martes, 23 de noviembre de 2010

Una gaditana, del barrio jerezano de San Miguel, inventó el rap

Cuando actuó en el Madison Square Garden de Nueva York no tuvo buenas críticas. O, quizás, tuvo las mejores. Lo cierto es que un afamado columnista de espectáculos escribió que: “No sabe cantar, no sabe bailar, no se la pierdan”. Aquella gaditana, nacida en el jerezano barrio de San Miguel, aunque haya quienes digan que Jerez es la capital de Cádiz y no al contrario, había hecho una demostración ante los asombrados ojos de los norteamericanos, más blancos que negros entre los asistentes, de que podía ser considerada inventora del rap. No fue la que mejor cantaba, no. Ni la que mejor bailaba, tampoco. Pero fue la mejor de las mejores en su época.

A fin de cuentas, el rap es una recitación rítmica de palabras surgida a mediados del pasado siglo en los Estados Unidos, y de tal arte ella sabía más que nadie. Patrimonio de la comunidad negra norteamericana, una gitana morenota y resalá fue a ponerle ante sus morros, nunca mejor dicho, cómo había que echarle perendengues al asunto, lo mismo con poemas de García Lorca (1898-1936) que con letras de Quintero, León y Quiroga. Mejor dicho, de los dos primeros del trío, que el tercero ponía la música. Mucho rap como pilar de la cultura hip hop, interpretado a capella, a simple voz, o con un fondo musical repetitivo, chunta, chunta, chunta, todo igual, pero fue ella quien, a ritmo de tangos, tanguillos y andalú cantao, rapeó, conversó, para entendernos, según el dialecto hablado por los afroamericanos de USA, y puso el teatro patas arriba con su hablar y su taconeo de patas abajo.




Y es que “La Faraona” podía haber inventado cualquier cosa que se le hubiera puesto en las entretelas de la bata de cola, porque, nacida en 1923, con 12 años ya era reconocida como bailora en los ambientes artísticos jerezanos. No había llegado aún el día en que José María Pemán (1897-1981), escritor y articulista, patriarca de toda una generación de escribidores patrios, dijera de ella que “mariposa de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores”. Tampoco había dejado todavía mudos de admiración a los públicos más diversos cuando recitaba a García Lorca, al modo y manera que lo hizo quien pasa por ser el mejor rapsoda de siempre de todas las Españas, José González Marín (1889-1956), amigo de los poetas de la Generación del 27, capaz de recitar poemas de Federico en los teatros de aquellos penosos años 40 y 50. Y había que tenerlos bien puestos para ello.

Malagueño de Cártama, el pueblo otrora más famoso que hoy por su exquisito salchichón, la historia profesional de quien fue llamado “El faraón de los decires”, bello apelativo donde los haya para un declamador, comenzó cuando abandonó el Seminario para estudiar Derecho, carrera que no terminó, entrar en la compañía de María Guerrero (1867-1928), donde actuó en varias funciones, y descubrir su verdadera vocación: recitar los versos de otros. Con un equipaje de poemas viajó por todo el mundo cuando tuvo que abandonar España en 1936 después que hiciera unos comentarios que no fueron del agrado de algunos comisarios políticos del Frente Popular. Antes de marcharse para triunfar en Venezuela, Perú, Argentina y Cuba, pasó por su pueblo y se llevó con él la imagen de la patrona, la Virgen de los Remedios, para que no sufriera daño alguno con la escabechina que se avecinaba. Terminada la barbarie, volvió a España y siguió triunfando.

Por aquellos entonces Lola se conformaba con cantar lo que cantaban Concha Piquer (1906-1990) y Estrellita Castro (1908-1983), pero ya estaba preparada para debutar. Lo hizo cantando “Bautizá con manzanilla”, una joya prácticamente inencontrable hoy día, en el espectáculo “Luces de España” sobre el escenario del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera. Tenía 16 años y con aquella canción Lola quiso homenajear a Pastora Pavón “La Niña de los Peines” (1890-1969), que la había cantado a los cuatro vientos tantas veces: “Cerca del Guadalquivir tiene un trono esta chiquilla, que la llaman en Sevilla la gitanita cañí”. La gitanería gaditana se dio cita para aplaudir a la mocita y considerarla una de las suyas, aunque Lola negó siempre que fuera de raza calé.




