jueves, 25 de noviembre de 2010
Una niña de 85 años gana el Premio Cervantes
Afirma que “me falla la carrocería, pero la cabeza la tengo… tan mal como siempre” y no se detiene en paradojas ni componendas humorísticas cuando añade que “en mi cuerpo de 85 años habita una niña de 12”. A pesar del apellido de la ganadora, este año el Premio Cervantes no ha ido a parar de matute a cualquiera capaz de juntar letras con escasos méritos literarios, pero de sobrado servilismo político, como ha ocurrido otras veces, que este mercadillo de los galardones funciona de manera tal, sino que ha sido para la mujer que venía sonando como ganadora en tantas quinielas.
Ana María Matute, nacida en 1925, considerada posible ganadora del Nobel, cuando fue propuesta en 1976, se lleva el galardón y los 125.000 euros, nunca de despreciar, aunque ella dice que escribe porque es su manera de estar en el mundo, no para ganar premios. Don Miguel, padre del loco más cuerdo de cuantos hayan existido en las páginas negro sobre blanco, Alonso Quijano, aquel Quijote enamorado y peleón, buscador de Dulcinea del Toboso en la persona de Aldonza Lorenzo y desfacedor de entuertos, fueran o no gigantes como molinos, ya tiene otra Miguela con quien regocijarse en su particular Parnaso literario.
Tres mujeres han sido premiadas en las 36 ocasiones que se ha otorgado el considerado Nobel de la literatura escrita en español. Antes que Ana María, que escribe “porque es mi manera de estar viva”, lo recibieron la española María Zambrano (1904-1991), una mujer que vivió toda su existencia despidiendo olor a tabaco y a gato, animal que llegó a tener por docenas en cualquier casa donde viviera, filósofa y ensayista, discípula predilecta de José Ortega y Gasset (1883-1955), aquel que, rebelión de las masas aparte, decía que era él y su circunstancia, y Dulce María Loynaz (1902-1997), poeta cubana como quería que la llamaran, no poetisa, que pasó directamente a la Universidad sin haber estado en escuela alguna.
El jurado que decidió la suerte del Cervantes ha destacado en el acta que Ana María es “una escritora realista y con proyección a lo fantástico”, y Victor García de la Concha, presidente de la Real Academia, puso de manifiesto que “su clave está en la escritura de imaginación con un peculiar, femenino y revolucionario estilo”. Nadie ha dicho, por fortuna, que la suya es literatura de mujer para mujeres. Nos han ahorrado estupidez tal.
La escritura es “la terapia que me sirve para enfrentarme a un mundo que no me gusta ni en el que confío”. Lo primero que recuerda haber escrito es “un cuento cuando tenía cinco años, que ilustré con dibujos”. Era una niña tartamuda, acomplejada y enfermiza que dice haber sido salvada por la literatura: “Si no arranco a escribir, me muero”. Tal caso de precocidad literaria se puso de manifiesto cuando con diecisiete escribió “Pequeño teatro”, obra en la que abordaba el tema del suicidio, por completo tabú en aquella España. La editorial Destino le compró los derechos, pero no se publicó hasta 1954 cuando ganó con ella el Planeta.
Ana María podía haberse decantado por obras de las llamadas de contenido social, que para eso conocía, entre otros, a Ignacio Aldecoa (1925-1969), escritor de la cotidianeidad y la ternura, cuyos cuentos “Aldecoa se burla” o “Chico de Madrid” han quedado para la posteridad como obras maestras, Rafael Sánchez Ferlosio, nacido en 1929, cuya novela “El Jarama” supuso un antes y un después literario en nuestro país, y Carlos Barral (1928-1989), recordado editor, poeta y memorialista, la barba más conocida de los escribidores españoles después de la de Ramón del Valle Inclán (1866-1936). Sin embargo, prefirió ir llenando su universo literario de gnomos, unicornios, duendes, sueños y paraísos inhabitados, como la casa de muñecas que preside el salón de su vivienda.
Tenía diez años cuando comenzó la Guerra Civil con su carga de violencia, odio, muerte, miseria, angustia y pobreza, más jinetes del Apocalipsis que los cuatro bíblicos, y su infancia y juventud, marcadas por la barbarie, se reflejaron posteriormente en escribir sobre “aquellos niños asombrados que veían cosas terribles y, muy a pesar suyo, tenían que entender los sinsentidos que les rodeaban".
Nunca ha podido olvidar lo que vivió en aquellos años y en los inmediatamente posteriores, algo que ha reflejado en muchos de sus libros. Hay quienes consideran que su mejor obra es la trilogía “Los Mercaderes”, formada por “Primera memoria”, “Los soldados lloran de noche” y “La trampa”. Cada una de esas novelas tiene un argumento propio, pero están unidas por aquella barbarie y el retrato de una sociedad dominada por el materialismo y el interés propio". Las vivencias de aquellos terribles años le han dejado huellas, algunas tan particulares como aborrecer los fuegos artificiales, “porque me recuerdan el estallido de las bombas y las carreras hacia los refugios”.
Las miserias de la posguerra se revelaban a sus ojos a través de Isabel Bartolomé, la cocinera. Analfabeta, Isabel le dictaba a Ana María las cartas para su familia, y la pequeña cobraba así consciencia de los padecimientos que tanta gente sufría. Aquellas historias contribuyeron a formar el espíritu crítico de la escritora que sería. Hoy manifiesta con rotundidad que su escritura “es una manera de protestar, de alzar la voz” y de que “ es esa voz la que he querido prestar, y he prestado, a quienes no la tienen ni han tenido”.
En 1952 se casó con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, en contra de los deseos de su madre, que llegó a desheredarla. El matrimonio resultó ser un desastre: él no supo apreciarla ni como escritora ni como persona, y la separación, cuyos trámites inició ella, se consumó tras casi once años de convivencia. Tuvo que enfrentarse a la pérdida de la custodia de su hijo Juan Pablo, nacido en 1954, lo que le llevó a decir que “en aquellos años viví tantas cosas horribles que me tapan las buenas”.
"El Malo" era como llamaba Ana María a quien fue su marido. "Y no es que fuera malo, es que era peor". Fue una época en la que ella tenía que llevar el dinero a casa. Cambiaban continuamente de piso en alquiler. "Yo sacaba los duros de muchas maneras: escribía un cuento diario, empeñaba todo cuanto podía". Decía también que "El Malo era la quintaesencia del Café Gijón, en el que abundaban los escritores charlatanes, pintorescos e inútiles. Era listo, más listo que el hambre. Hasta su muerte, vivió siempre de los demás". Ana María afirma que en aquellos años "yo era soñadora, ridícula, tonta. Joven, en una palabra".
La escritora asegura que de aquella "mediocridad" que reinaba en la posguerra era ejemplo el Café Gijón. “Yo iba a rastras porque "El Malo" se empeñaba en que fuera, pero no entiendo esa fascinación por el café, que estaba lleno de mangantes, de lázaros, vagos y sinvergüenzas de todo tipo, gente sin el menor interés". Siempre le pareció "una cosa muy pequeña, muy provinciana, y en el fondo muy mezquina. Un pequeño mundo muy casposo, lleno de envidias, de resentimientos. Era como un casino de pueblo, con muchos viejos".
Ana María recuerda con desagrado a personajes que se daban cita en las mesas y tertulias del establecimiento, "aquellos horribles periodistas y escritores fascistas", entre los que incluye a Rafael García Serrano (1917-1988), cuyo “Diccionario para un macuto” fue un auténtico superventas en la España franquista, Rafael Sánchez-Mazas (1894-1966), uno de los fundadores de la Falange, miembro del segundo gobierno de Franco y creador del grito “¡Arriba España!”, y Eugenio Montes (1900-1982), otro fundador del partido de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936).
Cuando recuperó a su hijo, tres años más tarde de haberse separado de “El Malo”, decidió hacer las Américas y ejerció como lectora en Indiana y Oklahoma. La Universidad de Boston estableció en 1969 la Ana María Matute Collection, donde se conservan algunos de sus primeros manuscritos.
Su gran amor fue el empresario francés Julio Brocard. Juntos viajaron alrededor del mundo compartiendo “pasión, respeto y devoción”. Uno de los recuerdos más preciados de la escritora es el de aquella noche en que hicieron el amor en un barquito en el río de las Perlas en Hong Kong. Ana María nunca ha querido redactar sus memorias por miedo a bloquearse al hablar de Brocard, fallecido en 1990. Fue el 26 de julio, el mismo día que ella cumplía 65 años.
Habría sufrido una profunda depresión en los 70, “sin saber por qué, tal vez porque la vida me cobraba todo lo que había sufrido”, que le paró en seco su producción literaria, algo que se vio acentuado con la pérdida de su compañero. Carmen Balcells, esa leyenda viva, la agente literaria que es bálsamo para los escritores y látigo para los editores, la convenció para que terminara algo que había empezado a escribir. El regreso de Ana María a la literatura fue algo tan esperado como impresionante, no defraudó. Después de casi 20 años, y tras haber tanteado el terreno con “La virgen de Antioquía”, publicó en 1996 su obra maestra, “Olvidado Rey Gudú”, un libro ya de culto, de ambientación medieval con elementos de la literatura fantástica, libro de caballería y cuento de hadas. Es el segundo título de la trilogía medieval que se completa con “La torre vigía” y “Aranmanoth”.
Renacida para la escritura tras los sufrimientos y desengaños pasados, ingresó en la Real Academia Española en 1998, donde se sienta en el sillón de la K mayúscula, siendo una de las solamente siete mujeres que han accedido a la institución, que cumplirá 300 años de existencia en 2013. Junto a las dos escritoras que ocuparon asiento, ya fallecidas, Carmen Conde (1907-1986) y Elena Quiroga (1921-1995), hay que citar a las otras académicas presentes en la actualidad: la escritora Soledad Puértolas, la filóloga Inés Ordóñez, la historiadora Carmen Iglesias y la investigadora Margarita Salas.
Llama la atención que haya, y haya habido, tan pocas mujeres entre los 44 componentes de la Academia. No fueron admitidas Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), primera mujer de la que se tiene constancia solicitó su ingreso, siéndole denegado, Emilia Pardo Bazán, (1851-1921), que pasó a la posteridad como una de las cimas del realismo y naturalismo literario español, pero no como académica, ni tampoco la lexicógrafa María Moliner (1900-1981), cuyo “Diccionario del uso del español” sigue siendo una joya de la lengua, pero que no logró el sillón por el que competía con Emilio Alarcos Llorach (1922-1998), quien sí consiguió acceder.
Ganadora de numerosos galardones literarios a lo largo de su trayectoria, obtuvo, aunque pueda parecer paradójico, el Premio Café Gijón en 1952. El Premio de la Crítica lo consiguió con “Los hijos muertos”, obra que le supuso también el Nacional de Literatura en 1959, año en el que obtuvo asimismo el Nadal con “Primera Memoria”. Logró el Premio Fastenrath de la Real Academia Española con “Los soldados lloran de noche” en 1962, y el Nacional de las Letras Españolas en 2007. Su dedicación a la literatura escrita para niños le supuso el Premio Lazarillo de literatura infantil por “El polizón de Ulises” en 1965, el del Libro de Interés Juvenil, otorgado por el Ministerio de Cultura, en1976, y el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por “Sólo un pie descalzo” en 1984.
