miércoles, 17 de noviembre de 2010

El cine tiene nombre de Berlanga



Anunciada a toque de trompetilla literaria. Con los lectores expectantes. Como autor de este blog que soy, no os debo ninguna explicación, pero esa explicación que no os debo sí os la voy a pagar. Que yo no os debo una explicación y esa explicación que no os debo…Más o menos. Lo haría en negativo, sí, pero le copiaría el sentido de la frase al alcalde de aquel pueblo que esperaba recibir un potosí de dinero con la visita de los americanos y hablaba a sus conciudadanos en tono paternal y cercano. Y los vecinos estaban por completo entregados: alcalde, lo que nos eches. Como si fueran habitantes de Villatripas de Abajo, enfrentados con los de Villatripas de Arriba, en memorable canción de Javier Krahe.

Ay, ese balcón de Ayuntamiento de Guadalix de la Sierra, núcleo urbano, pero poco urbanizado entonces, tan solitario antaño y hoy tan visitado y fotografiado por turistas y curiosos. Cuánto trapío, flores en el pelo, peinetas, duende, faralaes, traje corto campero, sombrero cordobés, tanto decorado falso, para impresionar a los sobrinos del tío Sam y del dólar. Cuánta emputecida Andalucía, la del tópico lorquiano y panderetero, en la pantalla.

“Bienvenido Mr. Marshall” fue la primera genialidad de Berlanga para retratar el alma de este país, en aquellos años triste, mierdecilla y sacristanón, empobrecido, piojosete y limosnero. Corría 1952 y había mucha hambre. Había y hacía. Mucha. Tanta que parece mentira que pudieran verse patos sueltos correteando por la plaza del pueblo a la llegada del autobús. No se los habían comido. Para luchar contra tanta carencia, nada mejor que burlar la censura a base de humor. Fueron los censores quienes forzaron a Berlanga a meter a una folklórica en la película: Lolita Sevilla. Le dio un papel, pero poca cancha de labia y actuación

A mal tiempo… ya se sabe. Contra aquellos censores había que pelear con muchas risas. O sonrisas, que son más inteligentes. Incluso con humor negro, pero algo blanco: genial la escena del cojo que se queda descolgado del desfile de vecinos que cantan su bienvenida a los americanos, con Elvira Quintillá, Lolita Sevilla, Manolo Morán (1905-1967) y Pepe Isbert (1886-1966) a la cabeza. Qué sensación mezcla de alegría y pena, de rechazo y ternura, me produce ver y oír al abuelete de la voz tan peculiar, y reparar en que no tiene ni la menor idea de la canción, como puede comprobarse a poco que cualquiera se fije en lo que sus labios van canturreando. Quien quiera seguirla, aquí tiene la letra, y líbrenme los dioses del dorremí de pretender hacer un karaoke con ella.

Los yanquis han venido,
olé salero, con mil regalos,
y a las niñas bonitas
van a obsequiarlas con aeroplanos,
con aeroplanos de chorro libre
que corta el aire,
y también rascacielos, bien conservaos
en frigidaire

Americanos,
vienen a España
gordos y sanos,
viva el tronío
de ese gran pueblo
con poderío,
olé Virginia,
y Michigan,
y viva Texas, que no está mal,
os recibimos
americanos con alegría,
olé mi madre,
olé mi suegra y
olé mi tía.

El Plan Marshall nos llega
del extranjero pa nuestro avío,
y con tantos parneses
va a echar buen pelo
Villar del Río.

Traerán divisas pá quien toree
mejor corría,
y medias y camisas
pá las mocitas más presumías.


Su definitiva ausencia nos deja la presencia de su obra. Y también la falta de muchos de quienes fueron sus actores. Se puede pensar que le habrán dado la bienvenida a donde sea, por qué no. Y que entre todos proyectarán algo nuevo. Allí coincidirán Antonio Ferrandis (1921-2000), siempre Chanquete, para su desgracia de gran actor, José Luis López Vázquez (1922-2009), cuyo lugar en el Olimpo del cine hubiera estado más en la cumbre si hubiera nacido norteamericano, con permiso de Jack Lemmon y Walter Mathau, no viceversa, Agustín González (1930-2005), un extraordinario intérprete de cine y teatro, que no un aparejador, perito industrial ni filósofo, carreras que inició y dejó colgadas, por suerte para quienes le vimos actuar. Se sumará Manolo Morán (1905-1967), el gordo insustituible de nuestro cine, genio y figura, padre del Morán que, junto a Antonio Arribas y Luis Ortiz, el marido de Gunilla, formó “Los Choris”, un trío de vividores que dio a conocer Marbella al mundo a rebufo de Alfonso de Hohenlohe o Jaime de Mora.

