grandes actores españoles.
"En España no se puede elegir papeles porque si no se pasaría mucha hambre", explicaría Alexandre, que participó en numerosas comedias de las apodadas 'españoladas' o cintas colindantes con el 'destape' como 'Tocata y fuga de Lolita'.
Pero ni cine ni televisión le gustaban demasiado, él fue siempre un hombre de teatro. "No suelo ir al cine, lo que me gusta de verdad es el teatro, una rareza de un hombre joven como yo", reconocería entre bromas en sus últimos años de vida.
"He hecho 312 películas y siempre me lo he pasado muy bien. En mi profesión, me ha gustado hacerlo todo muy sencillo pero muy distinto", manifestaba hace un año. Sencillez, discreción y ductilidad fueron adjetivos que se ajustaban al que, por justicia, se convirtió en uno de los mejores "robaescenas" del cine español.
Había debutado en 1945 sobre los escenarios (decía que guardaba el primer duro que ganó por ese trabajo) y, en 1953, en la gran pantalla con "Bienvenido, Mr. Marshall", de Luis García Berlanga, quien lo convirtió en un habitual de su filmografía a través de títulos como "Calabuch", "Los jueves, milagro", "Plácido", "Tamaño natural", "Todos a la cárcel" y "París-Tombuctú".
Los otros dos nombres fundamentales en su carrera fueron Fernando Fernán Gómez y José Luis Cuerda. Con el primero trabajó en "Fuera de juego", "Pesadilla para un rico" o "Lazarillo de Tormes". Con el director Cuerda exploró, y explotó, su veterana maestría en "El bosque animado", "Amanece que no es poco", "La marrana" o "Así en el cielo como en la tierra".
Otros títulos clásicos de la filmografía española que también contaron con la presencia de Alexandre fueron "Calle Mayor", de Juan Antonio Bardem, "Extramuros", de Manuel Picazo, "Madregilda", de Francisco Regueiro, "El año de las luces", de Fernando Trueba, y optó al Goya al mejor actor por "Elsa y Fred" en 2005.
Su infatigable dedicación a la profesión no hizo descender su ritmo de trabajo en el siglo XXI.Títulos destacables de este periodo son “El caballero Don Quijote”, de Manuel Gutiérrez Aragón, “Cabeza de perro”, de Santiago Amadeo, “Incautos”, de Miguel Bardem, o “¿Y tú quién eres?”, en la que, a las órdenes de Antonio Mercero y junto a José Luis López Vázquez, interpretó a un enfermo de Alzheimer. Él, cuyos compañeros envidiaban la facilidad que tenía para aprenderse los guiones.
Sobre los escenarios teatrales representó títulos como “Luces de Bohemia”, “Madre coraje y sus hijos”, con la compañía de Lluís Pacual, así como ya al final de su carrera la versión teatral de “Atraco a las tres”.
Gracias a la televisión y a la popularidad del espacio Estudio 1, también colaboró en la difusión de grandes obras teatrales como “Eloísa está debajo de un almendro”, “La venganza de Don Mendo” o “La fierecilla domada”.
Medalla del Mérito de las Bellas Artes en 2002, Goya de Honor en 2003 y merecedor de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio en 2009, quién le iba a decir que, defensor de la República en Madrid, en el batallón del general Miaja, su última gran interpretación sería la del general Franco en “20-N”, la serie de televisión.
Cuando yo era niño, algunas veces de las que decía que quería ir al cine, mis padres o mis abuelos me contestaban: “Vamos a ir, pero al de las sábanas blancas”. No lo entendía muy bien. Después supe que se trataba de ir a la cama. A dormir. Alexandre se ha quedado dormido. Y se ha ido a ese cine. Al cine. Para seguir disfrutando de él.
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