Todos los libros que ha escrito giran en torno a los niños, la incomunicación y el paraíso imposible. Magistral dominadora de la narrativa infantil, aclara que la mayoría de sus novelas “no tienen nada que ver con la infancia, sino con lo que todos tenemos que ver con la infancia, la llevamos dentro”. No piensa renunciar a una idea que ha seguido prácticamente como norma: “Sólo los adultos que conservan en su interior algo del niño que fueron se salvan de la mediocridad y de la vileza de sentimientos”.Cuando tenía cuatro años estuvo muy enferma. Sus padres la llevaron a vivir con sus abuelos en Mansilla de la Sierra, un pueblo pequeño en las montañas riojanas. Dice que la gente de aquel lugar la influenció profundamente, y a ella dedicó numerosas páginas de “Historias de la Artámila”, obra publicada en 1961.
Su último libro ha sido uno de cuentos, “La puerta de la Luna”, que hace referencia a la infancia en aquel pueblo, “en aquella casa que tenía una parte trasera con una acústica fenomenal desde la que podía escuchar las conversaciones de los mayores. Allí podía observar el mundo sin participar”. Quiere seguir escribiendo. Mirar y contar. Ver y decir. Asombrada. Como una niña.
“¿Qué soy vieja? A la gente puede parecerle terrible la vejez, pero uno se acostumbra a todo, incluso a uno mismo”.
Ejercicios aconsejables para tener ojos en la espalda y no partirse el cuello
Tenía ojos en la espalda. Éste sí. No era un invento de escritor de novelas de misterio. Tampoco el producto de un tiburón del marketing. Fue uno de esos seres humanos de los que no se sabe haya habido ninguno más, y ya es decir. Sólo se sabe de él lo que se sabe, valga la perogrullada. Lo que no se sabe, no se ha inventado. Por eso mismo no se conoce cuándo murió, ni dónde está enterrado, ni si tenía familia. Casi no se sabe ni quién era.
¿Un hipnotizador colectivo, un mentalista ingenioso? Podría pasar por serlo, como por un mercachifle de feria, capaz de jugar con los espectadores haciéndoles creer lo increíble y ver lo que no era sino un truco. Pero las cámaras fotográficas y de cine difícilmente se dejan hipnotizar. Tampoco puede hablarse de un montaje, habida cuenta la cantidad de testimonios gráficos que existen sobre este “hombre búho”, cuya asombrosa capacidad de girar la cabeza 180 grados, como lo hacen algunas aves rapaces, es todavía un misterio, otro más, sin resolver. O, quizás, todo sea una gran mentira. Pero, ¿para qué y con qué fines?
Nacido en Nuremberg, en 1885, Martin Emmerling, que adoptó el nombre artístico de Martin Laurello, hacía algo que no tiene explicación médica. No se asfixió ni se partió el cuello, a pesar de que podía andar hacia delante y mirar hacia atrás al mismo tiempo. También podía girar la cintura y el pie derecho 180 grados.
En 1921 emigró de su Alemania natal a Estados Unidos para dejar a los espectadores boquiabiertos con su habilidad tan soprendente como antinatural. Actuó en las atracciones de Coney Island. De allí pasó a los circos Ringling Bros. y Barnum and Bailey´s, y trabajó en los mejores espectáculos de América.
Cuando la famosa revista Life, una publicación no dada precisamente al chabacaneo, le dedicó la primera página y un extenso reportaje, el contorsionista dijo que su único mérito era fruto de la práctica y la paciencia. No obstante, si alguien quiere imitar tales ejercicios, sería recomendable que se abstuviera. Me remito a la explicación del médico norteamericano P. Nasher, que, en la década de 1920, escribió en la edición dominical del New York American lo siguiente: “En cualquier hombre ordinario esta hazaña acabaría en la estrangulación o luxación de la vértebras del cuello, con el consiguiente daño a la médula espinal, y probablemente produciría parálisis del cuerpo o incluso la muerte instantánea. Laurello es un enigma científico”.
Martin decía que lo suyo había requerido de tres años de duro y persistente entrenamiento. Lo contaba en un programa de mano de presentación de su espectáculo en Coney Island en junio de 1921:
“Para darles una idea de cuán difícil es este truco, me gustaría llamar su atención sobre el hecho de que estoy haciendo esta actuación en los últimos 10 años y no he tenido ningún imitador. Cuando mi cabeza se gira, todo el aire se corta, en otras palabras: no puedo respirar. Me llevó tres años hacer este truco a la perfección. También giro todo mi cuerpo y mi pie derecho”.
Al objeto de no llevarse a la tumba su secreto, Martin, qué hombre tan desprendido y considerado, daba una serie de consejos para quien tuviera apetencias de enroscarse cual bombilla: “Por la mañana después del desayuno, o antes si usted lo prefiere, trate de girar la cabeza. Pruebe esto cada mañana y se dará cuenta de que puede girar su cabeza más y más cada día. Después de tres años de dura práctica usted puede ser capaz de hacerlo tan bien como yo".
No decía si estaba dispuesto a pagar el entierro de cualquier osado que se pusiera manos a la obra y se quedara en el intento. Aviso para navegantes incrédulos y crédulos que no acaban de creérselo: decir que muchos años después lo imitó la niña de “El exorcista” no es un argumento válido. Lo de Linda Blair era una ficción.
martes, 23 de noviembre de 2010
Una gaditana, del barrio jerezano de San Miguel, inventó el rap
Cuando actuó en el Madison Square Garden de Nueva York no tuvo buenas críticas. O, quizás, tuvo las mejores. Lo cierto es que un afamado columnista de espectáculos escribió que: “No sabe cantar, no sabe bailar, no se la pierdan”. Aquella gaditana, nacida en el jerezano barrio de San Miguel, aunque haya quienes digan que Jerez es la capital de Cádiz y no al contrario, había hecho una demostración ante los asombrados ojos de los norteamericanos, más blancos que negros entre los asistentes, de que podía ser considerada inventora del rap. No fue la que mejor cantaba, no. Ni la que mejor bailaba, tampoco. Pero fue la mejor de las mejores en su época.
A fin de cuentas, el rap es una recitación rítmica de palabras surgida a mediados del pasado siglo en los Estados Unidos, y de tal arte ella sabía más que nadie. Patrimonio de la comunidad negra norteamericana, una gitana morenota y resalá fue a ponerle ante sus morros, nunca mejor dicho, cómo había que echarle perendengues al asunto, lo mismo con poemas de García Lorca (1898-1936) que con letras de Quintero, León y Quiroga. Mejor dicho, de los dos primeros del trío, que el tercero ponía la música. Mucho rap como pilar de la cultura hip hop, interpretado a capella, a simple voz, o con un fondo musical repetitivo, chunta, chunta, chunta, todo igual, pero fue ella quien, a ritmo de tangos, tanguillos y andalú cantao, rapeó, conversó, para entendernos, según el dialecto hablado por los afroamericanos de USA, y puso el teatro patas arriba con su hablar y su taconeo de patas abajo.
Y es que “La Faraona” podía haber inventado cualquier cosa que se le hubiera puesto en las entretelas de la bata de cola, porque, nacida en 1923, con 12 años ya era reconocida como bailora en los ambientes artísticos jerezanos. No había llegado aún el día en que José María Pemán (1897-1981), escritor y articulista, patriarca de toda una generación de escribidores patrios, dijera de ella que “mariposa de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores”. Tampoco había dejado todavía mudos de admiración a los públicos más diversos cuando recitaba a García Lorca, al modo y manera que lo hizo quien pasa por ser el mejor rapsoda de siempre de todas las Españas, José González Marín (1889-1956), amigo de los poetas de la Generación del 27, capaz de recitar poemas de Federico en los teatros de aquellos penosos años 40 y 50. Y había que tenerlos bien puestos para ello.
Malagueño de Cártama, el pueblo otrora más famoso que hoy por su exquisito salchichón, la historia profesional de quien fue llamado “El faraón de los decires”, bello apelativo donde los haya para un declamador, comenzó cuando abandonó el Seminario para estudiar Derecho, carrera que no terminó, entrar en la compañía de María Guerrero (1867-1928), donde actuó en varias funciones, y descubrir su verdadera vocación: recitar los versos de otros. Con un equipaje de poemas viajó por todo el mundo cuando tuvo que abandonar España en 1936 después que hiciera unos comentarios que no fueron del agrado de algunos comisarios políticos del Frente Popular. Antes de marcharse para triunfar en Venezuela, Perú, Argentina y Cuba, pasó por su pueblo y se llevó con él la imagen de la patrona, la Virgen de los Remedios, para que no sufriera daño alguno con la escabechina que se avecinaba. Terminada la barbarie, volvió a España y siguió triunfando.
Por aquellos entonces Lola se conformaba con cantar lo que cantaban Concha Piquer (1906-1990) y Estrellita Castro (1908-1983), pero ya estaba preparada para debutar. Lo hizo cantando “Bautizá con manzanilla”, una joya prácticamente inencontrable hoy día, en el espectáculo “Luces de España” sobre el escenario del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera. Tenía 16 años y con aquella canción Lola quiso homenajear a Pastora Pavón “La Niña de los Peines” (1890-1969), que la había cantado a los cuatro vientos tantas veces: “Cerca del Guadalquivir tiene un trono esta chiquilla, que la llaman en Sevilla la gitanita cañí”. La gitanería gaditana se dio cita para aplaudir a la mocita y considerarla una de las suyas, aunque Lola negó siempre que fuera de raza calé.
Faltaban unos años para que se cruzara en su camino, pero finalmente ocurrió. Corría 1944 y se presentaba el espectáculo “Zambra”. Cabecera de cartel eran ella, que llegaba a saborear triunfos, y él, que era el cante en toda su extensión. Él, Manuel Ortega Juárez, Manolo Caracol (1909-1973), un sevillano de la Alameda de Hércules, era un fuera de serie que había ganado siendo muy jovencito el Concurso de Cante de Granada, auspiciado por Manuel de Falla y Federico García Lorca, en 1922. Era un chavalillo de 12 años, “Niño Caracol” que se hacía llamar. Ella, Dolores Flores Ruiz, se preparaba para ser Salvaora, Zarzamora y Niña de Fuego, para hacer que el genio, el dios del duende se perdiera con ella, a pesar de aquello de que “si yo no fuera casao, contigo me iba a perder”. Se perdieron ambos, como no podía ser menos.
Porque Caracol era casao, claro que lo era. Con Luisa Gómez, a la que jamás dejó, a pesar de Lola y de otras, que él era muy gitano por todos los poros de su cuerpo. Y era padre. De Luisa Ortega, que había nacido en 1936. Y Caracol parecía que le doblaba la edad. Pero no. Le llevaba 14 años, pero ya tenía aspecto de persona mayor. Y Lola a su lado parecía una niña. Sin embargo, ella se rindió a él y él a ella. Fueron 7 años de éxitos, de giras, de amores y desamores, de celos y peleas, de dimes y diretes, de alimentar aquel morbo pueblerino de pareja de hecho, aunque no casada, que podía dormir junta, a pesar de que no tuvieran Libro de Familia propia, condición indispensable para folgar en compañía en pensiones y hoteles, pues menudos eran los empleados de recepción para saltarse la norma.
Sin embargo, ellos, artistas al fin y al cabo, eran la excepción. Y formaban la marimorena en algunos hoteles, sin que nadie les reprochara nada. Lo cuenta Maruja Torres, periodista de raza, en su libro "Mujer en guerra". Lo supo por su madre, que trabajaba de camarera en el Hotel Victoria de Barcelona, en el que solían alojarse cuando actuaban en la Ciudad Condal, y presenció por el ojo de la cerradura algunas de tales trifulcas. Cuando Caracol llegaba a altas horas de la noche después de haberse corrido una juerga, Lola se agachaba ante él y le olía la bragueta para comprobar si se había corrido algo más. En caso afirmativo, ella comenzaba a destruir todo lo rompible de la habitación sin que el personal del hotel interviniera para nada, pues tenían orden de no hacerlo, ya que al día siguiente tan destrozones huéspedes pagarían una abultada cuenta sin rechistar.
