jueves, 7 de octubre de 2010

Confidencialmente lo dicen: sobran, y van a sobrar, periodistas a patadas


No se trata de que resuma el argumento de “Confidencias a medianoche”, una de las grandes comedias romántico ñoñas del cine, que llegó a ser la cuarta película más taquillera de 1959. Ya saben que Allen, compositor musical, y Jean, decoradora de interiores, han de compartir su línea telefónica durante una noche, lo cual, en vez de dar lugar a una sarta de improperios contra Telefónica y todo lo que se menea, les lleva a conocerse en una fiesta y… No, he dicho que no voy a hablar de ello.

La cinta fue un éxito, a pesar de lo pésima actriz que era Doris Mary Ann von Kappelhoff, Doris Day, que ya por entonces luchaba codo a codo con Mary Francis “Debbie” Reynolds por ocupar el trono de peor intérprete femenina de todos los tiempos, y de la forzada masculinidad que los directores le exigían a veces a Rock Hudson, el primer famoso que le puso cara al sida antes de morir, en octubre de 1985, cuando estaba a punto de cumplir sesenta años.

Confidencia es una palabra, no lo digo nada confidencialmente, que tiene cierta carga de tabú, de misterio, de norma a seguir, de secreto que no debiera hacerse añicos. Ya quisiéramos, ya. Deriva del latín confidentia y, según la Real Academia Española (RAE), de la Lengua, claro, cuyo emblema es un crisol puesto al fuego acompañado de la leyenda “Limpia, fija y da esplendor”, tiene dos significados concretos: a) revelación secreta, noticia reservada y b) confianza estrecha e íntima.

Una confidencia, aquí entre nosotros, háganme caso, es aquello que le comentamos a otra persona, conocida, amiga, amante, o lo que sea, con la petición expresa de que no se lo cuente a nadie. Ello equivale a decirle algo así como: "Por favor, si no se entera todo el mundo, que lo haga la mayoría". En el gremio de la prensa ocurre igual, o más de lo mismo. Lo confidencial, lo off the record, suele airearse mucho más que aquello que se cuenta sin tapujos ni parafernalia de secretismo alguno.

El hecho ha sido asumido de tal manera que, cuando alguien quiere contarte algo para que lo publiques, recurre a "te lo digo de modo confidencial". Con ello tiene asegurado --lo cree a pie juntillas-- que vas a ser redactor, altavoz o pantalla de cuanto te haya dicho, se trate o no de una parida mental o de un modo de llamar la atención. Políticos y periodistas, y viceversa, nos odiamos mucho, es cierto, pero lo hacemos cordialmente: nos necesitamos. Unos requieren de transmisores de lo suyo hacia la opinión pública. Los otros no podemos estar sin algo que llevar hacia ella, que convertir en opinión publicada.

Y aunque la cosa se haya publicado en un diario digital, cada día más en boga, de paradójico nombre El Confidencial -- lo cual no significa que mantenga con los lectores una confianza estrecha e íntima para hacerles partícipes de noticias reservadas-- ya es conocida por quienes aún no nos hemos enterado de que el periodismo es una profesión muy bonita, si se sabe dejar a tiempo,como dijo Ernest Hemingway en uno de sus ratos de extraordinaria lucidez entre borrachera y borrachera.

¿Y cuál es la cosa publicada? Lean. El número de periodistas desempleados ha pasado de 3.030 en el período de 2008-2009 a 6.500 en 2010, según el nuevo 'Informe Anual de la Profesión Periodística', que edita la Asociación de la Prensa de Madrid. Como no quiero ser corporativista, tampoco voy a llevarme las manos a la cabeza: tenemos casi cinco millones de desempleados en España, y los periodistas somos trabajadores, no gentes de profesión intocable y exenta de váyase usted al paro.