Como la producción de Berlanga tenía toque de aristocracia cinematográfica, hablo de su calidad, no podía faltar a la cita un verdadero marqués: el de las Marismas. Relacionado con la alcurnia madrileña, Luis Escobar Kirkpatrick (1905-1991) fue nombrado jefe de la Sección de Teatro dependiente de la Jefatura de Propaganda del Ministerio del Interior del primer gobierno de Franco, y fundó y dirigió la Compañía de Teatro Nacional de FET y de las JONS, que al final de la guerra pasaría al Teatro Español de Madrid, del que fue director, así como del María Guerrero, y dueño del Teatro Eslava. De su labor como director teatral destaca su adaptación de “Las mocedades del Cid”, con el título de “El amor es un potro desbocado”.

Escribió diversas comedias y dirigió dos películas: “La honradez de la cerradura”, basada en una obra de Jacinto Benavente (1866-1954), y primera película de Paco Rabal (1926-2001) como protagonista, y "La canción de la Malibrán". Se empeñó en morir al pie del cañón o con las botas puestas, a elegir, y lo hizo durante el rodaje de la película “Fuera de juego", dirigida por Fernando Fernán Gómez (1921-2007).



Con su interpretación de marqués de mentirijillas, el de Leguineche, en “La escopeta nacional” y “Patrimonio nacional I y II”, vejete rijoso que coleccionaba pelos de coño y tenía un hijo pajillero de toalla en mano, anfitrión de cacerías como las organizadas en tiempos de Franco, encarnó como nadie al Berlanga erotómano, capaz de reírse de sí mismo y de todas sus filias y fobias. Lo demostró con aquel autocachondeo que montó en la fiesta organizada con motivo de sus 80 años cuando bebió champán, nada de cava, que es más vulgar, en un zapato de tacón de aguja, y dijo una de sus frases lapidarias. Berlanguianas, vaya:
"Me he pasado la vida corriendo tras unas piernas de mujer, unas piernas largas como dos columnas que sostienen el tabernáculo del liguero, con medias de costura, nada de pantys".




Decía ser un libertario que quería pasar sus días como libertino, y un tocacojones que terminaba discutiendo con los guionistas. Pero fue con estos, y sobre todo con Rafael Azcona (1926-2008), con quien realizó la que pasa por ser su obra maestra. En época de penurias, de mucho Carpanta suelto y de poca jamancia disponible, se quiso poner en práctica aquello de “siente un pobre a su mesa”, a ser posible en Navidad. Una manera como otra cualquiera de lavarse la conciencia, o de no llenársela de más mierda de la que soportamos a diario. Hogaño se hace algo parecido: se organizan el ciento y la madre de maratones, por televisión o emisoras de radio, para pedir, pedir y pedir, aunque después no sepamos a dónde va lo recaudado.

En ese contexto, y rodada en 1961, surgió “Plácido”, protagonizada, entre otros, por Casto Sendra (1928-1991), Cassen para todos, un cómico que contaba chistes y movía a toda velocidad las comisuras de los labios, Manuel Alexandre (1917-2010), pintor de mujeres desnudas en los manteles del Café Gijón utilizando para ello el ticket de la cuenta, enrollado y mojado en el café con leche a modo de pincel, y a quien ya trajimos a esta pantalla del blog, Amelia de la Torre (1905-1987), la mejor de cuantas Celestinas han pasado por nuestro cine o teatro, y José Luis López Vázquez. Ninguno faltaría a la hipotética cita.

“Plácido”, que optó al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1962, le coló entre las piernas a la censura toda una serie de contenidos que hubieran parecido impensables, dada la rigidez del franquismo. Aquellos censores se jactaban de tener mucha vista, pero eran bastante miopes. Eso sí, no pudo titularse “Siente un pobre a su mesa” ni contener las escenas de un banquete en el que ricos y pobres comían pollo, pero unos las pechugas y los otros las alitas.