El público se los comía con la voz y los ojos en los teatros y el cine. Cuando Lola se acercaba a Manuel taconeando y girando, sin dejar ver piernas ni bragas, que para eso la escena se filmaba desde arriba, y en el teatro ella tenía mucho cuidado con tal revuelo de bata de cola, se armaba la tremolina. Cuando Manuel daba un paso hacia delante, sombrero cordobés echado hacia atrás, brazo y mano izquierdos levantados, marcando compás, y en dirección a ella, los dos rozándose casi los labios, los allí presentes vibraban, rugían, era el no va más y el “muérdela, Caracol”. Películas como “Embrujo” y “La niña de la Venta”, rodadas en 1947 y protagonizada por la pareja, batieron todos los récords de taquilla en nuestro país, y la presencia de ambos sobre las tablazones de los escenarios y entre las bambalinas teatrales eran éxito asegurado. La gente no tendría para comer, pero se las apañaba para sacar una entrada.
Vivan la madre que me parió y el padre que me hizo, benditos sean, porque, incondicionales de aquella pareja dispareja, me enseñaron a perderme en la voz de Caracol y en lo inexplicable de Lola Flores. No se sabe si por celos, si porque Lola se cansó de ser la otra que a nada tiene derecho, aquello que cantaba la Piquer, y la gente sabía que se refería a sus amores con el torero Antonio Márquez (1899-1988), que fue su marido y a quien llamaban “El Belmonte Rubio”, o si porque Caracol no quiso aceptar el millonario contrato que para una gira por el extranjero les proponía el productor Cesáreo González (1903-1968), dueño de Suevia Films, factoría de tantas películas de la época, el encanto se rompió. Cada cual, maldito parné, se fue por su lado. Nada fue igual desde entonces. Ella se marchó a América. Él comenzó a actuar con su hija Luisa Ortega como pareja, pero el público no daba crédito a tales actuaciones: un padre y una hija no era lo mismo. Una cosa era admitir un divorcio que no existió, ni podía existir en la época, porque tampoco hubo un casamiento previo, y otro lo que se les ofrecía.
Lola, por su parte, actuaba sola. Y cantaba pidiendo limosna de amores. A Caracol, pensaban los mal pensados, pero bien pensantes. Y sentía pena, penita, pena. Por Caracol, seguía el chismorreo. Incluso hubo quienes, más lenguaraces que nadie, llegaron a afirmar, sabiéndolo, cómo no, de buena tinta, que Carmen Flores, nacida en 1936, cuando Lola tenía 13 años, no era hermana, sino hija de ella y Caracol. Aunque hubo algún intento de volver a reunirlos, no fue posible. Alea jacta est, que dijo César, la suerte está echada, o sea, que si quieres arroz, Catalina, y el notario Juan María Sells fue quien dio forma a la ruptura profesional de la pareja. La separación de piel y encame también era un hecho. Caracol terminó por abrir su tablao “Los Canasteros” en 1963 y dejó de cantar en público, salvo en ese local y en algunas grandes reuniones de flamencos consagrados. El día de la inauguración, en la que estuvo presente el mismísimo Franco, Caracol se arrodilló ante él y le pidió, diciéndoselo por soleares y siguiriyas y también sin cante, que le diera la licencia de apertura. Lola se casó en 1958 con Antonio González “El Pescaílla” (1926-1999), que pedía le llamaran “El Pescadilla”, así de fino, vaya usted a saber por qué, uno de los padres de la rumba catalana y padre de Lolita, Antonio (1961-1995) y Rosario.
Rap en estado puro. ¿Fácil de interpretar? A ver quién se atreve:
Os voy a enseñar una cosa
que mi madre me enseñó
cuando yo era pequeñita.
Mu sencillo, ustedes habláis
mejor que yo y lo vais a decir perfectamente.
Se trata de:
¿Cómo me la maravillaría yo?…
Yo tenía un arcón que tenía tronchi tronchito,
pencajo y pencajito,
detrás de la penca un grajo,
detrás del grajo una graja,
detrás de la graja una tinaja
con veinticinco mujeres y una raja ,
detrás de la raja un huerto,
que dice don Alonso Caña y Corcho,
doña Juana Corcho Caña.
Y sale doña Guirigaja
con siete guirigarajitos chicos.
¿Don Guirigajo, ¿se quiere usted guirigajar conmigo?
No, doña Guirigaja,
no quiero que machaque mi niño la flor de un ajo.
¿Cómo me la maravillaría yo?…
Atención, atención, ¿eh? Más fácil todavía:
Un tigre, dos tigres, tres tigres.
En tres platos de trigo comían tres tristes tigres trigo,
¿Como me la maravillaría yo?.…
Atención, atención, atención.
En un escaparate viejo tres caras juntas he visto:
Juan Carasejo, tío Juan Carasajo
y el tío de tío Juan Carasejo “El Viejo” .
¿Cómo me la maravillaría yo?…
Ahora cuidaíto con esto, ¿eh?
No se puede nunca decir
en la piedra de macha.
Hay que decir en la piedra de maca,
siempre en la piedra de maca,
porque, si ustedes dicen
en la piedra de macha,
ustedes dicen la picardía grande.
Siempre en la piedra de maca.
En la piedra de maca charajo machacaba mi niña los ajos,
ajos de maca chapiedra
piedra de maca charajo.
El maca no se te olvide por que, si no, te has colado.
¿Como me la maravillaría yo?…
Que yo tenía un arcón…
Cuando ya era la rapera nacional por excelencia, Lola, más faraona si cabe en lo suyo, empezó a recibir prebendas y homenajes: Lazo de Dama de Isabel la Católica en 1962, medalla de oro del Círculo de Bellas Artes en 1967, y Medalla al Trabajo en 1974, “lo más grande que me han podío consedé en la vía”, por lo que tanto había luchado. Y lo que seguiría peleando, que era ella quien sacaba a toda su numerosa troupe adelante. Hasta prácticamente su último aliento. Su postrer homenaje se lo brindó Antena 3 en 1994. Lola estuvo invitada, pero no actuó. Disfrutó de las actuaciones de quienes la homenajearon y dijo una frase aún recordada: "Ya puedo morir tranquila".
Aunque siempre dijo no serlo, interpretaba papeles de gitana en algunas de sus películas. A las ya citadas junto a Manolo Caracol, cabe añadir “Morena clara”, dirigida en 1954 por Luis Lucía (1914-1984), versionando el célebre film de 1934, “El duende de Jerez”, en compañía de Fernando Fernán Gómez (1921-2007), y “María de la O”, rodada en 1959, que supuso su primera película con "El Pescaílla". Otras cintas que interpretó son “La hermana San Sulpicio”, en 1962, nueva versión de la que había rodado Magdalena Nile del Rio (1910-2003), la Imperio Argentina del cine y la canción, y los dramones mejicanos “La faraona”, en 1955, y “Sueños de oro”, en 1958, con mucho tequila y no menos mariachi, pero poco más.
“Casa Flora” y “Una señora estupenda”, ambas rodadas en 1972, son sus dos cintas más salvables en plena época de la comedia española predestape. Posteriormente protagonizó “Juana la loca... de vez en cuando”, en 1983, dando vida a Isabel la Católica, y “Truhanes”, en ese mismo año, y participó en “Sevillanas”, bellísimo homenaje en imágenes al cante y baile flamencos rodado en 1992 por Carlos Saura para la Expo de Sevilla. Su amistad con Carmen Sevilla y Paquita Rico, con quienes compartió giras musicales por Hispanoamérica, se reflejó en “El balcón de la luna”, rodada en 1952.
También la televisión fue uno de los medios donde Lola se sintió a gusto. A fin de cuentas, guiones aparte, ella hacía lo que le venía en gana en cada programa. Así,
"El tablao de Lola" en Tele 5, "Sabor a Lolas" en Antena 3 en 1992 y 1993, y "Ay, Lola, Lolita, Lola", en TVE en 1995. Su último programa tuvo que suspenderse al agravarse el cáncer de mama que padecía, que le fue diagnosticado en 1972, y que le causaría la muerte.
Personaje que las alimentaba, que no dejaba de aparecer en las revistas del colorín, del corazón o de la bragueta, que cada cual las nombre como quiera, sus pechos desnudos en Interviú sirvieron para que el personal tuviera algo de que hablar en 1983. De las fotografías y de todo cuanto las rodeó: que si robadas, que si no he cobrado nada por ello, que si esto no puede ser, que si han invadido mi intimidad, que si reportaje (también pagado, claro) en “Diez Minutos” para desmentir que hubiera posado en la piscina de “Los Gitanillos”, su chalet de Marbella, que si patatín y patatán. José Manuel Otero, santo y seña de los paparazzis ejercientes, “El Padrino” para los amigos, ahora algo retirado de los nikonazos y flashes, podría contar la realidad de tal tejemaneje. De ese desnudo y de tantos otros reportajes, con o sin morbo. Otero, atrévete. Si lo haces, me atrevo contigo. Material tenemos de sobra. ¿Por qué no contamos tantas cosas entre los dos? Como antes, pero ahora de verdad.
La vida de Lola tuvo mucho, casi todo, de canción, música y bata de cola. Se fue un 16 primaveral de mayo, amortajada con blanca mantilla, cual si fuera María de las Mercedes (1860-1878), la esposa de Alfonso XII (1857-1885), reina consorte muerta tan joven, y quienes quisieron pudieron verla de cuerpo presente. Su entierro, con un funeral transmitido en directo por televisión, contó con un grupo musical que tocó “La Zarzamora” hasta que la sepultaron. Catorce días después su hijo Antonio apareció muerto, “por la maldita droga”, que decía Guillermo Furiase, entonces marido de Lolita.
A fin de cuentas, el rap es una recitación rítmica de palabras surgida a mediados del pasado siglo en los Estados Unidos, y de tal arte ella sabía más que nadie. Patrimonio de la comunidad negra norteamericana, una gitana morenota y resalá fue a ponerle ante sus morros, nunca mejor dicho, cómo había que echarle perendengues al asunto, lo mismo con poemas de García Lorca (1898-1936) que con letras de Quintero, León y Quiroga. Mejor dicho, de los dos primeros del trío, que el tercero ponía la música. Mucho rap como pilar de la cultura hip hop, interpretado a capella, a simple voz, o con un fondo musical repetitivo, chunta, chunta, chunta, todo igual, pero fue ella quien, a ritmo de tangos, tanguillos y andalú cantao, rapeó, conversó, para entendernos, según el dialecto hablado por los afroamericanos de USA, y puso el teatro patas arriba con su hablar y su taconeo de patas abajo.
Y es que “La Faraona” podía haber inventado cualquier cosa que se le hubiera puesto en las entretelas de la bata de cola, porque, nacida en 1923, con 12 años ya era reconocida como bailora en los ambientes artísticos jerezanos. No había llegado aún el día en que José María Pemán (1897-1981), escritor y articulista, patriarca de toda una generación de escribidores patrios, dijera de ella que “mariposa de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores”. Tampoco había dejado todavía mudos de admiración a los públicos más diversos cuando recitaba a García Lorca, al modo y manera que lo hizo quien pasa por ser el mejor rapsoda de siempre de todas las Españas, José González Marín (1889-1956), amigo de los poetas de la Generación del 27, capaz de recitar poemas de Federico en los teatros de aquellos penosos años 40 y 50. Y había que tenerlos bien puestos para ello.