Faltaban unos años para que se cruzara en su camino, pero finalmente ocurrió. Corría 1944 y se presentaba el espectáculo “Zambra”. Cabecera de cartel eran ella, que llegaba a saborear triunfos, y él, que era el cante en toda su extensión. Él, Manuel Ortega Juárez, Manolo Caracol (1909-1973), un sevillano de la Alameda de Hércules, era un fuera de serie que había ganado siendo muy jovencito el Concurso de Cante de Granada, auspiciado por Manuel de Falla y Federico García Lorca, en 1922. Era un chavalillo de 12 años, “Niño Caracol” que se hacía llamar. Ella, Dolores Flores Ruiz, se preparaba para ser Salvaora, Zarzamora y Niña de Fuego, para hacer que el genio, el dios del duende se perdiera con ella, a pesar de aquello de que “si yo no fuera casao, contigo me iba a perder”. Se perdieron ambos, como no podía ser menos.

Porque Caracol era casao, claro que lo era. Con Luisa Gómez, a la que jamás dejó, a pesar de Lola y de otras, que él era muy gitano por todos los poros de su cuerpo. Y era padre. De Luisa Ortega, que había nacido en 1936. Y Caracol parecía que le doblaba la edad. Pero no. Le llevaba 14 años, pero ya tenía aspecto de persona mayor. Y Lola a su lado parecía una niña. Sin embargo, ella se rindió a él y él a ella. Fueron 7 años de éxitos, de giras, de amores y desamores, de celos y peleas, de dimes y diretes, de alimentar aquel morbo pueblerino de pareja de hecho, aunque no casada, que podía dormir junta, a pesar de que no tuvieran Libro de Familia propia, condición indispensable para folgar en compañía en pensiones y hoteles, pues menudos eran los empleados de recepción para saltarse la norma.

Sin embargo, ellos, artistas al fin y al cabo, eran la excepción. Y formaban la marimorena en algunos hoteles, sin que nadie les reprochara nada. Lo cuenta Maruja Torres, periodista de raza, en su libro "Mujer en guerra". Lo supo por su madre, que trabajaba de camarera en el Hotel Victoria de Barcelona, en el que solían alojarse cuando actuaban en la Ciudad Condal, y presenció por el ojo de la cerradura algunas de tales trifulcas. Cuando Caracol llegaba a altas horas de la noche después de haberse corrido una juerga, Lola se agachaba ante él y le olía la bragueta para comprobar si se había corrido algo más. En caso afirmativo, ella comenzaba a destruir todo lo rompible de la habitación sin que el personal del hotel interviniera para nada, pues tenían orden de no hacerlo, ya que al día siguiente tan destrozones huéspedes pagarían una abultada cuenta sin rechistar.

El público se los comía con la voz y los ojos en los teatros y el cine. Cuando Lola se acercaba a Manuel taconeando y girando, sin dejar ver piernas ni bragas, que para eso la escena se filmaba desde arriba, y en el teatro ella tenía mucho cuidado con tal revuelo de bata de cola, se armaba la tremolina. Cuando Manuel daba un paso hacia delante, sombrero cordobés echado hacia atrás, brazo y mano izquierdos levantados, marcando compás, y en dirección a ella, los dos rozándose casi los labios, los allí presentes vibraban, rugían, era el no va más y el “muérdela, Caracol”. Películas como “Embrujo” y “La niña de la Venta”, rodadas en 1947 y protagonizada por la pareja, batieron todos los récords de taquilla en nuestro país, y la presencia de ambos sobre las tablazones de los escenarios y entre las bambalinas teatrales eran éxito asegurado. La gente no tendría para comer, pero se las apañaba para sacar una entrada.

Vivan la madre que me parió y el padre que me hizo, benditos sean, porque, incondicionales de aquella pareja dispareja, me enseñaron a perderme en la voz de Caracol y en lo inexplicable de Lola Flores. No se sabe si por celos, si porque Lola se cansó de ser la otra que a nada tiene derecho, aquello que cantaba la Piquer, y la gente sabía que se refería a sus amores con el torero Antonio Márquez (1899-1988), que fue su marido y a quien llamaban “El Belmonte Rubio”, o si porque Caracol no quiso aceptar el millonario contrato que para una gira por el extranjero les proponía el productor Cesáreo González (1903-1968), dueño de Suevia Films, factoría de tantas películas de la época, el encanto se rompió. Cada cual, maldito parné, se fue por su lado. Nada fue igual desde entonces. Ella se marchó a América. Él comenzó a actuar con su hija Luisa Ortega como pareja, pero el público no daba crédito a tales actuaciones: un padre y una hija no era lo mismo. Una cosa era admitir un divorcio que no existió, ni podía existir en la época, porque tampoco hubo un casamiento previo, y otro lo que se les ofrecía.