“He sido el director más perseguido por la censura, y eso que no me he casado políticamente con nadie”, aseguraba en una ocasión. “Una anécdota demuestra lo ridícula que era: en una película me cortaron una frase en la que uno decía “me voy para Albacete”, pero mantuvieron el texto de un personaje que decía que ya era hora de que el poder civil tomara el mando”. En otra ocasión, según contó, le prohibieron hacer una toma de la Gran Vía. ¿La razón? Se la revelaron mucho después: “Tratándose de usted, Berlanga, ¿quién garantizaba que no iba a poner tres obispos saliendo del Pasapoga?”.


Maestría, coraje, socarronería. Señas de identidad de quien, con guión de Juan Antonio Bardem (1922-2002), otra de las tres bes de nuestro cine, junto al propio Berlanga y a Luis Buñuel (1900-1983), había rodado su primer film, “Esa pareja feliz”, en 1951.
Aunque posteriormente llegaran otras cintas como “Tamaño natural” (1974), “La vaquilla” (1985), “Moros y cristianos” (1987), “Todos a la cárcel” (1993) y “París Tombuctú” (1999), su tercera gran película, la rodó en 1963. Su título, “El verdugo”.



A tal alegato contra la pena de muerte y recreación irónica de las contradicciones de la España franquista, le pusieron rostro y actuación, entre otros, Nino Manfredi (1921-2004), empleado de pompas fúnebres que no liga nada, porque las mujeres, lagarto, lagarto, toquemos madera, no quieren saber nada de un currante de funeraria, y Pepe Isbert, el gran don José de nuestro cine, el fetiche de Berlanga y otros directores, el actor que igual encarnaba a un verdugo, a un desconsolado abuelo que ha perdido a su nieto, en “La gran familia”, o al concursante, en “Días de radio”, que se presenta disfrazado de esquimal en la emisora. Emma Penella (1930-2007) encarna a la hija del personaje que interpreta Isbert. Es una mujer que no encuentra novio porque sus pretendientes ponen pies en polvorosa cuando saben que es hija de un verdugo. No obstante, “atrapa” al funerario cuando la deja embarazada.

Todos los personajes hacen continuas referencia a un piso que el Patronato iba a conceder al verdugo con motivo de su jubilación. Víctimas y verdugos. Extraña coincidencia para la propia Emma (Ruiz) Penella, nieta del maestro Manuel Penella (1880-1939), creador entre otras melodías del pasodoble “El gato montés”, una mujer que en aquellos días aún no sabía, como tampoco sus hermanas Terele Pávez y Elisa Montés, que su padre, Ramón Ruiz Alonso, fue el miembro de la CEDA que detuvo a García Lorca y lo puso en manos de quienes lo fusilaron. Supieran o no de las hazañas de su progenitor, y la detención de Federico fue una de ellas, nunca usaron el apellido Ruiz en sus respectivas historias artísticas .

Hay quienes dijeron, y lo hicieron cuando aún vivía, lo cual aumenta el mérito de la afirmación, que fue un director comparable al mejor Billy Wilder. Eso son palabras mayores. Hablo de Luis García. Sí, Berlanga. Nacido en 1921, se ha ido, él también, al cine eterno. Con las cámaras a otra parte. Lo ha hecho tras haber sido conocido en el mundillo del celuloide, perdonéseme la cursilada, por el apellido materno sin que ningún político borricón le hubiera autorizado a tal cambio de orden. El alzheimer le impidió darse cuenta de la nueva estupidez que perpetran los padrepatrias. Qué pedazo de película hubiera hecho para poner a estos apellidados gobernantes en el sitio, innombrable, que les corresponde. Se me humedece el gusto sólo de pensarlo.

(Nota para la Real Academia: Voy a seguir acentuando sólo, cuando equivalga a solamente. Lo haré porque, aunque me quede solo (solitario, único) en tal acción, me sale de los cojones ortográficos.)

2 comentarios:

Peggy dijo...

Bonito homenaje a un gran artista, con tus dos cojones..

Unknown dijo...

Sólo tú (me solidarizo contigo, acentuando cuando hay que acentuar), con este magnífico artículo, me has sacado una sonrisa.
Vale. No te doy las gracias. Pero te las doy.