Malagueño de Cártama, el pueblo otrora más famoso que hoy por su exquisito salchichón, la historia profesional de quien fue llamado “El faraón de los decires”, bello apelativo donde los haya para un declamador, comenzó cuando abandonó el Seminario para estudiar Derecho, carrera que no terminó, entrar en la compañía de María Guerrero (1867-1928), donde actuó en varias funciones, y descubrir su verdadera vocación: recitar los versos de otros. Con un equipaje de poemas viajó por todo el mundo cuando tuvo que abandonar España en 1936 después que hiciera unos comentarios que no fueron del agrado de algunos comisarios políticos del Frente Popular. Antes de marcharse para triunfar en Venezuela, Perú, Argentina y Cuba, pasó por su pueblo y se llevó con él la imagen de la patrona, la Virgen de los Remedios, para que no sufriera daño alguno con la escabechina que se avecinaba. Terminada la barbarie, volvió a España y siguió triunfando.
Por aquellos entonces Lola se conformaba con cantar lo que cantaban Concha Piquer (1906-1990) y Estrellita Castro (1908-1983), pero ya estaba preparada para debutar. Lo hizo cantando “Bautizá con manzanilla”, una joya prácticamente inencontrable hoy día, en el espectáculo “Luces de España” sobre el escenario del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera. Tenía 16 años y con aquella canción Lola quiso homenajear a Pastora Pavón “La Niña de los Peines” (1890-1969), que la había cantado a los cuatro vientos tantas veces: “Cerca del Guadalquivir tiene un trono esta chiquilla, que la llaman en Sevilla la gitanita cañí”. La gitanería gaditana se dio cita para aplaudir a la mocita y considerarla una de las suyas, aunque Lola negó siempre que fuera de raza calé.
Faltaban unos años para que se cruzara en su camino, pero finalmente ocurrió. Corría 1944 y se presentaba el espectáculo “Zambra”. Cabecera de cartel eran ella, que llegaba a saborear triunfos, y él, que era el cante en toda su extensión. Él, Manuel Ortega Juárez, Manolo Caracol (1909-1973), un sevillano de la Alameda de Hércules, era un fuera de serie que había ganado siendo muy jovencito el Concurso de Cante de Granada, auspiciado por Manuel de Falla y Federico García Lorca, en 1922. Era un chavalillo de 12 años, “Niño Caracol” que se hacía llamar. Ella, Dolores Flores Ruiz, se preparaba para ser Salvaora, Zarzamora y Niña de Fuego, para hacer que el genio, el dios del duende se perdiera con ella, a pesar de aquello de que “si yo no fuera casao, contigo me iba a perder”. Se perdieron ambos, como no podía ser menos.
Porque Caracol era casao, claro que lo era. Con Luisa Gómez, a la que jamás dejó, a pesar de Lola y de otras, que él era muy gitano por todos los poros de su cuerpo. Y era padre. De Luisa Ortega, que había nacido en 1936. Y Caracol parecía que le doblaba la edad. Pero no. Le llevaba 14 años, pero ya tenía aspecto de persona mayor. Y Lola a su lado parecía una niña. Sin embargo, ella se rindió a él y él a ella. Fueron 7 años de éxitos, de giras, de amores y desamores, de celos y peleas, de dimes y diretes, de alimentar aquel morbo pueblerino de pareja de hecho, aunque no casada, que podía dormir junta, a pesar de que no tuvieran Libro de Familia propia, condición indispensable para folgar en compañía en pensiones y hoteles, pues menudos eran los empleados de recepción para saltarse la norma.
Sin embargo, ellos, artistas al fin y al cabo, eran la excepción. Y formaban la marimorena en algunos hoteles, sin que nadie les reprochara nada. Lo cuenta Maruja Torres, periodista de raza, en su libro "Mujer en guerra". Lo supo por su madre, que trabajaba de camarera en el Hotel Victoria de Barcelona, en el que solían alojarse cuando actuaban en la Ciudad Condal, y presenció por el ojo de la cerradura algunas de tales trifulcas. Cuando Caracol llegaba a altas horas de la noche después de haberse corrido una juerga, Lola se agachaba ante él y le olía la bragueta para comprobar si se había corrido algo más. En caso afirmativo, ella comenzaba a destruir todo lo rompible de la habitación sin que el personal del hotel interviniera para nada, pues tenían orden de no hacerlo, ya que al día siguiente tan destrozones huéspedes pagarían una abultada cuenta sin rechistar.
El público se los comía con la voz y los ojos en los teatros y el cine. Cuando Lola se acercaba a Manuel taconeando y girando, sin dejar ver piernas ni bragas, que para eso la escena se filmaba desde arriba, y en el teatro ella tenía mucho cuidado con tal revuelo de bata de cola, se armaba la tremolina. Cuando Manuel daba un paso hacia delante, sombrero cordobés echado hacia atrás, brazo y mano izquierdos levantados, marcando compás, y en dirección a ella, los dos rozándose casi los labios, los allí presentes vibraban, rugían, era el no va más y el “muérdela, Caracol”. Películas como “Embrujo” y “La niña de la Venta”, rodadas en 1947 y protagonizada por la pareja, batieron todos los récords de taquilla en nuestro país, y la presencia de ambos sobre las tablazones de los escenarios y entre las bambalinas teatrales eran éxito asegurado. La gente no tendría para comer, pero se las apañaba para sacar una entrada.
Vivan la madre que me parió y el padre que me hizo, benditos sean, porque, incondicionales de aquella pareja dispareja, me enseñaron a perderme en la voz de Caracol y en lo inexplicable de Lola Flores. No se sabe si por celos, si porque Lola se cansó de ser la otra que a nada tiene derecho, aquello que cantaba la Piquer, y la gente sabía que se refería a sus amores con el torero Antonio Márquez (1899-1988), que fue su marido y a quien llamaban “El Belmonte Rubio”, o si porque Caracol no quiso aceptar el millonario contrato que para una gira por el extranjero les proponía el productor Cesáreo González (1903-1968), dueño de Suevia Films, factoría de tantas películas de la época, el encanto se rompió. Cada cual, maldito parné, se fue por su lado. Nada fue igual desde entonces. Ella se marchó a América. Él comenzó a actuar con su hija Luisa Ortega como pareja, pero el público no daba crédito a tales actuaciones: un padre y una hija no era lo mismo. Una cosa era admitir un divorcio que no existió, ni podía existir en la época, porque tampoco hubo un casamiento previo, y otro lo que se les ofrecía.
Lola, por su parte, actuaba sola. Y cantaba pidiendo limosna de amores. A Caracol, pensaban los mal pensados, pero bien pensantes. Y sentía pena, penita, pena. Por Caracol, seguía el chismorreo. Incluso hubo quienes, más lenguaraces que nadie, llegaron a afirmar, sabiéndolo, cómo no, de buena tinta, que Carmen Flores, nacida en 1936, cuando Lola tenía 13 años, no era hermana, sino hija de ella y Caracol. Aunque hubo algún intento de volver a reunirlos, no fue posible. Alea jacta est, que dijo César, la suerte está echada, o sea, que si quieres arroz, Catalina, y el notario Juan María Sells fue quien dio forma a la ruptura profesional de la pareja. La separación de piel y encame también era un hecho. Caracol terminó por abrir su tablao “Los Canasteros” en 1963 y dejó de cantar en público, salvo en ese local y en algunas grandes reuniones de flamencos consagrados. El día de la inauguración, en la que estuvo presente el mismísimo Franco, Caracol se arrodilló ante él y le pidió, diciéndoselo por soleares y siguiriyas y también sin cante, que le diera la licencia de apertura. Lola se casó en 1958 con Antonio González “El Pescaílla” (1926-1999), que pedía le llamaran “El Pescadilla”, así de fino, vaya usted a saber por qué, uno de los padres de la rumba catalana y padre de Lolita, Antonio (1961-1995) y Rosario.
Rap en estado puro. ¿Fácil de interpretar? A ver quién se atreve:
Os voy a enseñar una cosa
que mi madre me enseñó
cuando yo era pequeñita.
Mu sencillo, ustedes habláis
mejor que yo y lo vais a decir perfectamente.
Se trata de:
¿Cómo me la maravillaría yo?…
Yo tenía un arcón que tenía tronchi tronchito,
pencajo y pencajito,
detrás de la penca un grajo,
detrás del grajo una graja,
detrás de la graja una tinaja
con veinticinco mujeres y una raja ,
detrás de la raja un huerto,
que dice don Alonso Caña y Corcho,
doña Juana Corcho Caña.
Y sale doña Guirigaja
con siete guirigarajitos chicos.
¿Don Guirigajo, ¿se quiere usted guirigajar conmigo?
No, doña Guirigaja,
no quiero que machaque mi niño la flor de un ajo.
¿Cómo me la maravillaría yo?…
Atención, atención, ¿eh? Más fácil todavía:
Un tigre, dos tigres, tres tigres.
En tres platos de trigo comían tres tristes tigres trigo,
¿Como me la maravillaría yo?.…
Atención, atención, atención.
En un escaparate viejo tres caras juntas he visto:
Juan Carasejo, tío Juan Carasajo
y el tío de tío Juan Carasejo “El Viejo” .
¿Cómo me la maravillaría yo?…
Ahora cuidaíto con esto, ¿eh?
No se puede nunca decir
en la piedra de macha.
Hay que decir en la piedra de maca,
siempre en la piedra de maca,
porque, si ustedes dicen
en la piedra de macha,
ustedes dicen la picardía grande.
Siempre en la piedra de maca.
En la piedra de maca charajo machacaba mi niña los ajos,
ajos de maca chapiedra
piedra de maca charajo.
El maca no se te olvide por que, si no, te has colado.
¿Como me la maravillaría yo?…
Que yo tenía un arcón…
Cuando ya era la rapera nacional por excelencia, Lola, más faraona si cabe en lo suyo, empezó a recibir prebendas y homenajes: Lazo de Dama de Isabel la Católica en 1962, medalla de oro del Círculo de Bellas Artes en 1967, y Medalla al Trabajo en 1974, “lo más grande que me han podío consedé en la vía”, por lo que tanto había luchado. Y lo que seguiría peleando, que era ella quien sacaba a toda su numerosa troupe adelante. Hasta prácticamente su último aliento. Su postrer homenaje se lo brindó Antena 3 en 1994. Lola estuvo invitada, pero no actuó. Disfrutó de las actuaciones de quienes la homenajearon y dijo una frase aún recordada: "Ya puedo morir tranquila".
Aunque siempre dijo no serlo, interpretaba papeles de gitana en algunas de sus películas. A las ya citadas junto a Manolo Caracol, cabe añadir “Morena clara”, dirigida en 1954 por Luis Lucía (1914-1984), versionando el célebre film de 1934, “El duende de Jerez”, en compañía de Fernando Fernán Gómez (1921-2007), y “María de la O”, rodada en 1959, que supuso su primera película con "El Pescaílla". Otras cintas que interpretó son “La hermana San Sulpicio”, en 1962, nueva versión de la que había rodado Magdalena Nile del Rio (1910-2003), la Imperio Argentina del cine y la canción, y los dramones mejicanos “La faraona”, en 1955, y “Sueños de oro”, en 1958, con mucho tequila y no menos mariachi, pero poco más.
“Casa Flora” y “Una señora estupenda”, ambas rodadas en 1972, son sus dos cintas más salvables en plena época de la comedia española predestape. Posteriormente protagonizó “Juana la loca... de vez en cuando”, en 1983, dando vida a Isabel la Católica, y “Truhanes”, en ese mismo año, y participó en “Sevillanas”, bellísimo homenaje en imágenes al cante y baile flamencos rodado en 1992 por Carlos Saura para la Expo de Sevilla. Su amistad con Carmen Sevilla y Paquita Rico, con quienes compartió giras musicales por Hispanoamérica, se reflejó en “El balcón de la luna”, rodada en 1952.
También la televisión fue uno de los medios donde Lola se sintió a gusto. A fin de cuentas, guiones aparte, ella hacía lo que le venía en gana en cada programa. Así,
"El tablao de Lola" en Tele 5, "Sabor a Lolas" en Antena 3 en 1992 y 1993, y "Ay, Lola, Lolita, Lola", en TVE en 1995. Su último programa tuvo que suspenderse al agravarse el cáncer de mama que padecía, que le fue diagnosticado en 1972, y que le causaría la muerte.
Personaje que las alimentaba, que no dejaba de aparecer en las revistas del colorín, del corazón o de la bragueta, que cada cual las nombre como quiera, sus pechos desnudos en Interviú sirvieron para que el personal tuviera algo de que hablar en 1983. De las fotografías y de todo cuanto las rodeó: que si robadas, que si no he cobrado nada por ello, que si esto no puede ser, que si han invadido mi intimidad, que si reportaje (también pagado, claro) en “Diez Minutos” para desmentir que hubiera posado en la piscina de “Los Gitanillos”, su chalet de Marbella, que si patatín y patatán. José Manuel Otero, santo y seña de los paparazzis ejercientes, “El Padrino” para los amigos, ahora algo retirado de los nikonazos y flashes, podría contar la realidad de tal tejemaneje. De ese desnudo y de tantos otros reportajes, con o sin morbo. Otero, atrévete. Si lo haces, me atrevo contigo. Material tenemos de sobra. ¿Por qué no contamos tantas cosas entre los dos? Como antes, pero ahora de verdad.
La vida de Lola tuvo mucho, casi todo, de canción, música y bata de cola. Se fue un 16 primaveral de mayo, amortajada con blanca mantilla, cual si fuera María de las Mercedes (1860-1878), la esposa de Alfonso XII (1857-1885), reina consorte muerta tan joven, y quienes quisieron pudieron verla de cuerpo presente. Su entierro, con un funeral transmitido en directo por televisión, contó con un grupo musical que tocó “La Zarzamora” hasta que la sepultaron. Catorce días después su hijo Antonio apareció muerto, “por la maldita droga”, que decía Guillermo Furiase, entonces marido de Lolita.
viernes, 19 de noviembre de 2010
O prometen follódromos, aeropuertos para ovnis y plantaciones de marihuana o hablan del orgasmo del voto
Está claro. O parece estarlo. Cuando alguien tiene una preparación adecuada, tampoco se requiere en demasía, pero es aconsejable, y una disposición de ánimo para aportar ideas, argumentos y, a ser posible, soluciones, amén de querer servir a los demás, sin duda es de las personas con madera para dedicarse a la política. Nadie con tales capacidades puede autonegárselas y dejar a los demás con un palmo de narices. Lo suyo, sí, ha de ser la POLÍTICA. Con mayúsculas. Nada de trinque y mangancia, sino de trabajo en pro de los intereses generales, el bien común, que los particulares están demasiado vistos.
Si además de todo lo anterior, el propio o la propia que esté deshojando la margarita de meterse en la cosa pública, la res publica romana, no olvido los latines, tiene un padrino, un valedor carismático y con alma de líder, miel sobre hojuelas, aquí me las den todas, y lo que te rondaré, morena. Tal ha sido, creo, el proceso seguido por Miguel Brau Gou, Miguel de Mairena o Carmen de Mairena, que ya me lío entre el nacido, el maricón de entonces (que nadie se ofenda, hoy reconvertido el vocablo en homosexual o gay), y el transexual de ahora, para decidir presentarse ante los medios de comunicación y dar a conocer el apasionante programa con que concurre a las elecciones catalanas.
Llegado/llegada al mundo (sólo mundo, nada de munda, a pesar de Bibiana Aído, ex ministra y defensora a ultranza de las miembras de cualquier organismo), en 1932, cuando Miguel Brau empezó a cantar por los cafetines del Paralelo barcelonés tenía 24 años. Se fue haciendo un hueco en el mundo del espectáculo cupletil y cancionero, no sin echar una pluma al aire, ¿qué digo una?, todas cuantas tenía, convirtiéndose en la pareja sentimental o así de Pedrito Rico, otro que tal bailaba en la cuerda floja de la acera de enfrente, hasta el punto de que ambos fueron detenidos en varias ocasiones y llevados a la cárcel por aplicación de la terrible ley franquista de vagos y maleantes.
Si además de todo lo anterior, el propio o la propia que esté deshojando la margarita de meterse en la cosa pública, la res publica romana, no olvido los latines, tiene un padrino, un valedor carismático y con alma de líder, miel sobre hojuelas, aquí me las den todas, y lo que te rondaré, morena. Tal ha sido, creo, el proceso seguido por Miguel Brau Gou, Miguel de Mairena o Carmen de Mairena, que ya me lío entre el nacido, el maricón de entonces (que nadie se ofenda, hoy reconvertido el vocablo en homosexual o gay), y el transexual de ahora, para decidir presentarse ante los medios de comunicación y dar a conocer el apasionante programa con que concurre a las elecciones catalanas.
Llegado/llegada al mundo (sólo mundo, nada de munda, a pesar de Bibiana Aído, ex ministra y defensora a ultranza de las miembras de cualquier organismo), en 1932, cuando Miguel Brau empezó a cantar por los cafetines del Paralelo barcelonés tenía 24 años. Se fue haciendo un hueco en el mundo del espectáculo cupletil y cancionero, no sin echar una pluma al aire, ¿qué digo una?, todas cuantas tenía, convirtiéndose en la pareja sentimental o así de Pedrito Rico, otro que tal bailaba en la cuerda floja de la acera de enfrente, hasta el punto de que ambos fueron detenidos en varias ocasiones y llevados a la cárcel por aplicación de la terrible ley franquista de vagos y maleantes.
Cuando Pedro Rico Cutillas, también nacido en 1932 y conocido como “El Ángel de España”, hoy injustamente olvidado, se fue a América a hacer las Américas, y por aquellas tierras terminó siendo reconocido como gran artista, quien ya era llamado Miguel de Mairena intervenía en espectáculos con Antonio Amaya, Miguel de los Reyes, y Tomás de Antequera, ahí es nada el póker, y conocía a Paquita Rico, Carmen Sevilla, Marujita Díaz y Micaela, entre otras folklóricas de peineta y olé.
Corrían los años sesenta y España seguía sin apreciar en toda su extensión la sensibilidad que no se ajustara a los tiránicos y represores cánones establecidos. Así estaba la cosa. Con Franco fuera de circulación, y los armarios abiertos, en 1980 le fue concedida a Pedrito Rico la medalla al Mérito en el Trabajo. Miguel de Mairena ya se había convertido en Carmen de Ídem, de Mairena, claro, y seguía caminos distintos a los del homenajeado que, nacido en Elda, llevó en una copla el nombre de esa localidad alicantina por el mundo entero. Como llevó “La campanera”, “Dos cruces” y “Mi escapulario”. Entre sus canciones más conocidas están también “La nave del olvido”, “Negra paloma”, “Pero reza por mí”, “Muñequito de papel”, “Sólo sonrisa” y “Consuelo la cantaora”. Falleció en Barcelona, en 1988. Tenía 55 años y con él se fue quien para muchos era el mejor intérprete de la copla en aquella época.
En la década de los setenta, Miguel de Mairena decidió ser Carmen. De Mairena, que él/ella sólo cambiaba de nombre, no de alias artístico. ¿Por qué lo de Mairena? Ni idea. Decidido/decidida a ser mujer dentro de lo que se puede, o cabe, se vestía de tal y recibía inyecciones de silicona en caderas, pechos y cara. Cuando miro cualquiera de sus fotografías, no sé por qué me da que quien le puso el tratamiento se pasó con la dosis que debía administrarle en los labios. Se dedicó a imitar a Sara Montiel y Marujita Díaz con un éxito tal que, para poder comer todos los días, tuvo que mudarse al Barrio Chino de Barcelona y ejercer la prostitución. O sea.
A principios de los noventa se ganó una merecida fama de friki en televisión con sus intervenciones en programas como “Al ataque” de Alfonso Arús y “Crónicas Marcianas” de Javier Sardà . En noviembre de 2006 y en octubre de 2008, fue detenido, ¿o debo decir detenida?, en sendas macrooperaciones en el Barrio Chino contra redes de proxenetas que obligaban a prostituirse a mujeres rumanas. Se le acusó de favorecer la prostitución por alquilar habitaciones de su casa de la calle San Ramón, con rima y todo, para que ejercieran allí las furcias, cobrando por cada servicio. Todo quedaba en casa.
En la actualidad continúa apareciendo en algunos programas televisivos en los que deja constancia de su preparación y bien hacer ante las cámaras, no en balde ha interpretado películas tan destacadas como “Todo lo sólido”, “Soy puta, pero mi coño lo disfruta”, “FBI: Frikis Buscan Incordiar” y “XXV por detrás me gusta más “.
Subyugado por esta trayectoria personal y profesional, Ariel Santamaría, concejal de Reus, a cuyos plenos municipales asiste vestido de Elvis Presley, y líder de su grupo, decidió fichar a la, ¿o debo decir él?, transexual como número dos en la lista de la CORI a la Generalitat de Cataluña. La CORI no es el apelativo cariñoso de una que se llama Socorro, sino las siglas del partido, o lo que sea, Coordinadora Reusenca Independiente, cuyo programa político presentaron ambos en la Universidad Pompeu Fabra.
Ante un auditorio de estudiantes absolutamente entregados a los oradores, De Mairena prometió, entre otras medidas tendentes a vaya usted a saber qué, conocidas como “propuestas guachis”, colocar ventiladores gigantes en Lleida, léase Lérida, para deshacer la niebla, recuperar la figura de las "majorettes" en los ayuntamientos, que los Mossos lleven barretina, enviar una misión a Marte en una nave llena de productos catalanes y construir aeropuertos para ovnis por si los extraterrestres quieren visitar Cataluña. Al parecer, no sería necesario que los marcianos o cualesquiera habitantes de otra galaxia que vinieran de turismo hablaran catalán.
Pero por encima de todo, la propuesta "estrella" son los "follódromos", equipamientos públicos para jóvenes donde poder practicar sexo sin las incomodidades del coche y "sin tener que ir a casa de la suegra". Unos polvódromos cuyas características se mantienen en secreto, pero que se irán dando a conocer a medida que se ejerza el poder otorgado por los votos. Bien.
Como la preocupación de los corianos (¿se puede decir así?) por la ecología y el medio ambiente es grande, otra de sus propuestas consiste en la implantación de "huertos ecológicos", consistentes en plantaciones de marihuana en rotondas y descampados. O sea, que todo el mundo pueda colocarse en algo, además de aprovechar para uso agrícola las tierras baldías.
No podía faltar el deporte en un programa electoral tan consecuente como el que nos ocupa. Así, la CORI propone que el porno catalán deje de ser minoritario, la organización de unas "Olimpiadas de Bar", con competiciones de billar, futbolín y cartas, y que el Barrio Chino sea declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Para no politizar demasiado la conferencia de prensa ante el selecto auditorio, De Mairena, poeta/poetisa muy influenciado/influenciada por el romanticismo de Bécquer, recitó alguno de sus afamados versos, entre los cuales destacan por su exquisitez, ritmo interno, construcción fonética y rima: "Como soy una mujer madura me he puesto en el coño una cerradura", o "Viva Tarragona, que me deja el chocho como una mona". La poesía, ese arma cargada de futuro. Polìtico, queda claro. Le faltó decir "Vivan mis co..., viva mi co..." para dejar las cosas en su sitio.
Antes de finalizar el acto, al modo y manera de cualquier mitin que se precie en aquellas tierras, los miembros de la CORI entonaron el himno de Cataluña, pero con la versión que llevarían al Parlament si ganaran las elecciones: "Els Segadors guachis". El estribillo cambia el 'Bon cop de falç' por 'Bon cop de bar, guachis de la terra'. O sea, en lugar de “Echar mano de la hoz”, se insta a los segadores a “Echar mano del bar, guachis de la tierra”.
Esto sí es política seria, ostias. Perdón, osties.
Y como la cosa friki está de moda en el politiqueo, los de Juventudes Socialistas de Cataluña, independientemente de los casi cuarenta años que tienen algunos de ellos, también han pasado por el aro. Si no hay videos con desnudo, que para eso ya están los de Ciudadanos, al menos llevemos un poquito de morbete, sexo incluido, a la publicidad electoral. Dicho y hecho. “Votar es un placer” se llama el realizado por los de la segunda división del puño y el capullo, la rosa, quiero decir, con el que pretenden luchar contra la abstención en las próximos comicios.
Eso de echar un voto en la rajita de la urna, metesaca retardado, el manoseo de la papeleta, el calorcillo ambiental, e, incluso, la mirada nada cómplice de quienes asisten al acto, puede desembocar en un orgasmo mujeril, con gritito y todo.
El voto es personal e intransferible. Secreto y propio. Cada cual lo decide a su modo y manera, le da su toque especial, el punto. Ay, pillines, qué onanistillas habéis salido.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Polvo en el coche, multa al canto
Antes te ponían eso de “Lávalo, que no encoge”, por si no tenías constancia de la calidad de la chapa, o “Lávalo, guarro”, que aquí, aunque hayamos olido a zorros, siempre hemos sido muy limpios. Alerones y bajos atufantes podían tener un pase, pero el coche debía estar inmaculado cual patena. Hoy por hoy somos el país del mundo en el que más dinero se gasta en productos de limpieza para el automóvil y en darle brillo en los establecimientos destinados a tal menester.
“A ver si lo lavas”, le decías a alguien a modo de gracia. “Ni que fuera mi querida”, te solía contestar a manera de gracia mayor. Después añadía que el coche era para trabajar, no para presumir, y no hacía distinción alguna entre esposa y amante, que tampoco venía al caso. Claro que cualquiera podía darse cuenta de si se trataba de la parienta propia o de una de ocasión con sólo fijarse en la pareja a la hora de subirse al carro. Si el fulano abría desde fuera la puerta a la torda, zas, era la querida. A la propia se la dejaba esperando a entrar al coche, lloviera o no, y se le abría desde dentro, una vez el pariente se había instalado en su asiento.
Ahora la cosa ha cambiado mucho y los coches parecen anuncios móviles de lavaderos, tan abrillantados y relucientes como van. En pocos de ellos puedes ver los escritos hechos con el dedo índice sobre el polvo que cubre la pintura o el parabrisas, que cada cual elige la plana donde dejar su caligráfico exhorto. No obstante, algo ha venido a sumarse a esta campaña de limpieza, al menos en el pueblo valenciano de Alfafar, por cuestiones de “aquí no quiero polvo”.
Así las cosas, si tienes polvo en el coche, te puede caer una multa de 1.000 euros. Una multa por meter, entiéndase. Dependerá de determinadas circunstancias, que ignoro, el que la sanción sea de “sólo” 750 euros. Si a cualquiera se le ocurre echarlo en el coche, cosa que antaño era el sustituto del piso, del parque y de la playa, los policías locales tienen orden de cortarle a los echadores la digestión del polvo y plantarle 1.000 mortadelos para que se aguanten las ganas o las colmen en otros lugares. De infracción grave han catalogado los ediles del pueblo a tal demostración de polvareda. Vade retro, lascivia sobre ruedas. Le va a salir más barato al personal masculino irse al puticlú que le coja cerca y buscar carne de pago para hacerse un petroleado de bajos.
Claro que los ediles de Alfafar, de gentilicio alfafarenses, no conformes con su campaña anti polvo, han decidido también que a las prostitutas, caña al mono, digo, a la mona, hay que darles duro y sancionarlas con hasta 3.000 euros si tienen el volunto de "ofrecer, solicitar, negociar o aceptar servicios a menos de 200 metros de zonas residenciales, centros educativos o cualquier otro lugar donde se realice actividad comercial o empresarial alguna".
No sé cuál será la multa, ni tampoco si la habrá, en caso de que el fornicio o la coyunda, la felación o la manola, se realicen a más de los 200 metros señalados como tope. Tampoco han explicado los veladores por la moral y buenas costumbres si el puterío puede considerarse actividad comercial o empresarial, qué fallo.
Y si los dispuestos a echar el polvo motorizado en ese pueblo no tienen bastante con lo anterior, sepan que tampoco podrán darse a las cosas de la bragueta y la braga en bancos del parque o asientos públicos, so pena de tener que pagar 400 del ala, ni lavarse la tú ya me entiendes o el tú ya sabes en fuentes, estanques o similares, una vez el polvo haya sido echado y, como dice el pasodoble, se sepa que “la corría terminó”.
El cine tiene nombre de Berlanga
Anunciada a toque de trompetilla literaria. Con los lectores expectantes. Como autor de este blog que soy, no os debo ninguna explicación, pero esa explicación que no os debo sí os la voy a pagar. Que yo no os debo una explicación y esa explicación que no os debo…Más o menos. Lo haría en negativo, sí, pero le copiaría el sentido de la frase al alcalde de aquel pueblo que esperaba recibir un potosí de dinero con la visita de los americanos y hablaba a sus conciudadanos en tono paternal y cercano. Y los vecinos estaban por completo entregados: alcalde, lo que nos eches. Como si fueran habitantes de Villatripas de Abajo, enfrentados con los de Villatripas de Arriba, en memorable canción de Javier Krahe.
Ay, ese balcón de Ayuntamiento de Guadalix de la Sierra, núcleo urbano, pero poco urbanizado entonces, tan solitario antaño y hoy tan visitado y fotografiado por turistas y curiosos. Cuánto trapío, flores en el pelo, peinetas, duende, faralaes, traje corto campero, sombrero cordobés, tanto decorado falso, para impresionar a los sobrinos del tío Sam y del dólar. Cuánta emputecida Andalucía, la del tópico lorquiano y panderetero, en la pantalla.
“Bienvenido Mr. Marshall” fue la primera genialidad de Berlanga para retratar el alma de este país, en aquellos años triste, mierdecilla y sacristanón, empobrecido, piojosete y limosnero. Corría 1952 y había mucha hambre. Había y hacía. Mucha. Tanta que parece mentira que pudieran verse patos sueltos correteando por la plaza del pueblo a la llegada del autobús. No se los habían comido. Para luchar contra tanta carencia, nada mejor que burlar la censura a base de humor. Fueron los censores quienes forzaron a Berlanga a meter a una folklórica en la película: Lolita Sevilla. Le dio un papel, pero poca cancha de labia y actuación
A mal tiempo… ya se sabe. Contra aquellos censores había que pelear con muchas risas. O sonrisas, que son más inteligentes. Incluso con humor negro, pero algo blanco: genial la escena del cojo que se queda descolgado del desfile de vecinos que cantan su bienvenida a los americanos, con Elvira Quintillá, Lolita Sevilla, Manolo Morán (1905-1967) y Pepe Isbert (1886-1966) a la cabeza. Qué sensación mezcla de alegría y pena, de rechazo y ternura, me produce ver y oír al abuelete de la voz tan peculiar, y reparar en que no tiene ni la menor idea de la canción, como puede comprobarse a poco que cualquiera se fije en lo que sus labios van canturreando. Quien quiera seguirla, aquí tiene la letra, y líbrenme los dioses del dorremí de pretender hacer un karaoke con ella.
Los yanquis han venido,
olé salero, con mil regalos,
y a las niñas bonitas
van a obsequiarlas con aeroplanos,
con aeroplanos de chorro libre
que corta el aire,
y también rascacielos, bien conservaos
en frigidaire
Americanos,
vienen a España
gordos y sanos,
viva el tronío
de ese gran pueblo
con poderío,
olé Virginia,
y Michigan,
y viva Texas, que no está mal,
os recibimos
americanos con alegría,
olé mi madre,
olé mi suegra y
olé mi tía.
El Plan Marshall nos llega
del extranjero pa nuestro avío,
y con tantos parneses
va a echar buen pelo
Villar del Río.
Traerán divisas pá quien toree
mejor corría,
y medias y camisas
pá las mocitas más presumías.
Su definitiva ausencia nos deja la presencia de su obra. Y también la falta de muchos de quienes fueron sus actores. Se puede pensar que le habrán dado la bienvenida a donde sea, por qué no. Y que entre todos proyectarán algo nuevo. Allí coincidirán Antonio Ferrandis (1921-2000), siempre Chanquete, para su desgracia de gran actor, José Luis López Vázquez (1922-2009), cuyo lugar en el Olimpo del cine hubiera estado más en la cumbre si hubiera nacido norteamericano, con permiso de Jack Lemmon y Walter Mathau, no viceversa, Agustín González (1930-2005), un extraordinario intérprete de cine y teatro, que no un aparejador, perito industrial ni filósofo, carreras que inició y dejó colgadas, por suerte para quienes le vimos actuar. Se sumará Manolo Morán (1905-1967), el gordo insustituible de nuestro cine, genio y figura, padre del Morán que, junto a Antonio Arribas y Luis Ortiz, el marido de Gunilla, formó “Los Choris”, un trío de vividores que dio a conocer Marbella al mundo a rebufo de Alfonso de Hohenlohe o Jaime de Mora.
Como la producción de Berlanga tenía toque de aristocracia cinematográfica, hablo de su calidad, no podía faltar a la cita un verdadero marqués: el de las Marismas. Relacionado con la alcurnia madrileña, Luis Escobar Kirkpatrick (1905-1991) fue nombrado jefe de la Sección de Teatro dependiente de la Jefatura de Propaganda del Ministerio del Interior del primer gobierno de Franco, y fundó y dirigió la Compañía de Teatro Nacional de FET y de las JONS, que al final de la guerra pasaría al Teatro Español de Madrid, del que fue director, así como del María Guerrero, y dueño del Teatro Eslava. De su labor como director teatral destaca su adaptación de “Las mocedades del Cid”, con el título de “El amor es un potro desbocado”.
Escribió diversas comedias y dirigió dos películas: “La honradez de la cerradura”, basada en una obra de Jacinto Benavente (1866-1954), y primera película de Paco Rabal (1926-2001) como protagonista, y "La canción de la Malibrán". Se empeñó en morir al pie del cañón o con las botas puestas, a elegir, y lo hizo durante el rodaje de la película “Fuera de juego", dirigida por Fernando Fernán Gómez (1921-2007).
Con su interpretación de marqués de mentirijillas, el de Leguineche, en “La escopeta nacional” y “Patrimonio nacional I y II”, vejete rijoso que coleccionaba pelos de coño y tenía un hijo pajillero de toalla en mano, anfitrión de cacerías como las organizadas en tiempos de Franco, encarnó como nadie al Berlanga erotómano, capaz de reírse de sí mismo y de todas sus filias y fobias. Lo demostró con aquel autocachondeo que montó en la fiesta organizada con motivo de sus 80 años cuando bebió champán, nada de cava, que es más vulgar, en un zapato de tacón de aguja, y dijo una de sus frases lapidarias. Berlanguianas, vaya: "Me he pasado la vida corriendo tras unas piernas de mujer, unas piernas largas como dos columnas que sostienen el tabernáculo del liguero, con medias de costura, nada de pantys".
Decía ser un libertario que quería pasar sus días como libertino, y un tocacojones que terminaba discutiendo con los guionistas. Pero fue con estos, y sobre todo con Rafael Azcona (1926-2008), con quien realizó la que pasa por ser su obra maestra. En época de penurias, de mucho Carpanta suelto y de poca jamancia disponible, se quiso poner en práctica aquello de “siente un pobre a su mesa”, a ser posible en Navidad. Una manera como otra cualquiera de lavarse la conciencia, o de no llenársela de más mierda de la que soportamos a diario. Hogaño se hace algo parecido: se organizan el ciento y la madre de maratones, por televisión o emisoras de radio, para pedir, pedir y pedir, aunque después no sepamos a dónde va lo recaudado.
En ese contexto, y rodada en 1961, surgió “Plácido”, protagonizada, entre otros, por Casto Sendra (1928-1991), Cassen para todos, un cómico que contaba chistes y movía a toda velocidad las comisuras de los labios, Manuel Alexandre (1917-2010), pintor de mujeres desnudas en los manteles del Café Gijón utilizando para ello el ticket de la cuenta, enrollado y mojado en el café con leche a modo de pincel, y a quien ya trajimos a esta pantalla del blog, Amelia de la Torre (1905-1987), la mejor de cuantas Celestinas han pasado por nuestro cine o teatro, y José Luis López Vázquez. Ninguno faltaría a la hipotética cita.
“Plácido”, que optó al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1962, le coló entre las piernas a la censura toda una serie de contenidos que hubieran parecido impensables, dada la rigidez del franquismo. Aquellos censores se jactaban de tener mucha vista, pero eran bastante miopes. Eso sí, no pudo titularse “Siente un pobre a su mesa” ni contener las escenas de un banquete en el que ricos y pobres comían pollo, pero unos las pechugas y los otros las alitas.
“He sido el director más perseguido por la censura, y eso que no me he casado políticamente con nadie”, aseguraba en una ocasión. “Una anécdota demuestra lo ridícula que era: en una película me cortaron una frase en la que uno decía “me voy para Albacete”, pero mantuvieron el texto de un personaje que decía que ya era hora de que el poder civil tomara el mando”. En otra ocasión, según contó, le prohibieron hacer una toma de la Gran Vía. ¿La razón? Se la revelaron mucho después: “Tratándose de usted, Berlanga, ¿quién garantizaba que no iba a poner tres obispos saliendo del Pasapoga?”.
Maestría, coraje, socarronería. Señas de identidad de quien, con guión de Juan Antonio Bardem (1922-2002), otra de las tres bes de nuestro cine, junto al propio Berlanga y a Luis Buñuel (1900-1983), había rodado su primer film, “Esa pareja feliz”, en 1951.
Aunque posteriormente llegaran otras cintas como “Tamaño natural” (1974), “La vaquilla” (1985), “Moros y cristianos” (1987), “Todos a la cárcel” (1993) y “París Tombuctú” (1999), su tercera gran película, la rodó en 1963. Su título, “El verdugo”.
A tal alegato contra la pena de muerte y recreación irónica de las contradicciones de la España franquista, le pusieron rostro y actuación, entre otros, Nino Manfredi (1921-2004), empleado de pompas fúnebres que no liga nada, porque las mujeres, lagarto, lagarto, toquemos madera, no quieren saber nada de un currante de funeraria, y Pepe Isbert, el gran don José de nuestro cine, el fetiche de Berlanga y otros directores, el actor que igual encarnaba a un verdugo, a un desconsolado abuelo que ha perdido a su nieto, en “La gran familia”, o al concursante, en “Días de radio”, que se presenta disfrazado de esquimal en la emisora. Emma Penella (1930-2007) encarna a la hija del personaje que interpreta Isbert. Es una mujer que no encuentra novio porque sus pretendientes ponen pies en polvorosa cuando saben que es hija de un verdugo. No obstante, “atrapa” al funerario cuando la deja embarazada.
Todos los personajes hacen continuas referencia a un piso que el Patronato iba a conceder al verdugo con motivo de su jubilación. Víctimas y verdugos. Extraña coincidencia para la propia Emma (Ruiz) Penella, nieta del maestro Manuel Penella (1880-1939), creador entre otras melodías del pasodoble “El gato montés”, una mujer que en aquellos días aún no sabía, como tampoco sus hermanas Terele Pávez y Elisa Montés, que su padre, Ramón Ruiz Alonso, fue el miembro de la CEDA que detuvo a García Lorca y lo puso en manos de quienes lo fusilaron. Supieran o no de las hazañas de su progenitor, y la detención de Federico fue una de ellas, nunca usaron el apellido Ruiz en sus respectivas historias artísticas .
Hay quienes dijeron, y lo hicieron cuando aún vivía, lo cual aumenta el mérito de la afirmación, que fue un director comparable al mejor Billy Wilder. Eso son palabras mayores. Hablo de Luis García. Sí, Berlanga. Nacido en 1921, se ha ido, él también, al cine eterno. Con las cámaras a otra parte. Lo ha hecho tras haber sido conocido en el mundillo del celuloide, perdonéseme la cursilada, por el apellido materno sin que ningún político borricón le hubiera autorizado a tal cambio de orden. El alzheimer le impidió darse cuenta de la nueva estupidez que perpetran los padrepatrias. Qué pedazo de película hubiera hecho para poner a estos apellidados gobernantes en el sitio, innombrable, que les corresponde. Se me humedece el gusto sólo de pensarlo.
(Nota para la Real Academia: Voy a seguir acentuando sólo, cuando equivalga a solamente. Lo haré porque, aunque me quede solo (solitario, único) en tal acción, me sale de los cojones ortográficos.)
viernes, 12 de noviembre de 2010
El lío de los apellidos o práctica del porculo
Manejan el porculo como nadie. Son imbéciles hasta ni se sabe. No disminuídos psíquicos, no. Imbéciles. Una palabra esdrújula de nueve letras, algo que les sonará a mandarín de los montes. Son porculo en sí. Viven por y para el porculo.
No se trata de expresión nefanda. No es esa de dar por el culo, no. No hablo de lugar, orificio o parte del cuerpo para montárselo, sino de una manera de ser y hacer. No tiene connotación sexual alguna. Cada cual/quien es libre de dar o que le den por el culo, le ponga o no el sexo anal. Pero eso es otra cosa. Puede ser gozo y placer, pero no sinrazón como es el porculo.
Y manejan el porculo como pueden manejar el Boletín Oficial del Estado. Para esconder lo mal que están haciéndolo en tantas parcelas de gobierno, pronúnciese gobiennno, han puesto en marcha una campaña de porculo, que pronto tendrá reflejo en prensa, radio y televisión. El porculo hay que airearlo a los cuatro vientos. Para que sepamos de sus actitudes para hacer del porculo todo un arte de gobernar. Ni monarquía parlamentaria ni república: porculo constitucional. Son la esencia del porculo. Y la llevan hasta sus últimas consecuencias para trasladarla a un pueblo de ciudadanos borreguilmente acostumbrados al porculo y a las consignas intelectuales de los programas de la bragueta en las miles de televisiones de los paisanajes estatal y autonómico de las dieciocho Españas.
A partir de ahora, deberíamos abogar por el apellido Porculo. No existe, pero hay vía libre para crearlo. El vicepresidente Alfredo, el químico Rubalcaba, ha dicho que defendería su Pérez porque, de lo contrario, su padre no se lo perdonaría. Debe ser la excepción. Ministrini, la titular de Exteriores, no ha dicho nada al respecto. Debe estar esperando cómo hacer entender a los países sudamericanos que el porculo es algo propio también de la madre patria, no sólo de alguna que otra república bananera. O bananoide, para entendernos. Para que todos los rincones hispanoparlantes disfuten de su respectivo porculo.
También puede haber, que ya lo sabemos por el chiste, quienes lleguen a los juzgados llamándose Juan Mierda para pedir cambiarse el nombre. Y cuando el empleado de turno, dejando escapar una sonrisilla imperceptible, que para eso es funcionario, ponga cara de comprensión ante el posible cambio de apellido, el ciudadano diga que quiere llamarse Antonio Mierda, como su padre.
Bueno, ya lo saben: si papá y mamá no se ponen de acuerdo, lío al canto y que se moje su señoría, que no tiene nada mejor que hacer. Será un juez quien decida el orden de los apellidos, atendiendo al alfabético. No había otra cosa que aporcular en nuestro país, no. Había que joder un poco más a las familias, que no todo va a ser paro, crisis económica, despilfarro y bajadas de pantalones. Ahora se trata de echar a pelear a los progenitores (eufemísticamente, ponerse de acuerdo) y, ahí es nada, meter en el fregado a las mismísimas suegras, que vayan caldeando el ambiente de los apellidos del rorro. Tenemos cientos de problemas, pero bien pueden esperar ante urgencias tales como las de saber cómo nos vamos a llamar desde la inscripción en el registro civil en adelante. Si el orden alfabético se impone, llegará un día en que todos nos apellidaremos Abad Abad y los Zapatero se habrán extinguido por falta de uso.
Y de paso, más que nada para preservar la esencia del porculo, démosle pie a tantos soplagaitas sueltos y tantas soplaídem sueltas como campan por estos campos metafóricos a que pongan en marcha asociaciones sin ánimo de lucro, naturalmente, pero con el imprescindible afán porculizador, previo para lograr subvenciones, que defiendan el apellido de la madre frente al del padre. Ya está bien de resabios machistas y sexistas. Y que esa defensa sea con carácter retroactivo. Basta de dominación masculina, que prevalezca el apellido de mamá. Salvemos a las nuevas generaciones de sufrir lacras paternas tales.
Por fin Federico Lorca García, Miguel Saavedra de Cervantes, Féliz Carpio Lope de Vega, Miguel Gilabert Hernández, Juan Ramón Mantecón Jiménez, Luis Bidón Cernuda, de los Bidones de toda la vida, Antonio Ruiz Machado, y Francisco Villegas Quevedo, por citar algunos de los escribanos que firmaban con el nombre de su padre, y no consideraban inconstitucional su apellido, saldrán de los armarios de los apellidos maternos en los que han estado relegados tantos años al olvido. Qué alivio.
Son lo dicho: porculo. Chinchan, hostilizan, jeringan, acosan, asedian, atormentan, brean, joroban, disgustan, enfadan, entorpecen, hartan, fastidian, incomodan, importunan, incordian, irritan, enojan, enfadan, cansan, fatigan, marean, agobian, atosigan y cargan.
No sé si follan o no, pero joden bastante. Nos joden. Ejercen de porculos. Y lo hacen hasta límites estomagantemente insoportables. Son un porculo. Sólo puedo desearles que con su porculo se lo coman. Y que se vayan de una vez con su porculo a otra parte. A tomar.
Un viaje alucinante y el prepucio de Cristo
Me apuntaría sin dudarlo a un viaje cuyo principio fuera la lengua. Después vendrían distintas estaciones, paradas en el trayecto, lugares donde reposar los cansados huesos y alimentar el cuerpo, que diría Labordeta, mochila al hombro. A saber: 1) Un santo para chuparle los dedos. 2) Adorar a Buda por la peana. 3) Prepucios, listos, ya. 4) No me busques las costillas. 5) Una mano que se alarga. 6) El pelo más peligroso del mundo. 7) Con uñas y dientes. 8) Por un quítame allí esos pelos. 9) Restos finales.