Lola, por su parte, actuaba sola. Y cantaba pidiendo limosna de amores. A Caracol, pensaban los mal pensados, pero bien pensantes. Y sentía pena, penita, pena. Por Caracol, seguía el chismorreo. Incluso hubo quienes, más lenguaraces que nadie, llegaron a afirmar, sabiéndolo, cómo no, de buena tinta, que Carmen Flores, nacida en 1936, cuando Lola tenía 13 años, no era hermana, sino hija de ella y Caracol. Aunque hubo algún intento de volver a reunirlos, no fue posible. Alea jacta est, que dijo César, la suerte está echada, o sea, que si quieres arroz, Catalina, y el notario Juan María Sells fue quien dio forma a la ruptura profesional de la pareja. La separación de piel y encame también era un hecho. Caracol terminó por abrir su tablao “Los Canasteros” en 1963 y dejó de cantar en público, salvo en ese local y en algunas grandes reuniones de flamencos consagrados. El día de la inauguración, en la que estuvo presente el mismísimo Franco, Caracol se arrodilló ante él y le pidió, diciéndoselo por soleares y siguiriyas y también sin cante, que le diera la licencia de apertura. Lola se casó en 1958 con Antonio González “El Pescaílla” (1926-1999), que pedía le llamaran “El Pescadilla”, así de fino, vaya usted a saber por qué, uno de los padres de la rumba catalana y padre de Lolita, Antonio (1961-1995) y Rosario.




Rap en estado puro. ¿Fácil de interpretar? A ver quién se atreve:

Os voy a enseñar una cosa
que mi madre me enseñó
cuando yo era pequeñita.
Mu sencillo, ustedes habláis
mejor que yo y lo vais a decir perfectamente.
Se trata de:

¿Cómo me la maravillaría yo?…

Yo tenía un arcón que tenía tronchi tronchito,
pencajo y pencajito,
detrás de la penca un grajo,
detrás del grajo una graja,
detrás de la graja una tinaja
con veinticinco mujeres y una raja ,
detrás de la raja un huerto,
que dice don Alonso Caña y Corcho,
doña Juana Corcho Caña.

Y sale doña Guirigaja
con siete guirigarajitos chicos.
¿Don Guirigajo, ¿se quiere usted guirigajar conmigo?
No, doña Guirigaja,
no quiero que machaque mi niño la flor de un ajo.

¿Cómo me la maravillaría yo?…

Atención, atención, ¿eh? Más fácil todavía:
Un tigre, dos tigres, tres tigres.
En tres platos de trigo comían tres tristes tigres trigo,

¿Como me la maravillaría yo?.…

Atención, atención, atención.
En un escaparate viejo tres caras juntas he visto:
Juan Carasejo, tío Juan Carasajo
y el tío de tío Juan Carasejo “El Viejo” .

¿Cómo me la maravillaría yo?…

Ahora cuidaíto con esto, ¿eh?
No se puede nunca decir
en la piedra de macha.
Hay que decir en la piedra de maca,
siempre en la piedra de maca,
porque, si ustedes dicen
en la piedra de macha,
ustedes dicen la picardía grande.
Siempre en la piedra de maca.
En la piedra de maca charajo machacaba mi niña los ajos,
ajos de maca chapiedra
piedra de maca charajo.
El maca no se te olvide por que, si no, te has colado.

¿Como me la maravillaría yo?…

Que yo tenía un arcón…

Cuando ya era la rapera nacional por excelencia, Lola, más faraona si cabe en lo suyo, empezó a recibir prebendas y homenajes: Lazo de Dama de Isabel la Católica en 1962, medalla de oro del Círculo de Bellas Artes en 1967, y Medalla al Trabajo en 1974, “lo más grande que me han podío consedé en la vía”, por lo que tanto había luchado. Y lo que seguiría peleando, que era ella quien sacaba a toda su numerosa troupe adelante. Hasta prácticamente su último aliento. Su postrer homenaje se lo brindó Antena 3 en 1994. Lola estuvo invitada, pero no actuó. Disfrutó de las actuaciones de quienes la homenajearon y dijo una frase aún recordada: "Ya puedo morir tranquila".

