jueves, 25 de noviembre de 2010

Ejercicios aconsejables para tener ojos en la espalda y no partirse el cuello



Tenía ojos en la espalda. Éste sí. No era un invento de escritor de novelas de misterio. Tampoco el producto de un tiburón del marketing. Fue uno de esos seres humanos de los que no se sabe haya habido ninguno más, y ya es decir. Sólo se sabe de él lo que se sabe, valga la perogrullada. Lo que no se sabe, no se ha inventado. Por eso mismo no se conoce cuándo murió, ni dónde está enterrado, ni si tenía familia. Casi no se sabe ni quién era.



¿Un hipnotizador colectivo, un mentalista ingenioso? Podría pasar por serlo, como por un mercachifle de feria, capaz de jugar con los espectadores haciéndoles creer lo increíble y ver lo que no era sino un truco. Pero las cámaras fotográficas y de cine difícilmente se dejan hipnotizar. Tampoco puede hablarse de un montaje, habida cuenta la cantidad de testimonios gráficos que existen sobre este “hombre búho”, cuya asombrosa capacidad de girar la cabeza 180 grados, como lo hacen algunas aves rapaces, es todavía un misterio, otro más, sin resolver. O, quizás, todo sea una gran mentira. Pero, ¿para qué y con qué fines?

Nacido en Nuremberg, en 1885, Martin Emmerling, que adoptó el nombre artístico de Martin Laurello, hacía algo que no tiene explicación médica. No se asfixió ni se partió el cuello, a pesar de que podía andar hacia delante y mirar hacia atrás al mismo tiempo. También podía girar la cintura y el pie derecho 180 grados.

En 1921 emigró de su Alemania natal a Estados Unidos para dejar a los espectadores boquiabiertos con su habilidad tan soprendente como antinatural. Actuó en las atracciones de Coney Island. De allí pasó a los circos Ringling Bros. y Barnum and Bailey´s, y trabajó en los mejores espectáculos de América.

Cuando la famosa revista Life, una publicación no dada precisamente al chabacaneo, le dedicó la primera página y un extenso reportaje, el contorsionista dijo que su único mérito era fruto de la práctica y la paciencia. No obstante, si alguien quiere imitar tales ejercicios, sería recomendable que se abstuviera. Me remito a la explicación del médico norteamericano P. Nasher, que, en la década de 1920, escribió en la edición dominical del New York American lo siguiente: “En cualquier hombre ordinario esta hazaña acabaría en la estrangulación o luxación de la vértebras del cuello, con el consiguiente daño a la médula espinal, y probablemente produciría parálisis del cuerpo o incluso la muerte instantánea. Laurello es un enigma científico”.

Martin decía que lo suyo había requerido de tres años de duro y persistente entrenamiento. Lo contaba en un programa de mano de presentación de su espectáculo en Coney Island en junio de 1921:

“Para darles una idea de cuán difícil es este truco, me gustaría llamar su atención sobre el hecho de que estoy haciendo esta actuación en los últimos 10 años y no he tenido ningún imitador. Cuando mi cabeza se gira, todo el aire se corta, en otras palabras: no puedo respirar. Me llevó tres años hacer este truco a la perfección. También giro todo mi cuerpo y mi pie derecho”.

Al objeto de no llevarse a la tumba su secreto, Martin, qué hombre tan desprendido y considerado, daba una serie de consejos para quien tuviera apetencias de enroscarse cual bombilla: “Por la mañana después del desayuno, o antes si usted lo prefiere, trate de girar la cabeza. Pruebe esto cada mañana y se dará cuenta de que puede girar su cabeza más y más cada día. Después de tres años de dura práctica usted puede ser capaz de hacerlo tan bien como yo".

No decía si estaba dispuesto a pagar el entierro de cualquier osado que se pusiera manos a la obra y se quedara en el intento. Aviso para navegantes incrédulos y crédulos que no acaban de creérselo: decir que muchos años después lo imitó la niña de “El exorcista” no es un argumento válido. Lo de Linda Blair era una ficción.

2 comentarios:

Unknown dijo...

No está mal lo de tener ojos en la espalda, no. Lo malo es que, mientras miramos hacia atrás, no vemos lo que nos viene por delante. Cachis en la mar.

Peggy dijo...

Hay quién ni con mil ojos ven. (La grosería que se me viene a la cabeza con el artículo no la pienso mentar,je)