Aunque haya estado en algunos de los sitios a visitar en ese hipotético viaje, volvería a hacerlo. Una reliquia es una parte del cuerpo de un santo o cualquier objeto que haya tocado este cuerpo. Hasta que el Concilio de Trento (1563) puso orden: “Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los Santos, en la veneración de las reliquias, y en el sagrado uso de las imágenes”, en torno a las reliquias giraba un próspero negocio del que se beneficiaban monasterios, órdenes religiosas, señores feudales y regiones enteras de Europa. En el año 787, un concilio general había decretado: "Si a partir de hoy se encuentra a un obispo consagrando un templo sin reliquias sagradas, será depuesto como transgresor de las tradiciones eclesiásticas". Ningún obispo se atrevió a desobedecer. Era la propia Iglesia la que en cierta medida fomentaba la falsificación de reliquias.
El reclamo de una reliquia sagrada atraía a multitud de fieles a los mercados y convertía aldeas en ciudades florecientes. Los “souvenirs” traídos de Tierra Santa por los caballeros cruzados no alcanzaban para satisfacer la enorme demanda y la falta de existencias degeneró en la venta al por mayor de objetos falsificados. En la baja Edad Media la autenticidad de una reliquia no era tan importante como su objetivo. En una época oscura y convulsa, la desesperación obligaba a las gentes a buscar un remedio rápido para sus males y los santuarios se llenaban de peregrinos ansiosos por idolatrar un fúlgido relicario con supuestos poderes milagrosos.
Ya San Agustín (354-430), el más grande de los Padres de la Iglesia, denunció a impostores vestidos como monjes que vendían reliquias falsas. San Gregorio (540-604), el sexagésimo Papa (590-604) de la Iglesia, prohibió la venta de reliquias y la profanación de tumbas en las catacumbas, pero, a pesar de ello, no se frenaron los abusos.
El surtido de reliquias es tan abundante y variado como pintoresco: las piedras con las que se lapidó a San Esteban, primer mártir cristiano, cuyas fechas de nacimiento y muerte se desconocen; la esponja con la que Santa Práxedes (fallecida el año 159) recogía sangre de los mártires; las flechas que mataron a San Sebastián (256-288), y los pechos de Santa Águeda , que le fueron arrancados durante su martirio en el 251.
Se veneran también una oreja, la sandalia del pie derecho del apóstol San Pedro (muerto hacia los años 64 o 67) y eslabones de la cadena que soportó en su prisión; el suspiro de San José metido en una botella; un estornudo del Espíritu Santo, también embotellado; más de 60 dedos de San Juan Bautista, y el velo, cinco gotas de leche de sus senos, lágrimas, el hígado, el corazón y la lengua de la Virgen María, así como 4 cabellos y varios trocitos de su camisa.
No olvidemos tampoco tres cordones umbilicales, el primer pañal, una paja del pesebre donde nació, varios Santos Prepucios y unos quinientos dientes de leche del Niño Jesús; raspas de los peces multiplicados en el primer milagro del Salvador; una de las ramas de olivo que tenía el Nazareno en las manos cuando entró en Jerusalén; la cola del asno que llevó al Señor; el lienzo con el que Jesucristo secó los pies de los apóstoles antes de la cena pascual; un par de manteles, lentejas, una miga de pan y fragmentos de la mesa en la que se sirvió la Última Cena; media docena de ejemplares del Santo Grial, el cáliz de la última cena; una campana de cobre fundida con una de las 30 monedas de Judas Iscariote; unas ochocientas espinas de la corona que llevó Jesús; tres ejemplares de la lanza que le atravesó el costado cuando lo crucificaron; medio centenar de santos sudarios, conservados en otros tantos lugares; astillas de la Vera Cruz para llenar una carreta; e incluso pescado asado y pastel de miel, menú que Nuestro Señor comió con sus discípulos cuando se les apareció después de resucitar.
Uno se asombra de todo lo anterior y de saber también que hay quienes se asombran creyendo en la existencia de plumas de las alas del arcángel San Gabriel, de la lengua amojamada de San Antonio de Padua(1195-1231), de una costilla de Juana de Arco (1412-1431), de un pie incorrupto de San Francisco Javier(1506-1552, al que una piadosa mujer arrancó varios dedos de un mordisco, de un diente de Buda (563-486 a. de C.), de un pelo de la barba de Mahoma (571-632), y del prepucio de Cristo. Nadie ha hablado del pucio y el postpucio.
Al ser judío, Jesús fue circuncindado, es decir, le hicieron la fimosis, entendámonos. Los judíos tienen una tradición milenaria que es quitar el prepucio del varón al octavo día de su nacimiento, como símbolo de la alianza entre Abraham y Dios. El destino de ese prepucio tan especial ha sido objeto de intensos debates a lo largo de los siglos.
Una anciana que laceró el celeste capullo lo sumergió en una pequeña redoma con aceite de nardo y lo entregó a su hijo, comerciante en perfumes, con la advertencia de que no lo vendiera. Pero el joven desobedeció a su madre, y el Santo Prepucio inició así su intrincado vagar por el mundo. Fue un viaje a prepuciazo limpio.
Cualquiera puede imaginar que la divinidad que se le atribuye a Jesús está proyectada también en ese trozo orgánico retirado de su pene. De ahí, su carácter humano. Dogma de fe es que subió a los cielos para sentarse a la derecha del todopoderoso. No obstante, hay quienes no se conforman sólo con eso y escriben sesudos textos para dar a conocer otras particularidades prepucianescas. Así, el teólogo León Alacio (1586-1669) en “De Praeputio Domini Nostri Jesu Christi Diatriba”, afirma sin rubor que el tejido santo se convirtió en los anillos del planeta Saturno. Con un par.
Sin embargo, el objeto tuvo existencia física como reliquia religiosa y fue adorado con fervor. Su primera propietaria habría sido María Magdalena, de la que se cuenta que utilizó el aceite de la redoma para ungir los pies y la cabeza de Cristo. Desaparecido del mapa, el prepucio divino llegó en el siglo IX a manos de la emperatriz Irene de Bizancio, que se lo regaló a Carlomagno el día de su boda.
El emperador bizantino lo colocó en el altar de la iglesia de la Bendita Virgen María en Aquisgrán y más tarde lo transfirió a Charroux, ambas ciudades francesas.
En el siglo XII, el Santo Prepucio fue llevado en procesión a Roma. Y en el siglo XIII estaba en la iglesia de San Juan Luterano, adosado a una cruz de oro con piedras preciosas. Debemos imaginar la excelente calidad del líquido donde había sido sumergido el anillo de piel, habida cuenta que no se dice en los textos a él referidos que estuviera hecho unos zorros. En 1427 se constituyó la primera Hermandad del Santo Prepucio. Se peregrinaba a Charroux, iglesia que presumía de tenerlo y que competía, no obstante, con otras, como la de Amberes, porque parece que había más de un prepucio de Cristo. No tantos como trozos del hábito de fray Leopoldo, repartidos en millones de estampas, pero casi.
Al parecer, habrían existido hasta 14 prepucios de Jesús. Estuvieron en la Basílica Laterana de Roma, Charroux, Santiago de Compostela, Amberes, París, Brujas, Bolonia, Bensançon, Nancy, Metz, LePuy, Conques, Hildesheim y Calcata. Se le pidió a Inocencio III (1161-1216), que fue el Papa (1198-1216) número 176 de la Iglesia, que zanjara el conflicto, pero el pontífice, juzgando temerario pronunciarse al respecto, dejó el tema en manos de Dios. Años más tarde llegaría la solución: la Virgen María le habló a Santa Brígida de Suecia (1303-1373), patrona de Europa, para confirmarle que el auténtico prepucio de su Hijo era el adorado en Roma. La cosa quedó aclarada, menos mal.
El jesuita Alfonso Salmerón (1515-1585), nacido en Toledo y uno de los grandes eruditos bíblicos de la época, consideraba que el prepucio divino era “el anillo de compromiso de Cristo para sus esposas, las monjas". Aseguraba el dilecto investigador que “el fabricante de este anillo es el Espíritu Santo, y su taller el purísimo útero de María”. Nadie se atrevió a decir, ni a insinuar siquiera, que el Espíritu Santo fuera un profesional del trabajo con piel, un talabartero, al modo y manera de los que ejercen su oficio hoy día en Ubrique, por ejemplo.
Catalina Benincasa, que pasó a la Historia como Santa Catalina de Siena (1347-1380), patrona de Italia, se casó místicamente con Jesús. En una visión la Virgen María la presentó a su hijo y, como señal del matrimonio, Jesús le entregó el anillo de casamiento confeccionado con piel de su prepucio diciéndole: “recibe este anillo como testimonio que eres mía y serás mía para siempre”.
Esta santa, que gritaba rodando por el suelo y tenía visiones, afirmaba que llevaba en el dedo el prepucio del Señor, visible para ella, pero, lamentablemente, invisible para los demás. Y cuando su dedo (el de Catalina) también se convirtió en reliquia (como su cabeza y uno de sus pies), muchas beatas que lo adoraban llegaron a afirmar que allí veían el anillo de carne. Increíble visión salpicada de ciertas suspicacias.
El éxtasis que despertaba tanta fe llevó a la monja capuchina austríaca Agnes Blannbekin, fallecida en 1715, a sentir milagrosos efectos. Precisamente ella vivió en la época en que se festejaba el Día de la Circuncisión (primero de enero de cada año). La hermana Agnes, que tenía unos accesos místicos de no te menees, lloraba por la sangre derramada a tan temprana edad por su Señor, y fue en una de esas fiestas litúrgicas donde sintió el prepucio de Cristo en su lengua.
Su párroco, el historiador y bibliotecario benedictino austríaco Hyeronimus Pez (1683-1735), contaba respecto a tales éxtasis: “¡Y ahí estaba! La hermana sintió de repente un pellejito, como la cáscara de un huevo, de una dulzura completamente superlativa, y se lo tragó. Apenas se lo había tragado de nuevo, sintió en su lengua el dulce pellejo, y una vez más se lo tragó. Y esto lo pudo hacer unas cien veces.” Sin comentarios a centena tal y tragaderas cuales.
Una sociedad llamada Academia Preputológica se marcó el objetivo de restaurar el abolido culto al Prepucio de Cristo. El 15 de mayo de 1954 se celebró un cónclave en el cual se sometió a deliberación la propuesta de recuperar este culto, derogado por un decreto de 1900. Tras la exposición de los argumentos y acaloradas discusiones, los cardenales acordaron rechazar la solicitud, ratificando la condena de la veneración del Santo Prepucio. Creo que hay pena de excomunión contra todo aquel que escriba o hable del Santo Prepucio sin permiso de la Santa Sede. Yo no lo tengo. O sea, ya me la he cargado.
La gente hace banderas, que no todas van a ser Antonio, de cualquier cosa y cree en lo más increíble. Necesitamos creer. Creer en que somos capaces de creer. Creer en alguien. O en algo. O en el algo de alguien que no es nadie. Las creencias, que no las ideas, son las que nos mueven a movernos.
Así las cosas, el viaje nos llevaría por dedos desmembrados, astillas de tibia, mechones de pelo robados, restos carbonizados de cajas torácicas y todo tipo de despojos humanos. Pero no es un viaje en torno a la muerte, sino a las religiones. Un paseo por el catolicismo, la iglesia ortodoxa, el Islam, el budismo y el hinduismo.
Un viaje a bordo de un libro, "Huesos sagrados", pilotado por Peter Manseau. Un viaje para intentar comprender cómo la vida de un muerto puede cambiar la de millones de vivos. Un recorrido por Papúa, Goa, Los Ángeles, Jerusalén, Cachemira y Sri Lanka, entre otros lugares, para tratar de entender el culto a las reliquias. Si alguien se atreve a viajar, ya sabe.
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