Aunque siempre dijo no serlo, interpretaba papeles de gitana en algunas de sus películas. A las ya citadas junto a Manolo Caracol, cabe añadir “Morena clara”, dirigida en 1954 por Luis Lucía (1914-1984), versionando el célebre film de 1934, “El duende de Jerez”, en compañía de Fernando Fernán Gómez (1921-2007), y “María de la O”, rodada en 1959, que supuso su primera película con "El Pescaílla". Otras cintas que interpretó son “La hermana San Sulpicio”, en 1962, nueva versión de la que había rodado Magdalena Nile del Rio (1910-2003), la Imperio Argentina del cine y la canción, y los dramones mejicanos “La faraona”, en 1955, y “Sueños de oro”, en 1958, con mucho tequila y no menos mariachi, pero poco más.

“Casa Flora” y “Una señora estupenda”, ambas rodadas en 1972, son sus dos cintas más salvables en plena época de la comedia española predestape. Posteriormente protagonizó “Juana la loca... de vez en cuando”, en 1983, dando vida a Isabel la Católica, y “Truhanes”, en ese mismo año, y participó en “Sevillanas”, bellísimo homenaje en imágenes al cante y baile flamencos rodado en 1992 por Carlos Saura para la Expo de Sevilla. Su amistad con Carmen Sevilla y Paquita Rico, con quienes compartió giras musicales por Hispanoamérica, se reflejó en “El balcón de la luna”, rodada en 1952.

También la televisión fue uno de los medios donde Lola se sintió a gusto. A fin de cuentas, guiones aparte, ella hacía lo que le venía en gana en cada programa. Así,
"El tablao de Lola" en Tele 5, "Sabor a Lolas" en Antena 3 en 1992 y 1993, y "Ay, Lola, Lolita, Lola", en TVE en 1995. Su último programa tuvo que suspenderse al agravarse el cáncer de mama que padecía, que le fue diagnosticado en 1972, y que le causaría la muerte.

Personaje que las alimentaba, que no dejaba de aparecer en las revistas del colorín, del corazón o de la bragueta, que cada cual las nombre como quiera, sus pechos desnudos en Interviú sirvieron para que el personal tuviera algo de que hablar en 1983. De las fotografías y de todo cuanto las rodeó: que si robadas, que si no he cobrado nada por ello, que si esto no puede ser, que si han invadido mi intimidad, que si reportaje (también pagado, claro) en “Diez Minutos” para desmentir que hubiera posado en la piscina de “Los Gitanillos”, su chalet de Marbella, que si patatín y patatán. José Manuel Otero, santo y seña de los paparazzis ejercientes, “El Padrino” para los amigos, ahora algo retirado de los nikonazos y flashes, podría contar la realidad de tal tejemaneje. De ese desnudo y de tantos otros reportajes, con o sin morbo. Otero, atrévete. Si lo haces, me atrevo contigo. Material tenemos de sobra. ¿Por qué no contamos tantas cosas entre los dos? Como antes, pero ahora de verdad.

La vida de Lola tuvo mucho, casi todo, de canción, música y bata de cola. Se fue un 16 primaveral de mayo, amortajada con blanca mantilla, cual si fuera María de las Mercedes (1860-1878), la esposa de Alfonso XII (1857-1885), reina consorte muerta tan joven, y quienes quisieron pudieron verla de cuerpo presente. Su entierro, con un funeral transmitido en directo por televisión, contó con un grupo musical que tocó “La Zarzamora” hasta que la sepultaron. Catorce días después su hijo Antonio apareció muerto, “por la maldita droga”, que decía Guillermo Furiase, entonces marido de Lolita.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Ojalá Otero se atreva y tú te atrevas con él. Seguro que sabríamos muchas cosas que quedaron en el olvido para siempre. Vuelvo a disfrutar como una enana leyéndote.

Peggy dijo...

¿Cómo me las maravillaría yo...?

Es un placer ver a la artista y leer al periodista.