En el XIII Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente, celebrado en Málaga hace unos días, se ofreció un pequeño adelanto de este informe, en el que también se afirma que la precariedad laboral y el desempleo han desbancado al intrusismo como principal preocupación de los profesionales de la comunicación. O sea, no es tanto problema que intelectuales del nivel de Belén Esteban, los hermanos calvos Matamoros, el Boris Culoalaire y toda la cuadrilla de anarrosoquintanos o javiervazqueños ocupen puestos en los que podrían estar personas realmente preparadas, cuanto que se trabaja por una mierda de sueldo, o no se trabaja, lo cual es lo mismo

Pedro Farias, profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga – UMA, escrito sea en siglas tan de boga--, y director del citado informe, adelantó además un dato preocupante: la cifra de periodistas parados "se elevará a 10.000 al añadirle los que se gradúan cada año en las facultades de comunicación", es decir, el triple que en 2009. No es que fuéramos pocos y pariera la abuela, no. Es que ha parido la tatarabuela. Lloremos, pues, con los dos ojos. O con tres, para darle la razón al mismísimo Lobsang Rampa, que ni era tibetano, ni lo había poseído el espíritu de ningún lama fallecido, ni estuvo en el Tibet en su vida. Nacido en la muy inglesa localidad de Plympton, se llamaba Cyril Henry Hoskins (1910-1981), y escritor con buenas dotes de comunicador engañabobos, supo aprovechar el tiempo en que vivió para lanzar los mensajes espirituales, tántricos, metafísicos, paranormales y esotéricos que el mundo quería oír. Fue el primero en hablar del tercer ojo. No el del culo, sea revolucionario o no, sino de uno abierto en la frente que posibilitaba la visión del aura.

Pues eso: lloremos con cuantos ojos nos parezca apropiado. Con una enseñanza universitaria que se ha transformado en instrumento fundamental para poner a futuros parados en el mercado laboral, habida cuenta la negligencia de todos los gobiernos que se han sucedido en la España democrática en materia de política educativa, las cifras asustan. No obstante, no desesperemos: pueden ser peores.

Con respecto a las condiciones en la empresa, Farias se confesó “sorprendido” de que sólo el 57,6% de los periodistas asegure "trabajar bajo presión informativa" frente al 42,4% que sostiene que "no recibe presión alguna". En fin, cada cual tiene derecho a mentir según le venga en gana, y los periodistas podemos hacerlo como cualquier hijo de vecino. Además, un gran número de encuestas sólo sirven para saber lo que dicen las encuestas, sin más aplicación práctica.

Los datos que contiene el informe reflejan que el 68,2% de los encuestados "reconoce abusar de las fuentes anónimas", mientras que el 83,9% "declara no contrastar lo suficiente la información", y que "Internet se ha consolidado como la principal fuente informativa”. El dato le pareció tan llamativo como para preguntarse si estos periodistas realizan "bien" su trabajo. Farias no quiso cuestionarse nada sobre si él mismo hace bien el suyo de enseñanza a futuros (aspirantes a) periodistas. Vaya una sorpresa por la otra.

La encuesta recoge también que el medio con más credibilidad para los periodistas es la radio y el que menos, la televisión, mientras que los ciudadanos mantienen una opinión contraria, ya que sitúan la televisión como el medio más creíble junto con las noticias relacionadas con la cultura, la ciencia y la tecnología. Estos resultados hablan bien a la claras de la sintonía existente, la íntima comunión, entre periodistas y lectores, oyentes o espectadores: están en completo desacuerdo.

Entre los asistentes al congreso se hallaba el presidente la Asociación de la Prensa de Madrid (APM, más siglas), Fernando González Urbaneja, quien calificó la profesión periodística de "tormento" porque a los comunicadores "les gusta lo que hacen, no les gusta cómo lo hacen, están decepcionados, pero mantienen la esperanza".

A buenas horas viene a decirlo el baranda. Años ha que mantengo la idea de que el periodismo no es vocación, sino tortura. Léase: “Jodidos, pero contentos”. Con un antetítulo: “Menos da una piedra”.

(Reparen, por favor, en el periodista , no voy a dudar que no lo sea, becario, interino, recomendado o correturnos que aparece sentado a la derecha de la fotografía que acompaña este comentario. No ha empezado la conferencia/rueda de prensa y ya dormita como un bendito. Cómo nos aburrimos, bendita profesión.)

No hay comentarios: